Depués de sesudas deliberaciones, el Gobierno Español decidió que los niños que las clínicas de fecundación in vitro han ido fabricando como remanente de su negociete no podían seguir en los congeladores, con la de voluntarios que hay para despedazarlos en nombre de la ciencia. Por ello, decidió que había que descongelarlos y matarlos. De repente, cuando ya estaba hecho, se dijo, por primera vez, que los niños a exterminar son unos 200.000, contra las noticias que había antes, que hablaban de 30 ó 40.000. Con el estómago revuelto por la noticia, escribí esta carta que publicó al día siguiente ABC de Sevilla.

 

Sr. Director:

Doscientos mil. Tanto marearnos, tanto engatusarnos, tanto vendernos la burra con que si 30.000, que si 40.000... y al final son doscientos mil. Un quinto de millón. El estado español, el estado del bienestar, el estado de derecho, ha tenido a bien poner 200.000 embriones humanos a disposición de quien los quiera para exterminarlos. Como quien pone 200 gramos de mortadela en el súper.

Un quinto de millón de seres humanos, concebidos única y exclusivamente como remanente de un negocio muy lucrativo, que van a ser vendidos para despiece. Y la ministra dice que en adelante, se crearán menos para no tener estos problemas. ¿De verdad, señora ministra? ¿La próxima partida de cuanto será? ¿"Sólo" de cincuenta mil? ¿Así se arreglará el problema?

Lo que hubiera dado Mengele por trabajar para un gobierno así... con estas facilidades para sus
experimentos...

Asco, pena, rabia, impotencia... inmensa tristeza. Un quinto de millón de niños, sacrificados salvajemente en el altar de la ciencia y el progresismo. ¿Qué mundo es este? ¿Esto es el primer mundo? ¿Esto es la sociedad civilizada? ¿Esto es el progreso? ¿Esto es el siglo XXI? ¿Es que nadie va a hacer nada? ¿Es que a nadie le importan 200.000 niños? Asco, pena, rabia, impotencia e inmensa tristeza.

Asco de los políticos y gobernantes que lo han hecho posible, de las clínicas que manejan niños como productos en stock, y de los carniceros que han presionado para aprovechar la oferta. Pena de una ciudadanía que pasa al lado de semejantes genocidios como quien pasa delante de un cine. Rabia de una conferencia episcopal que ha vendido a Dios a los mercaderes de la muerte sin plantarles cara. Impotencia por ver que se asesinan delante mía y con mi dinero un quinto de millón de niños. Inmensa tristeza de una sociedad podrida, perdida y acabada.


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