Diversos estudios demuestran que las personas religiosas viven más
LA SALUD BIEN
VALE UNA MISA
Por Carlos Mateos
Las personas religiosas tienen un motivo más para reconfortarse en su
fe: pueden vivir más y mejor que quienes no tienen creencias de tipo religioso.
No se trata de un milagro ni una recompensa por su devoción. Es, más bien, una
gratificación que se dan a si mismos. Varias investigaciones han confirmado que
la religiosidad está asociada a la salud. El motivo puede ser diverso: reduce
el estrés, y con él, las enfermedades a las que va asociado; eleva el ánimo, lo
que ayuda a recuperarse. La religión también implica unos hábitos más
saludables, conlleva unas relaciones sociales que inciden en la prevención.
Hacía tiempo que los médicos sospechaban que los creyentes disfrutaban
de mejor salud que los ateos. Ya en 1900 uno de los padres de la psicología,
William James, comprobó los efectos terapéuticos de la fe. Sin embargo, ha sido
en la última década cuando, de manera reiterada, se han podido comprobar estos
efectos con todo el rigor de los ensayos científicos.
La mayoría de estos estudios son epidemiológicos, es decir, constatan
el hecho de hay más personas sanas entre quienes creen en Dios y acuden a la
iglesia, pero no establecen una clara causalidad del fenómeno. Los autores, no
obstante, apuntan posibles explicaciones a este hecho constatado. Una de ellas,
la más frecuente es que la religión influye sobre el estado anímico y éste, a
su vez, sobre el organismo.
Desde hace años se viene comprobando una teoría que siempre han
defendido las medicinas “alternativas”, que no se puede disgregar el aspecto
psíquico del fisiológico y que ambos se influyen mutuamente. Eso explica el
llamado “efecto placebo”, por el cual la creencia en las propiedades curativas
de un medicamento permite que, en muchos casos, la curación se produzca, aunque
ese medicamento no sea más que un poco de azúcar.
No es difícil inferir que las creencias religiosas, al proporcionar
esperanza, suponen un incentivo importante hacia el restablecimiento físico y
mental. En cuanto a la salud mental, se han analizado los índices de depresión
entre las personas ateas y se ha podido comprobar que superan con creces a los
de los creyentes, sobre todo en los ancianos. El Instituto Nacional del
Envejecimiento de Estados Unidos realizó una investigación en 1996 en la que
aparecía que aquellos ancianos que asistían habitualmente a oficios religiosos
padecían menos depresiones y se encontraban más saludables que quienes no lo
hacían. En Holanda, un estudio de la Universidad de Vrije ha confirmado estos
resultados, destacando que la relación entre depresión y religiosidad es más
pronunciada cuando el círculo social del anciano es reducido y no tiene gran
control de sí mismo.
Es sabido que las personas deprimidas sufren un mayor riesgo de
fallecer de un ataque al corazón, además de reducir las defensas y favorecer la
aparición de enfermedades. Si el estrés, la depresión y la ansiedad agravan los
síntomas; la esperanza y el optimismo consiguen todo lo contrario. Tener un
motivo para vivir o poder dar una explicación convincente al dolor son algunos
de los factores psíquicamente saludables que aporta la fe. El doctor Harold
Koenig, de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, es el investigador que
más se ha destacado en el estudio de los beneficios de la religión para la
salud. Una encuesta dirigida por el doctor Koenig reveló que uno de cada cinco
pacientes aseguraba que las creencias religiosas habían supuesto la principal
estrategia para sobrellevar la enfermedad, lo que a su vez se traducía, en
menor número de depresiones.
Algunos de los beneficios atribuidos a la religión son de tipo
subjetivo y han podido medirse a través de entrevistas con los pacientes, pero
muchos otros de estos beneficios han podido certificarse clínicamente. Así, el
doctor Koenig practicó análisis de sangre a grupos de pacientes que se
declaraban creyentes practicantes y al compararlos con los de quienes no vivían
la religión de manera tan intensa, encontró que el sistema inmune de los
primeros estaba más fortalecido. El último hallazago de este científico,
publicado hace unos meses, ha sido la demostración de que mientras más
religiosa es una persona, más baja suele ser su presión sanguínea.
Más religión, más salud
Las personas que atendían servicios religiosos y rezaban una vez a la
semana o estudiaban la Biblia –el estudio se hizo con cristianos- tenían un 40
por ciento menos de probabilidades de padecer hipertensión, enfermedad
relacionada con ataques al corazón e infartos cerebrales.
Los datos no ofrecen dudas. Todos podemos beneficiarnos de sus efectos,
pero especialmente las personas de raza negra y los menores de 75 años, aunque
el estudio no explica el porqué. Los investigadores tuvieron en consideración a
las personas enfermas que no podían acudir a la iglesia. Incluso, aunque las
personas religiosas puedan tener más motivación o apoyo social para seguir un
tratamiento médico, se comprobó que no era una razón suficiente que explicara
los mejores resultados del grupo de los creyentes.
Los judíos, más deprimidos
Los beneficios de la religión son válidos para cualquier creencia. No
obstante, en la medida que en éstas prevalecen factores que se han demostrado
saludables, como la esperanza, el optimismo y el apoyo de la comunidad,
presumiblemente, mayores serán los beneficios. El Albert Einstein College, de
Nueva York, encontró que los judíos mostraban mayores índices de depresión que
los católicos. En ambas religiones, quienes profesaban la fe pero no acudían a
los servicios religiosos sufrían mayor riesgo de depresión.
Acudir a misa una o dos veces por semana reduce la mortalidad en un 25
o un 35 por ciento, según un trabajo de la Universidad de Berkeley. La
pertenencia a la comunidad ayuda, no solo por el apoyo que ésta pueda prestar,
sino por el sentimiento de respaldo que conlleva. Las misas tienen unos
horarios concretos, implican una autodisciplina, unas normas, por pequeñas que
sean, y unos hábitos saludables. Todo ello se relaciona con el aseo, con un
mejor cumplimiento de las pautas de administración de medicamentos, y con una
menor dependencia del alcohol o las drogas.
También se encuentra el factor físico. El mero hecho de caminar hasta
la iglesia, arrodillarse, levantarse y volverse a sentar es un pequeño
ejercicio aeróbico que siempre viene bien, sobre todo a las personas que llevan
una vida sedentaria, como las personas mayores, que no suelen salir de sus
hogares.
La meditación, la mejor medicina
Pero lo que ha demostrado un beneficio mayor para la salud es la
relajación y la meditación. Y el rezo es uno de los mejores instrumentos para
alcanzarlas. Ni siquiera es necesario que sea el propio interesado el que ore.
Diversos estudios llevados a cabo con personas que rezaban por otras han
confirmado que los creyentes que atendían tales rezos mejoraban más rápido y necesitaban
menos antibióticos que para quienes la oración carecía de sentido.
En plena meditación disminuye la frecuencia de las ondas cerebrales y
se reduce el ritmo respiratorio. El corazón también late más despacio y el
cerebro fabrica unas sustancias, las endorfinas, con propiedades analgésicas.
No es extraño, por tanto, que los yoguis de la India sean capaces de soportar
el dolor concentrando su mente.
Los límites conocidos de hasta dónde puede ayudarnos la religión son
ampliados cada día. La cuestión estriba ahora en saber si las personas que no
son religiosas deberían adoptar alguna creencia para mejorar su salud. Aunque
la demanda tiene implicaciones éticas discutibles, desde el punto de vista
médico merece la pena plantearla. Un estudio de la Universidad de Harvard
realizado en los años setenta verificó que el paso a la práctica religiosa de
unos pacientes consiguió que el 35 por ciento de las mujeres con problemas de
infertilidad pudiera quedarse embarazada, que tres de cada cuatro insomnes
consiguiera dormir y que uno de cada tres personas con dolor crónico redujera
su consumo de analgésicos.
A la vista de estos resultados, la religión puede convertirse en un
factor cardiosaludable recomendado por los médicos, como puede ser hoy la dieta
y el ejercicio. De hecho, según nos confirma el psiquiatra Juan José
López-Ibor, existe una forma de psicoterapia basada en la religiosidad. “Ahora
la Organización Mundial de la Salud tiene una definición de salud, que la salud
no es simplemente la ausencia de enfermedad, sino el estado de bienestar
físico, psíquico y social. Ahora se ha modificado esa definición la palabra
“espiritual”. No es que sea una definición buena pero ese componente de salud y
espiritualidad está muy en el tapete”, añade.
¿Y qué ocurre con los
ateos?, ¿les servirá igual apuntarse a un club? “No, también hay estudios donde
se demuestra que lo importante no es pertenecer al grupo sino la fe, lo que uno
crea que ese grupo le aporta. Y los grupos religiosos son grupos que dan un
sentido total a la existencia del ser humano, del bien y el mal, del
sufrimiento y la alegría. Eso es mucho más que simplemente un club, que es una
actividad relativamente limitada y parcial en la vida del sujeto”, destaca el
doctor López-Ibor.