Los últimos avances en el campo de la cirugía de las sorderas de tipo neurosensorial hacen posible una solución válida para los pacientes sordomudos de nacimiento. Sin embargo, existe un creciente rechazo de las asociaciones de estos pacientes a que se les aplique el tratamiento. En este artículo pretendemos, en primer lugar, exponer el funcionamiento del oído humano, distinguir entre los diversos tipos de sordera y sus tratamientos, profundizando posteriormente en los aspectos éticos controvertidos para su aplicación masiva.
Anatomofisiología
de la audición
El oído consta de tres partes anatómica, embriológica y
funcionalmente bien diferenciadas: el oído externo, medio e interno.
La patología propia del oído externo y medio produce
fundamentalmente las llamadas hipoacusias o sorderas de transmisión,
que pueden ser tratadas correctamente mediante cirugía o audífonos
de tipo convencional y, por tanto, no suelen producir un problema
grave. Un problema bien distinto se produce cuando nos enfrentamos
ante una hipoacusia que tiene su causa en una patología del oído
interno. Si el defecto no es solucionado antes de los 4 o 5 años de
edad, el paciente ya no poseerá la plasticidad necesaria para una
interpretación de los sonidos a nivel cerebral, con los
consiguientes defectos de estructuración del lenguaje y la capacidad
de expresión oral. Un caso distinto es el de los pacientes que
progresiva o bruscamente pierden la audición una vez que ya han sido
capaces de adquirir el lenguaje. Nosotros nos vamos a centrar en los
primeros.
Según el grado de pérdida de audición, se clasifican las hipoacusias en leves, moderadas, severas y profundas. En el caso de las hipoacusias leves y moderadas de tipo neurosensorial, un audífono puede solucionar el problema. Para las hipoacusias profundas el implante coclear ha demostrado su eficacia, y, para las hipoacusias moderado-severas que no responden bien a audífonos, los nuevos sistemas electromagnéticos o piezoeléctricos parcialmente implantables parecen obtener buenos resultados, aunque no existen todavía datos definitivos. Por tanto, como vemos, existen soluciones impensables hace una década para casi todos los grados de hipoacusia.
Aspectos éticos
Si es así, ¿por qué el rechazo a una mejoría de la audición?.
Previsiblemente, el poder oír produciría una integración de los
pacientes sordomudos, no solo social sino también cultural y
educativa. Analicemos con profundidad el problema: el frecuente
rechazo de los pacientes sordomudos a recibir un implante no puede
considerarse de manera prosaica consecuencia del miedo a la
intervención, existen investigaciones que señalan el recelo ante la
posibilidad de poder perder su cultura. Estos sujetos han llegado a
tener un gran sentido de identidad, fundamentalmente derivado de su
especial medio de comunicación mediante signos, lo que,
verdaderamente, ha originado una cultura apenas reconocida por el
resto de la sociedad. Muchos de estos sordos no se consideran a sí
mismos como enfermos, y nosotros podríamos preguntarnos si realmente
lo son.
Si el sordomudo que entra en la consulta es una persona adulta y competente, hemos de informarle que el implante coclear puede hacerle entrar en un mundo sonoro para él desconocido, pero que no va a mejorar su capacidad verbal al haber sobrepasado la edad crítica de aprendizaje. Los otorrinolaringólogos debemos respetar su decisión, que el paciente tomará de acuerdo a lo que considere mejor para su proyecto de vida. Una cuestión más problemática se plantea en el caso del implante en niños sordomudos, en los que la responsabilidad subsidiaria recae en los padres. Si éstos son normooyentes probablemente querrán que su hijo oiga, pero si son sordos congénitos (caso bastante frecuente) les surgirán serias dudas, sobre todo si se encuentran integrados en una comunidad sorda. Si bien los padres no pueden tomar decisiones que perjudiquen a sus hijos, parece difícil establecer cual sería el mayor beneficio para el niño. Cuanto mayor sea el niño más podrá tomarse en cuenta su opinión, pero sus posibilidades de adaptación serían menores. Como vemos, el tema es controvertido y es muy difícil creer que nuestra forma de pensar (en caso de que seamos normooyentes) es la correcta, pero se hace difícil pensar que, para un niño que podría oír, lo mejor sea no hacerlo.
Francisco J. García-Purriños
Doctor en Medicina por la Universidad de
Salamanca
Especialista en Otorrinolaringología y Patología Cervico-Facial
http://www.informarn.nl/about_radionederland/