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tanto con la mano como con la boca, y a acelerar el ritmo. Sus gemidos de placer eran excitantes. Cuando he empezado a notar como sus piernas temblaban, ante el inminente orgasmo, me he sacado la polla de la boca, y he continuado con la mano... me he apoyado el capullo en la punta de mi lengua, que he sacado, pidiéndole con la mirada que se corriera ahí, sobre mi lengua, mientras yo se la meneaba con la mano... No ha tardado mucho en correrse después de que se lo haya pedido... la segunda vez que le he dicho: “vamos, lléname la boca, córrete en mi lengua” ha estallado. Lo he notado caer en mi lengua, en mi mentón, llenarme la boca que con esa leche caliente que tanto me gusta. Me he tragado todo, y he empezado a lamerle un poco más, para terminar de sacar todo. He seguido lamiendo hasta que se le ha aflojado en mi boca. Cuando se ha recuperado un poco de la corrida, me ha mirado y ha dicho no le importaba haber cambiado el cine por esto, porque le había hecho la mamada de su vida. Alejandro y María, amantes platónicos desde la infancia, se citaron para amarse con la mirada. La idea de amarse se le ocurrió a ella, la de hacerlo solamente con la mirada a él. Pensaba que los amantes platónicos debían de preservar parte de sus deseos si querían sostener el hechizo que los unía. A María la idea le parecía completamente extravagante, pero aceptó porque no le quedaba más remedio. Era un martes, día propicio para separarse justificadamente de sus respectivas parejas, pero martes al fin y al cabo, y, por tanto, un día mediocre. Uno de tantos. Ambientaron la habitación como si de un templo se tratara. La idea más original era la del espejo ocupando todo el raso del techo. Aquella tarde, lo más sagrado que se podía adorar era la imagen, por lo que los demás espejos, uno flanqueando el lado de la cama más alejado de la ventana, y, el otro, colocado en la pared que colindaba con el cabecero de la cama, no resultaban inapropiados. También había una única vela, alta y gruesa, cuya imagen, reflejada en todos los espejos, llegaba a ser caleidoscópica. Vivo en un bloque de pisos donde habitamos cuatro matrimonios. Es una comunidad donde todos nos llevamos bien, pero, en especial, el matrimonio que vive enfrente nuestro y nosotros. Nos conocemos desde apenas hace dos meses, pero siempre salimos juntos los fines de semana, y algunos días de diario. Él y yo, además, somos compañeros de trabajo, pero he de reconocer que me llevo mejor con su mujer. Es una chicha simpática, de unos 30 años, delgada, con pecho más bien pequeño, pero de cintura para abajo, el cuerpo mejora, ya que tiene un culo firme y apretado, y unas piernas como a mí me gustan, largas y macizas. La verdad es que, entre ella y yo, nos encargamos de amenizar las veladas de los cuatro cuando salimos por ahí, contando cosas graciosas y metiéndonos con todo el mundo. Su nombre es Eva, y el de su marido Emilio. El de mi mujer es Mari, y el mío Fran. Sé que ella me gusta, nunca he intentado nada, porque la tengo como una de tantas mujeres que me gustan, sólo para eso, para mirarlas y contemplarlas. Yo no sé si a ella le gustaré, pero la verdad es que nos llevamos muy bien, y no hay día que no entre en mi piso a decirle algo a mi mujer. Muchas veces, cuando ella entra, estoy yo en un cuarto aparte, haciendo cosas con el ordenador. Ella, cuando no me ve en el salón, siempre pregunta a mi mujer por mí, y entra, hasta el cuarto del ordenador, para ver lo que estoy haciendo. Miramos juntos páginas de Internet, comentamos cosas, y yo cuando la tengo cerca, intento poner mi brazo de tal manera que, con mi codo, pueda tocar alguna parte de su cuerpo. Yo siempre estoy sentado y ella detrás de mí, de pie. Cuando quiere escribir algo, tiene que hacerlo sobre mí, y yo noto cómo apoya sus tetas sobre mis hombros. También noto, cómo cuando estamos sentados, y estamos hablando los cuatro, que ella si está a mi lado, y cada vez que me dirige la palabra, pone la mano sobre mi pierna, como el que no quiere la cosa. Además, muchas veces, cuando su marido trabaja en un turno diferente al mío, a mí me gusta invitarla para que tome café en mi piso, con mi mujer y conmigo, y así pasar la tarde hablando de nuestras cosas. Me gusta siempre sacar conversaciones sobre ropa interior, o temas parecidos que me pongan cachondo, para así poder saber algo más de sus intimidades. Un día por ejemplo, le dije que a mi mujer le había comprado un tanga color morado, y ella empezó a contarnos que ella tenía muchos, de varios colores. Pero que normalmente se los ponía en verano, y cuando iba a fiestas. Le gustaba vestir bien por dentro tanto como por fuera. Así, que yo me imaginaba que cada vez que salíamos a dar una vuelta, y ella iba vestida elegantemente, seguro que llevaría debajo lencería bonita y erótica. Otro día, Eva, vino a mi casa para ayudarle a mi mujer a depilarse las piernas. Yo estaba en el sofá viendo la tele, y ellas a lo suyo. Mi vecina se probaba a menudo la maquinilla en sus piernas y para ello se subía el pantalón del chándal hasta las rodillas. Yo le miraba las piernas, intentando imaginarme el total de las mismas, y sobre todo su parte alta. En unas de las veces ella me dijo: - Fran, toca mis gemelos y verás cómo deja esta maquinilla las piernas de suave" - Yo le toqué la parte de la pantorrilla y noté que tenía las carnes de la pierna muy blandas. - Tienes las pantorrillas flácidas, ¿eh? - le dije yo. - Sí, la verdad es que no estoy muy contenta con mis piernas. Son muy gordas y poco prietas- me contestó. - No creo que sea así. Además, a algunos hombres les gustan las piernas como las tuyas. La verdad es que ella se veía unas piernas muy feas, pero yo creo que no estaban nada mal. Me ponía cachondo ese tipo de piernas, macizas, sin llegar a ser gordas y flácidas. Subí la mano hasta sus muslos, eso sí, por encima del chándal, para comprobar si por aquella zona eran iguales. - No, por aquí arriba las tengo algo más duras- me dijo Eva. Era verdad, yo lo único que quería era tocarle las piernas como fuera. En otra de las reuniones, que tuvimos los cuatro en mi piso, ella y su marido nos enseñaron unos vídeos que habían grabado en unas vacaciones. Eva tenía el mando a distancia y, siempre que salía ella, paraba la imagen y la rebobinaba para que la viéramos otra vez. - Mirad, veis, aquí estamos en la playa de Torrevieja, - ella aparecía en bikini en la pantalla, - ves Fran, cómo mi cara engaña, parezco delgada vestida, pero mira que cuerpo tengo de cintura para abajo. - me dijo dirigiéndose a mí. Estaba delgada de cintura para arriba, como he dicho, pero, de cintura para abajo, estaba maciza, no gorda como ella se creía. Además, su culo era firme y enhiesto. Salía otra imagen, vestida con un traje de chaqueta. La paraba y rebobinaba para que la viésemos mejor. La verdad es que estaba muy elegante. Cierto día, quedamos los cuatro para ir a la capital de la provincia, a comprar algunas cosas. Nos fuimos en mi coche. Cuando ellos salieron, pude ver a Eva vestida con una chaqueta gris, una camisa de color fucsia y una falda hasta las rodillas color gris, a juego con la chaqueta, y una raja en un lateral. Llevaba puestas unas medias negras, que simulaban un dibujo de red, y calzaba unos zapatos negros, con un tacón de tamaño mediano. Eva se sentó en el asiento trasero detrás de mí, y su marido Emilio, detrás de mi mujer. Cuando llegamos a la capital, y cada vez que nos bajábamos, todos salíamos del coche, y la última en hacerlo era Eva. Yo miraba a través de la ventanilla, y entonces ella procedía a bajarse del vehículo, y al hacerlo, podía ver por la raja que llevaba en la falda, gran parte de sus piernas cubiertas por aquellas medias que me ponían a cien. Como tuvimos que hacer varias gestiones, fueron muchas las veces que nos subimos y bajamos al coche. Todas las veces que nos bajábamos se repetía la situación. Yo, como ya lo sabía, me bajaba extremadamente rápido, para adelantarme a ella, pero siempre era igual, aunque me bajara despacio, ella permanecía un rato en el coche, hasta que a mí me veía de pie, junto a su ventanilla. Yo notaba que cada vez eran más exagerados sus movimientos, y cada vez podía alcanzar a ver más parte de su pierna. Claro que todo esto puede ser que sólo estuviera en mi mente, a mí me gustaba pensar que ella lo hacía adrede, pero la realidad era que tan sólo era casualidad. A la hora de comer, nos fuimos al McDonalds. Emilio entró en el servicio, y Eva se quedó con nosotros. Ella le estaba contando a mi mujer algo sobre la ropa que llevaba puesta, así que como a mí me interesaban esos comentarios me uní a la conversación. - ¿Has visto Fran, qué medias más chulas llevo? - me dijo al verme interesado. - Claro, están guapas, esas son de las que a mí me gustan. Con dibujos grabados en forma de red fina. - No son grabadas - me dijo, mirando a mi mujer. - Es que llevo puestas dos medias. Me puse las de red primero, pero creí que iba a pasar frío y me puse un panty negro encima. Esta revelación, unido a que se subió la falda por encima de las rodillas, para dejarme ver mejor las medias, me puso bastante cachondo. Me gustan mucho las medias de las mujeres, y la verdad es que éstas, en sus piernas, eran preciosas. Miré el trozo de pierna que hay por encima de las rodillas que me mostró. No estaba yo acostumbrado a ver esta parte del cuerpo, ya que casi siempre, lo máximo que le veía era hasta las rodillas, ya que imperaba la moda de las faldas largas. Comimos y decidimos ir al cine. Yo caminaba detrás con mi mujer, y delante iba Eva y su marido. No podía evitar fijarme en ese culo prieto, que había debajo de la falda, y que se movía insinuante a cada paso que ella daba. Entré el último en la sala, y no sé cómo se las apañaron, pero, de los cuatro asientos que cogimos, los dos centrales nos tocaron a Eva y a mí. La película estaba interesante, pero era larga. Llegado a un momento de ésta, Eva, se ve que estaba incómoda, subió sus piernas para quedarse sentada sobre ellas, de manera que sus rodillas tocaban mi mano, que estaba apoyada inocentemente en el brazo común de su sillón y el mío. No puede seguir el resto de la película, sólo me concentraba en los dedos de mi mano izquierda, que estaban en contacto con sus rodillas. Miré hacia abajo, y con la claridad que daba la imagen en la pantalla, pude apreciar que la falda se le había subido un poco al adoptar aquella postura. Las medias de red, a la altura de la rodilla estaban muy estiradas. Notaba claramente en mis dedos, el suave tacto de los panty, y las ondulaciones de las medias de red que llevaba debajo. Tuve otra intensa erección, otra de tantas que había tenido aquella tarde. Cuando salimos del cine, ya había oscurecido. Íbamos, mi mujer y yo, comentando la película, y escuchaba a Eva decirnos a todos desde atrás: - Joder, qué punto, ahora tengo calor en las piernas con tantas medias. - mickja 2003 |