Virginia Woolf escribe en Angel de la casa:

Y mientras estaba escribiendo esta reseña, descubrí que, si quería

dedicarme a la crítica de libros, tendría que librar una batalla con

cierto fantasma. Y ese fantasma era una mujer, y, cuando conocí mejor

a esta mujer, le di el nombre de la protagonista de una famosa poesía. "El Angel de la Casa". Ella era quien solía obstaculizar mi trabajo,

metiéndose entre el papel y yo, cuando escribía reseñas de libros. Ella

era quien me estorbaba, quien me hacía perder el tiempo, quien de tal

manera me atormentaba que al fin la maté.......La describiré con la

mayor brevedad posible. Era intensamente comprensiva. Era intensamente

encantadora. Carecía totalmente de egoísmo. Destacada en las difíciles

artes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo para

comer, se quedaba con el muslo; si había una corriente de aire, se

sentaba en medio de ella; en resumen, estaba constituida de tal manera

que jamás tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería siempre

adherirse a la opinión y al deseo de los demás. Huelga decir que sobre

todo era pura. Se estimaba que su belleza constituía su principal

belleza. Su mayor gracia eran sus rubores. En aquellos tiempos, los

últimos de la reina Victoria, cada casa tenía su Angel. Y, cuando

comencé a escribir, me tropecé con él, ya en las primeras palabras.

Proyectó sobre la página la sombra de sus alas, oí el susurro de sus

faldas en el cuarto. Es decir, en el mismo instante en que tomé la pluma

en la mano para reseñar la novela escrita por un hombre famoso, el Angel

se deslizó situándose a mi espalda, y murmuró: "Querida, eres una

muchacha, escribes acerca de un libro escrito por un hombre. Sé

comprensiva, sé tierna, halaga, engaña, emplea todas las artes y

astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que alguien sospeche que tienes

ideas propias. Y, sobre todo, sé pura". Y el Angel intentó guiar mi

pluma."

"Me volví hacia el Angel y le eché las manos al cuello. Hice cuanto pude para

matarlo. Mi excusa, en el caso de que me llevaran ante los tribunales de

justicia, sería la legitima defensa. Si no lo hubiera matado, él me hubiera

matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis escritos. Sí, por cuanto, en el

mismo momento en que puse la pluma sobre el papel, descubrí que ni siquiera la

crítica de una novela se puede hacer, si tener opiniones propias, sin expresar

lo que se cree de verdad, acerca de las relaciones humanas, de la moral y del

sexo. Y, según el Angel de la Casa, las mujeres no pueden tratar libre y

abiertamente esas cuestiones. Deben servirse del encanto, de la conciliación,

deben, dicho sea lisa y llanamente, decir mentiras si quieren tener éxito. En

consecuencia, siempre que me daba cuenta de la sobra de sus alas o de la luz de

su aureola sobre el papel, cogía el tintero y lo arrojaba contra el Angel de la

Casa. Tardó en morir. Su naturaleza ficticia lo ayudó en gran manera. Es mucho

más difícil matar a un fantasma que matar una realidad. Siempre regresaba

furtivamente, cuando yo imaginaba que ya lo había liquidado. Pese a que me

envanezco de que por fin lo maté, debo decir que la lucha fue ardua, duró mucho

tiempo, tiempo que yo hubiera podido dedicar a aprender gramática griega, o a

vagar por el mundo en busca de aventuras. Pero fue una verdadera experiencia,

una experiencia que tuvieron que vivir todas las escritoras de aquellos tiempos.

Entonces, dar muerte al Angel de la Casa formaba parte del trabajo de las

escritoras.