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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Cine

Por qué Hollywood es de izquierda

Parece requisito indispensable pertenecer al ala progresista para ser alguien en Hollywood. Pero esto obedece, más que a las convicciones, a una agenda de relaciones públicas

DICIEMBRE, 2006. Hace años, cuando promocionaba la cinta Bluebreaker, se le preguntó a Robert Redford cuál era el giro político que trataba de dar a sus películas. "No quisiera categorizar, pero si fuera necesario los ubicaría en la izquierda", respondió el actor. "Desde ahí puedo manejarme con más congruencia y honestidad. Después de todo, el cine siempre ha tenido un matiz de izquierda".

Una opinión similar la da el director Robert Altman: "Por supuesto que como cineastas debemos estar comprometidos con las ideas de izquierda", señaló en una entrevista con Rolling Stone. "Es nuestro compromiso con las causas y las clases populares", mientras que la actriz y activista Janeane Garofalo lo resume de otro modo: "quien se dedica al entretenimiento y no es de izquierda es un idiota".

La militancia de izquierda no es nada nuevo en Hollywood, naturalmente, pues desde tiempos de Charlie Chaplin gran parte de los guionistas, actores y productores se han manifestado simpatizantes de esa tendencia, momento que, claro, tuvo su momento más álgido durante los años cincuenta, etapa conocida hoy como "cacería de brujas" del senador McCarthy (Curiosamente, cuando cayó el Muro y se abrieron los archivos de la KGB, resultó que muchas de esas "víctimas de la paranoia" sí recibían transferencias de la URSS para actuar como espías, entre ellos el guionista Donald Trumbo, que participó en Espartaco).

Una prueba tácita de esta tendencia radica en un hecho claro e incuestionable: ¿cuántas películas épicas recuerda el lector que Hollywood haya filmado en referencia a la caída del Muro de Berlín? ¿Cuántas respecto a la tiranía en Corea del Norte o que denuncien a la dictadura cubana?

La reciente invasión estadunidense a Irak exacerbó la indignación de la izquierda hollywoodense. Durante la entrega de los Óscares en el 2003 Michael Moore tomó atacó al presidente Bush y posteriormente el mexicano Gael García Bernal tuvo la desafortunada puntada de afirmar que "si Frida Kahlo viviera hoy, también estaría en contra de la guerra", esto en referencia a alguien que toda su vida apoyó a la dictadura estalinista.

Pero finalmente cada quien es libre de creer en lo que se le pegue la gana, aun si con ello se cae en la hipocresía más delirante. ¿Cuántas veces no hemos sabido de esa celebridad que cobra millones de dólares por actuación y que amargamente se queja de la "injusta distribución de la riqueza" en el mundo o de esos directores que censuran en sus filmes el consumismo pero que cada año cambian de auto último modelo?

La pregunta aquí es: ¿Por qué los actores de Hollywood --y de casi todas partes; la pauta parece ser universal-- se declaran simpatizantes de la izquierda? ¿Acaso el poseer talento artístico les da patente para expresar lo que sea, aun si se trata de tonterías inconmensurables?

Aparte de los arriba mencionados, otras celebridades de Hollywood que suelen manifestar simpatías por la izquierda (algo que ellos prefieren llamar "posturas liberales" o "progresistas") se encuentran Barbra Streisand, Julia Roberts, Susan Sarandon, Whoppi Goldberg, Danny Glover, Warren Beatty, Nick Nolte, Jessica Lange y Jack Nicholson. Entre los directores la tendencia es casi total: Ridley Scott, Sam Mendes, Rob Reiner, Steven Soderbergh, Brian de Palma, Spike Lee, Martin Scorcese y David Cronenberg, entre muchos más, se han declarado simpatizantes de la izquierda. Por supuesto que la lista estaría incompleta sin Michael Moore.

Evidentemente esta tendencia marca, aunque suene a perogrullada, lo tendencioso de Hollywood. No importa que muchas de estas películas con tinte francamente izquierdista atraviesen por la indiferencia del público. Para esos casos siempre estará la simpatía de los críticos, la mayoría de ellos también de similar inclinación.

Debe haber otras razones. Y las hay. Detrás de esa débil explicación, como indicaba Altman, de que se trata de películas "que defienden a las clases bajas", existen factores bajo ese argumento superficial. Veamos algunos.

La prensa difunde todo lo que digan. Leímos en los periódicos todas las declaraciones del actor Sean Penn contra la guerra en Irak y de prácticamente todos quienes asumieron posiciones críticas. ¿Pero por qué no supimos de los actores que estuvieron a favor o al menos se mostraron neutrales? Sencillo: la prensa no se interesa en lo que tengan que decir.

Así, las voces discordantes, entre las que destacan no sólo Bruce Willis sino también Adrien Brody o de Robert Duvall apenas y se dejan escuchar. Mostrar una postura no-progresista equivale a recibir el desprecio de los medios.

Y no se crea que ello viene en relación con la reciente invasión a Irak. Ninguna otra figura de Hollywood recibió tanta atención en los años sesenta como ocurrió con Jane Fonda. Barbarella, un filme skitch protagonizado por ella y francamente malo recibió críticas que hubieran sido más drásticas de no haber sido porque Fonda había mostrado sus simpatías hacia el Vietcong y dudaba que tras la cortina de hierro existiera represión y mordaza a la libre expresión. Cuando fue a visitar a las tropas del Vietcong prácticamente dejó atrás en menciones periodísticas a actrices con mucho más talento que ella. Sin embargo aquello no dejaba de ser una afrenta a su propio país; ¿habría habido semejante cobertura si alguna figura de Hollywood visitara la Alemania nazi durante la segunda guerra?

Resumidamente, el asumir posturas progresistas es parte de las relaciones públicas de los actores pues es así como ganarán más comentarios publicados en la prensa. Y si ello alimenta el ya de por sí inflado ego de muchas de ellos, pues qué mejor.

Hay que denunciar la avaricia capitalista. No deja de ser una gigantesca paradoja que los estudios cinematográficos más exitosos del mundo sean de capital privado pero que con frecuencia metan zancadillas a los estudios más pequeños y que en Hollywood hayan formado un monopolio donde no se filma si no es dentro de sus condiciones. 

Si en algún lugar impera ese "capitalismo salvaje" es en Hollywood, con esas desigualdades en salarios que curiosamente suelen ser motivo frecuente de denuncia en los guiones de sus películas; esa diferencia va entre los 20 millones de dólares que cobra un actor cotizado y los salarios que reciben los utileros, staff, maquillistas y dobles, en comparación, son irrisorios. ¿Por qué Hollywood no ve hacia sus entrañas?

El jardinero fiel, una cinta reciente, muestra a un Ralph Fiennes sentado, impotente, a las afueras de una multinacional. La cámara se ve alejando hasta que el actor queda como hormiga ante el tamaño de ese mastodonte avaricioso. Lo irónico (y patético) es que esta cinta, cuyo argumento denuncia los trusts de las compañías farmaceúticas, fue distribuida por Universal que es, precisamente, un conglomerado que ha devorado estudios fílmicos, compañías disqueras, editoriales y páginas web.

Sin embargo la izquierda hollywoodense se considera un ente alejado del resto de los mortales y por tanto su doble moral no debe verse más que como una consecuencia de tener que moverse en un sistema capitalista. Lo curioso del caso es que, esas mismas contradicciones son las que ha denunciado en cintas como Erin Brokovich y Wall Street, sin que por un momento se la haya caído la lengua, o dentro de su argot, un rollo de película.

Los filmes de corte religioso son muy convencionales y por ello hay que evitarlos. Luego del estreno de The Passion of the Christ, varios actores y directores manifestaron que "nunca" volverían a trabajar con Mel Gibson con lo que creaban una "lista negra" y hacían lo mismo de lo que ellos amargamente se quejaban en los años del "macartismo". 

Y es que aparte de ello, Gibson hizo pedazos la creencia de Hollywood mencionada al principio. Esa película no sólo dejó en evidencia que cintas como Kill Bill, que explotan la descomposición social, con todo y los millones invertidos en publicidad, poco o nada pueden conseguir cuando otro tema realmente interesa a los espectadores. 

Resulta extraño cómo una industria que produjo cintas tantas cintas épicas religiosas ahora rehuya al tema de la manera más infantil y que opte por no ganar los millones en dólares que podría recaudar con este tipo de temas (como Gibson les mostró hace poco). Ni siquiera una figura como Juan Pablo II les causa interés: casi como excepción, la única cinta sobre el desaparecido pontífice es protagonizada por Jon Voight, alguien que no simpatiza mucho que digamos con la izquierda hollywoodense. 

Sin embargo los grandes estudios están impacientes por el estreno en cine de El Código da Vinci la cual, si llega a reflejar fielmente lo escrito por Dan Brown, su mensaje antirreligiso será, lo mínimo, controversial.

Por supuesto que una industria que se quejó de lo "extremadamente violenta" que era La Pasión del Cristo pero que ya piensa en filmar la tercera parte de la semigore Kill Bill no merece siquiera el respeto del sentido común.

Lo único que hace Hollywood es retratar la realidad de Estados Unidos. Este es uno de los argumentos más manoseados, y aun así hace poco lo empleó Martin Scorcese al defender su New York Gangs. De ser así ya tendríamos por lo menos un par de películas respecto al francoritador de Washington y sin embargo no existen proyectos a futuro. La razón es simple: los medios remachaban que el autor era un supremacista blanco o un fanático religioso, y sólo hasta que se supo que en realidad eran dos personas de color el asunto fue hecho discretamente a un lado. Pero esto ocurrió en Estados Unidos, ¿por qué entonces los grandes estudios no refrendan esta excusa común?

Aunque Hollywood suele subestimar al público, éste no es tonto. Éste sabe que, por el afán de defender su muy particular agenda, existe un divorcio con la realidad pues lo que Hollywood considera parte de la sociedad norteamericana (abortos, divorcios, violencia) no dejan de ser más que su visión muy particular así como de sus sus guionistas, algo que, irónicamente, se ha convertido ya un cliché de la izquierda contemporánea.

Ante lo anterior no extraña que el 2005 haya sido un año bastante malo para Hollwyood. Si exceptuamos Fahrenheit 911 de Michael Moore --cinta que tuvo un despegue espectacular pero que a la semana cayó en taquillas-- la politiquería hollywoodense fue menospreciada por el grueso del público. Y si la industria persiste en lo mismo este 2006, la tunda en taquillas podría repetir esos derroteros.