Menú principal

Algunos artículos y declaraciones efectuados entre el 3 y 8 de mayo de 1.998 sobre Antonio Herrero Lima.

 

Pablo Sebastián. He visto en Antonio Herrero la fuerza limpia del periodismo democrático iluminando las mañanas de la radio. He seguido, junto a él, sus más recientes y apasionados pasos en pos de un periodismo independiente. Abriendo puertas con la cabeza alta y las manos limpias por entre las pasiones de la política y las intrigas de los más poderosos.  Las que se han lanzado, de un tiempo a esta parte, sobre el terreno de la información, convertido en campo de Marte del poder político y de la lucha ideológica. Una invasión que no ha cesado aún y que Antonio Herrero combatió con todas sus fuerzas, que eran muchas, a diestro y siniestro.  He visto a Antonio Herrero convirtiendo su programa de radio, allá por donde fue, en una bandera de libertad y tierra generosa de asilo -como lo ha sido la Cope, de la mano de la Conferencia Episcopal para todos nosotros- en estos tiempos difíciles para la libertad de expresión. Y de los que siguen, y también de los que vendrán.  A Antonio Herrero le ha estallado el corazón en plena pelea, en pleno triunfo profesional, cuando su programa La Mañana de la COPE era y es el punto de referencia más independiente y plural del periodismo español, con la mayor audiencia (desde la menor cobertura territorial de todas las grandes cadenas de la radio) y con la fuerza limpia de la información en su palabra, que irrumpía como un relámpago al amanecer.  Antonio Herrero era, sin duda de ningún tipo, un puntal del periodismo español que no tiene parangón, por su fuerza y juventud. Ni podrá tener sustitución, por lo que era, lo que representaba y lo que defendía con tanta honradez y convicción.  Antonio Herrero nos deja un vacío enorme, un ejemplo magnífico y una clara señal: la dirección inequívoca de la libertad y de la verdad. Y un mágico recuerdo de amigo, persona entrañable y generosa que nunca, nunca, podremos olvidar

 

 

 

 

 

Luis María Anson.- El académico de la Lengua y ex director de ABC afirmó visiblemente apesadumbrado: «Fue el gran renovador del periodismo radiofónico español». Anson no escatimó elogios a la figura periodística de Herrero: «Nadie podrá cubrir con la eficacia con que él lo hizo la información radiofónica de la mañana».

Luis del Olmo.- «Estoy desolado, porque no hago más que pensar en sus hijos», afirmó el director de Protagonistas, de Onda Cero, con la voz ahogada por la emoción. «Es un golpe muy duro para la radio. Tanta competencia, tantos madrugones, tantas horas dedicadas al apasionante mundo de la radio, para que luego una cosa así te deje fuera de combate».

Iñaki Gabilondo.- El director del programa Hoy por hoy, de la Ser, se mostró sorprendido e impactado por el fallecimiento del periodista. «Me siento más impactado personal que profesionalmente».

La familia Real, los Reyes y  el Príncipe de Asturiasy los Duques de  Lugoy los de Palma, enviaron telegramasde  pésamea la familia deAntonio Herrero. Expresaron a la viuday a sus hijos su dolor y pesar por lo sucedido

Jesús Gil.- El alcalde de Marbella calificó de «mazazo» la noticia. «Era un hombre leal y amigo de sus amigos».

Elías Yanes.- El presidente de la Conferencia Episcopal declaró: «Siento una gran pena por la muerte de este hombre lleno de vida, de ganas de vivir y de proyectos. A lo largo de estos años mantuvimos relaciones de amistad y estrecha colaboración. La radio española ha perdido un excelente profesional. No quiero pensar en lo que va a significar su pérdida para la cadena de la Iglesia».

Isabel Tocino.- La ministra de Medio Ambiente señaló que ella es «una de las amigas que deja huérfana Antonio Herrero». Le definió como un hombre «entregado en alma y cuerpo a su profesión, de la que era un apasionado», e indicó que su dolor es «el de muchos españoles, que se han quedado sin una voz que nos animaba a vivir la vida».

Jaime Mayor Oreja.- El ministro de Interior destacó la independencia y su exigencia en la defensa de la libertad. «Es una pérdida irreparable», subrayó.

Federico Trillo.- El presidente del Congreso definió a Antonio Herrero como «un corazón enamorado de la independencia y de la libertad».

Antonio Romero.- El coordinador general de IU-LV-CA, Antonio Romero, mostró a Efe su «gran conmoción personal». «La democracia ha perdido a un gran periodista y a un gran comunicador, con mucho coraje y una gran entrega a su trabajo». Romero colaboraba en el programa de Herrero.

 

 

 

 

 

Luis Herrero .- «Transmitía una imagen distorsionada. En su profesión, parecía aparentemente belicoso, vehemente, demasiado apasionado. Todo era fruto de una convicción profunda: Antonio creía en la verdad, en la honradez profesional, y no se ponía al servicio de nadie». «Era un periodista de raza y siempre decía que éste no es un oficio de mercenarios. El luchaba por una España más libre, por una España mejor».«Nunca estuvo dispuesto a venderse». «Ante todo, quiero destacar su pasión por la vida y por el periodismo».

José María García. «Se ha muerto un amigo, no tengo palabras»

Jaime Campmany .- Era alegre este Antonio Herrero, alegre y borbotón como las almas limpias, herrero y panadero, cazador de noticias, sembrador de palabras, componedor y acercador de voluntades y opiniones, honor de las ondas por donde fluye el sonido con el que nos comunicamos, la unamuniana sangre del espíritu. Y eran también puro y madrugador, despetador y veraz, atento a todos los sucesos y a todas las gargantas, gritos o silogismos. Y había madrugado siempre y en todo. Madrugaba en el trabajo, madrugaba en su profesión, se adelantaba al sol en la noticia, madrugaba siempre en la amistad, y ahora, tristemente, ha madrugado en la muerte".

Federico Jiménez Losantos .- En la radio había reunido o acogido a cuantos tenían algo que decir y no encontraban lugar o libertad para decirlo. En los últimos años sufrió una feroz campaña de desprestigio por parte del felipismo, empeñado en cerrar su programa. Pero la audiencia no menguó; creció. En el momento de su muerte era el hombre que concentraba todos los odios de los que tenían un pasado delictivo o un presente delictuoso, pero también representaba la esperanza de cuantos aspiraban a un periodismo popular, crítico y ético. De honradez acrisolada, amante de la vida sencilla, volcado en su trabajo. Herrero deja con su muerte un hueco irremplazable entre los españoles amantes de la libertad".

Ignasi Guardans (La vanguardia) Herrero fue, sin duda, un gran comunicador, capaz de electrizar cada mañana a decenas de miles de oyentes, transmitiéndoles su peculiar y controvertida concepción de la verdad. Desde su llegada a las ondas matinales asumió un liderazgo radiofónico en el que se rechazaba a priori toda frontera entre opinión e información.

Pablo Sebastián.- Antonio Herrero era, sin duda de ningún tipo, un puntual del periodismo español que no tiene parangón por su fuerza y juventud. Ni podrá tener sustitución, por lo que era, lo que representaba y lo que defendía con tanta honradez y convicción".  

Luis Ventoso.- (Diario 16)  Un buen montón de ciudadanos despejaban sus legañas a horas intempestivas escuchando las trompetas de Herrero. Unos lo seguían porque sintonizaban con su ideario conservador. A otros les estimulaba escuchar en pleno bostezo a un señor tan dinámico. Había, en fin, izquierdistas que se sometían a la soflama para sentir el placer agrio de la ira".

Ramón Tamames .-  El recuerdo de Antonio Herrero va a ser imborrable en muchas facetas, como un dolor prolongado por una vida quebrada en plena juventud, por su riqueza irrecuperable de capacidades profesionales humanas. Descanse en paz el gran amigo, el entrañable compañero. Y a Cristina y a sus cinco hijos, el abrazo en busca de imposible consuelo.

José Sánchez  (obispo) Siempre recordaré a Antonio Herrero como un niño grande. Mezcla de ingenio y de pillo, vital, apasionado, inquieto, animado de la mejor intención de hacer bien las cosas, pero, de repente, sorprendido a sí mismo o por los demás en un fallo que le hacía poner cara de inocente y prometer no volver a hacerlo. Después, como los demás, "los mayores", no lo dejaban en paz, porque parecía que la tenían tomada con él y el genio le podía, volvía a hacer una de las suyas y... vuelta al compromiso de portarse bien.

 

 

Luis Oz.- Creó estilo e hizo escuela. Se enfrentó a los más grandes y triunfó en el medio más competitivo de la comunicación española: la radio privada. Hizo de la crítica del poder y de la independencia profesional su bandera, y arremetió contra la corrupción allí donde la descubrió como pocos periodistas españoles se han atrevido a hacer. A quienes lo acusaron de sectario les dio una doble lección diaria, primero en Antena 3 Radio y en los últimos años en la Cope: no callando nunca y acogiendo en sus micrófonos a todos los excluidos por el sectarismo de sus enemigos. La Mañana de la Cope, su programa de más éxito, llegó a tener, según el último Estudio General de Medios, 1.764.000 oyentes entre las seis y las 10 de la mañana, por delante, a esas horas, de todos sus competidores. Su mundo estaba hecho de verdades y de mentiras, de blancos y de negros, de culpables e inocentes. En la España del pelotazo fácil, de los Roldanes y los Rubios, de los GAL y las Filesas, no hubo otro profesional de radio que se comprometiera más a favor de la verdad. Quienes se empeñaron y siguen empeñados en echar tierra sobre esas verdades lo desprestigiaron y lo condenaron a la hoguera. Llamar predicador a Antonio Herrero por lo que hizo es un elogio y no un insulto. Llamarlo sectario es una flor cuando las acusaciones venían casi siempre de personas empeñadas en ocultar los escándalos más graves.

Martín Ferrand, Julián Lago, Pablo Sebastián, Nicolás Redondo, José Luis Gutiérrez, Pedro J. Ramírez, Antonio Romero, Luis María Anson, Amando de Miguel, Federico Jíménez Losantos, el juez Navarro... Sus tertulianos forman la mejor escuadra del periodismo español fuera del campamento de Prisa. A los oyentes les dio un defensor que nunca habían tenido. A las mañanas de la radio, una frescura y un atrevimiento que muchos echarán de menos. A la información, una sinceridad que los abanderados del periodismo políticamente correcto siempre considerarán blasfemo. Cuando, hace pocos días, la maquinaria del poder vendió como inevitable que los servicios secretos -el Cesid- tienen que bordear la ilegalidad, Antonio Herrero respondió: «Los están intoxicando y engañando. Es una mentira». «Diga simplemente que no es verdad, es mucho más bonito», le aconsejó una oyente. «¿Por qué, si estoy convencido de que es mentira?», insistió Antonio Herrero. «Mentir es una palabra contundente y bellísima». Nunca cerró los micrófonos a quienes pensaban de otra manera. Nunca ocultó sus preferencias ideológicas, pero hizo lo que pudo para que, en su radio, se escucharan todas las opiniones. Pocos de sus críticos pueden decir lo mismo.

 

 

 

Martín Prieto .- Probablemente el hombre es una pasión inútil y contra la máxima existencialista te levantas cada mañana trocando la lucidez depresiva por un optimismo voluntarista y de utilería. Llamaban a casa los amigos para dar la increíble nueva de la muerte de Antonio Herrero topando con mi balbuciente madre, acabada de estrenar su viudedad largamente meditada y azacanado yo en devolver al polvo a un mendigo de la Historia española. La muerte lo aclara todo; esa eyaculación que despeja el cerebro es a la postre piadosa excepto para quienes se quedan. El comunicador radiofónico llega siempre más lejos que el del papel o la televisión, forjando complejas complicidades con su auditorio. Ya no recuerdo quién presentaba los telediarios de la UCD o quién era el columnista de moda en los 60, pero es nítida la memoria de Bobby Deglané o de José Luis Pécker para las generaciones que escucharon sus voces. Antonio Herrero es doblemente irrepetible por ser bastión frente a lo políticamente correcto, que es a las relaciones sociales lo que la formica a la caoba. Sus defectos y excesos tendría como todo nacido de mujer pero cuando el periodismo fronterizo, que quiere ver un poco más allá, se encuentra en retroceso, aislado en francotiradores, ante una masiva y bovina aceptación de la hipocresía y las buenas y hueras maneras, la muerte de Herrero, prematura como todas, hace buenos los versos de John Donne anunciando que las campanas doblan también por quienes las estamos escuchando. La guerra civil entre medios de comunicación está sentenciada a favor de los de siempre, que no conceden cuartel ni aunque te acabes de ahogar. No hemos judicializado la política sino la verdad y los pocos heraldos que le van quedando no demostrarán otro camino que el sacramental.

 

 

 

 

 

Federico Jiménez Losantos .- Es difícil pensar que si mañana temprano pongo la radio no escucharé la voz inconfundible de Antonio. Es muy difícil creer que si llama Mónica ya no será porque Antonio quiere hablar conmigo. Es casi imposible admitir que cuando Nico, Cristina, Pilar o cualquiera de los amigos de La Mañana me hablen sobre el comentario del día siguiente no podrán decirme: «¿Qué le dejas a Antonio?». Es insoportable hacerse a la idea de que ha sido él quien me ha dejado, quien nos ha dejado para siempre, después de habernos dado lo que sólo ahora nos falta ya del todo. Si los héroes tienen que morir jóvenes, Antonio ha muerto como los héroes. Si los buenos tienen que morir antes de tiempo, Antonio ha muerto mucho antes. Si los amigos de verdad son irreemplazables, pocos habrá en la vida de quienes lo hemos tratado durante todos estos años que puedan dejarnos tan solos, tan terriblemente solos.

Tengo sobre la mesa muchas fotos con Antonio que no quiero mirar. Estará la de Ronda, cuando hicimos aquella excursión con los niños, en un verano tremendo. Estará la de la Zarzuela, cuando el Rey nos recibió a los fundadores de Antena 3 de Televisión: Luis, Víctor, Antonio y yo, en un día que recuerdo con nubes y claros. Estará la que nos hicimos en la presentación de La Dictadura Silenciosa los decaídos apóstoles del antifelipismo, incluido el Iscariote. Estará la de todos los miembros de la nueva tertulia en la Cope, después de habernos trasladado allí desde la calle Oquendo, donde empezamos. Estará la de los componentes de El Paseíllo, imitando a los Mosqueteros con la mano en un libro recién salido. Estará ésa que no recuerdo y que no debo ver, porque me hará saltar las lágrimas. Tengo que escribir que Antonio ya no está, que ya no va a estar más, aunque siempre nos acompañará su recuerdo, aunque ya forme parte indeleble de nuestra vida más vivida y sea muerte de nuestra propia muerte. Ay, Antonio amigo, cómo te has equivocado ahora, pero de verdad, yéndote antes de hora, cuando tu única obligación era quedarte. Ay, Antonio.

Son ya muchos años, más de 10, los que llevo en la radio, grabando todos los días un comentario para su programa. Nunca me dijo lo que tenía que comentar y si alguna vez, de año en año, le preguntaba sobre un asunto delicado del día siguiente, después de decirme lo que fuera y casi siempre viendo lo que no se veía, porque Antonio le daba muchas vueltas a las cosas, añadía como un poco avergonzado: «Tú di lo que te dé la gana, yo creo que es eso, pero como tú lo veas». Y era así. Fue siempre así. En Antonio la libertad de opinión no era idea, ni norma, ni ley: era religión, con algo de superstición.

Antonio, como fuerza libre de la Naturaleza, ha tenido que marcharse en brazos de la Naturaleza. Era una garantía de libertad y se ha ido cuando peor se ponen las cosas para los libres. Habrá un antes y un después de Antonio Herrero, en la radio y en el periodismo español. Y habrá una pena sorda, sin consuelo cuando sus familiares, sus amigos, sus millones de oyentes, los que a veces para enfadarse con él, muchas otras para bendecirlo, siempre para enterarse de algo de verdad, pongan la radio y no oigan a primera hora: «Amigos, muy buenos días»; ni tampoco a mediodía: «Les habló su amigo Antonio Herrero». Antonio, Antonio, Antonio... Querido amigo mío.

 

Pedro J. Ramírez .-  La segunda peor cosa que puede sucederle a un padre es ver desaparecer a un hijo víctima de una muerte inesperada y prematura, ajena a su voluntad. De ahí esa orfandad a la inversa que durante toda esta semana ha mantenido acogotados a cientos de miles de españoles, fugazmente representados por el indefinible gentío que la otra tarde inundó de lágrimas y aplausos el recoleto Madrid de los Austrias. Hasta para sus coetáneos, incluso para muchos más jóvenes que él, Antonio Herrero era una especie de hijo adoptivo, un chaval sano y listo, al que se tenía encomendada la misión de hacer de despertador de las conciencias. De repente, una piedra surcaba la mañana de las ondas con geometría de cometa y ¡zas, catacrack, chispún!, la vitrina de un político, la fachada de un banquero, o el escaparate de la pastelería de Polanco... medio zoo de cristal que se iba a tomar por saco. Y ahí estaba él, abrochado a los auriculares y al micrófono, los mofletes siempre colorados, delatando con la sonrisa el tirachinas que apenas si trataba de ocultar a la espalda.  Si alguna vez se le iba la mano pedía perdón de corazón porque él no quería abrirle una brecha en la cabeza a nadie, sino tan sólo avisar con el estrépito de lo verdaderamente estrepitoso y, de paso, traer por la calle de la amargura a los fuleros, a los trincones y a los acaparadores de caramelos. Nadie ha hecho tan bueno el teorema de Andersen -o de quien quiera que escribiera por primera vez el cuento del vestido del emperador-, en el sentido de que son los niños y los locos quienes dicen la verdad. Como él era ambas cosas a la vez -Peter Pan que se niega a pasar por el aro de crecer, pirado hasta el límite de que su conciencia no tenía precio-, pues su denuncia llegaba con resuello doble; si no quieres taza, prepárate que una vez que escuchemos al Defensor del Oyente, te daremos taza y media.

Pero la valentía de Antonio Herrero, rayana a veces en la insensatez de quien sabe que le van a moler a guantazos y no le importa, iba siempre acompañada de una enérgica lucidez. La de alguien con firmes convicciones y un inagotable don de comunicarlas; o, mejor aun, de contagiarlas, enganchando a los demás, haciendo masa crítica, ensanchando con razones la incipiente razón civil y democrática. En un país sin tradición ni cultura política, sin usos ni costumbres liberales; en un país al que, como le faltó -según Ortega- «el siglo educador», no le quedó más remedio que hacerse ilustrado con las luces madrugadoras de la radio, este cómplice y colega se dio cuenta de lo que se esperaba de él y fue capaz de ejecutarlo.  Era la prueba andante de mi obsesiva insistencia en que el periodismo no es ni un oficio, ni una profesión -tampoco una religión o un rito- sino una de las más decentes formas de vivir que imaginarse puedan. Aunque ganaba dinero, no quería ser rico. Aunque tenía influencia, no quería ser poderoso. Aunque le invitaban a todas las fiestas, no pretendía estar de moda. Por eso no iba a ninguna. No entendía el periodismo como una palanca para llegar a nada, sino como un fin en sí mismo, un tejer y destejer en el que el medio y el mensaje están hechos el uno para el otro.

Era feliz paladeando la interminable travesura de decir en voz alta lo que los demás como mucho cuchicheaban, de señalar con el dedo a quienes por doquier sólo recibían reverencias, de levantar la liebre oculta en los matorrales de la razón de Estado, de descubrir en la aduana de su patriotismo los más diversos alijos de contrabando y, sobre todo, de contar con más chispa que nadie lo que acontecía alrededor. Mañana le sucederá el mejor de sus amigos, el más articulado de sus compañeros, el más eficaz y convincente lógico empírico de la radio, pero ni él ni nadie podrá sustituirle. Había en Antonio Herrero tal capacidad de apelar al mismo tiempo a la cabeza y al corazón, de combinar propuestas intelectuales y meras buenas vibraciones, que más vale hacerse a la idea de que -por mucho que se esmere el resto del elenco- su papel de agitador, de francotirador iconoclasta quedará desde ahora vacío en el reparto.

Basta ver la saña con que sus autodeclarados enemigos han vaci lado entre la imbecilidad del ninguneo y la maldad del escupir sobre su tumba, para darse cuenta de lo difícil que va ser prescindir de una presencia tan necesaria siquiera como contrapeso. El nuestro sigue siendo un país descuajeringado, en el que el guión se escribe con muy pocos finales y casi ningún principio. Un corralillo demasiado estéril como para permitirse el lujo de amortizar por las buenas a uno de sus contados revulsivos. Nunca jugó a aprendiz de brujo ni quiso ser hacedor de reyes, pero muy pocas personas han contribuido a moldear la salida democrática a la crisis que tuvo noqueada a España durante casi toda la primera mitad de los 90, como Antonio Herrero. Con la simplificación deslumbrante que es propia de la radio, él fue capaz de adelgazar los conceptos constitucionales, los baremos económicos y hasta los renglones del Código Penal, llegando a troquelar un tremendo espejo de evidencias que sirvió de quicio a la alternancia. No le hizo falta conspirar. Respirar -eso sí, a toda mecha- fue suficiente. Ese código común de referencias y ansiedades -regeneración ética, reequilibrio institucional, despolitización de la justicia, reforma electoral con listas abiertas, pluralismo informativo, progresión en las libertades, españolismo democrático, ecologismo militante...- es el que fue abriendo la puerta a lo que por fin no tuvo más remedio que llegar. Nada tan lógico -ni tan cómodo para él- como que de esa contribución decisiva se hiciera una somera elipsis y que las nuevas velas del poder también empezaran a inflarse en su contra. Era su sino, el de todo buen filibustero. La muerte de Antonio Herrero va a facilitar el repliegue del periodismo crítico. Aunque togas prevaricadoras hagan en Barcelona el enésimo corte de mangas al principio de equidad, llega un momento en que es imposible mantener el diapasón de la pelea. Seguiremos diciendo lo mismo y tal vez nos escuche más gente, pero inevitablemente pesaremos menos. Es tiempo de repartir la carga entre más hombros y de que aquél a quien le toca rematar, remate. Ahora que Antonio la ha perdido, tampoco nos va ya tanta vida en ello. Una reedición del felipismo habría sido insoportable, pero el último quiebro del torrente que engendramos nos permite recuperar la saludable frialdad de los neutrales. Sí, muy bien, cuidado con él, pero el baile sólo se reanudará cuando dé motivos nuevos. Insisto, ha quedado comprobado que la vida no vale sino lo que el último chapuzón. Ya hicimos lo que debíamos. Ahora que toree el maestro. Pedía, «dejadme solo». De ti no podrá quejarse. Ya te contaré, amigo, si al final resulta que llegan las cinco de la tarde y en vez del estoque saca cuchillo de palo.

Fernando Sanchez Dragó .-  Ocho de la mañana. Voy en taxi hacia la COPE, donde ya no me esperará Antonio Herrero, y me pregunto, entre semáforo y semáforo, de qué diantre vamos a hablar esa mañana en lo que hasta hace muy pocos días -no sé lo que el futuro nos deparará- era la tertulia o mesa de trabajo (así la llamaba él) más regeneracionista de cuantas salen al ágora de la sociedad civil por la boca de las emisoras de radio. Versificaba César Vallejo: un obrero se cae, y ya no almuerza..../ ¿Innovar luego el tropo, la metáfora?   Pues eso, exactamente eso. ¿Tendremos los contertulios redaños, corazón y estómago para hablar del euro, de Borrell, del inminente debate sobre el estado de la nación y de otras naderías absolutamente desprovistas de significado en momentos como éste? Antonio Herrero se nos ha ido: no hay, hoy, más noticia que ésa. Descanse, por fin, en paz, si es que sus adversarios se lo permiten. Con Antonio muere, en efecto, y así lo dije ayer a bocajarro de los micrófonos de la COPE, el periodista más regeneracionista (junto a Pedro Jota), y perdóneseme la rima consonante, de cuantos hoy empuñan péñola, cámara o dial en el ruedo ibérico. Alto valor simbólico, pues, el de la fecha del zarpazo. Tenía que producirse éste ahora y sólo ahora, en pleno centenario de la generación del 98. Sírvanos la desencarnación de Antonio para meditar en silencio, el principio, y para reflexionar luego en voz alta, muy alta, sobre al devenir y el porvenir de un país que hoy, cien años después del Desastre, sigue devanando torpemente la madeja de su identidad. Cosas de España.  “................”

Tranquilo, Antonio. Seguiremos en la brecha, no vamos a tirar la toalla, no vamos a enmudecer, no vamos a renunciar a la condición de moscas cojoneras. Te haremos también a ti, como el mayor de los Machado se lo hizo a don Francisco Giner de los Ríos. un duelo de labores y esperanza.  Eso, claro, si nos dejan Y si no nos dejan, también. Hora de la verdad. Lo es, con mayúscula, para Antonio Herrero, y lo es asimismo, con minúscula, para quienes lloran su ausencia y para quienes, por el contrario, se alegran de ella sin tapujos o por lo bajinis. Hay gente para todo, sí, y nunca faltan cuervos ni buitres alrededor de un cadáver. Homo homini lupus. La muerte, propia o ajena, nos desenmascara. Los caballeros de la Tabla Redonda dejaban siempre un sillón vacío en su cenáculo regeneracionista y lo llamaban el asiento peligroso. Antonio tuvo la osadía y la gallardía de ocuparlo. Ahora vuelve a estar sin inquilino. Las mañanas de la COPE esperan a otro guerrero que tenga el coraje, la audacia, la fuerza, el oficio, el ímpetu y la altura de miras necesarias para librar a Excalibur de su antiguo sueño de piedra. ¿Quién será, dónde estará? La incógnita, probablemente, se habrá despejado ya cuando este elogio fúnebre se publique. Seamos optimistas, aunque no es fácil. Dice la voz del pueblo que nadie es insustituible ni -menos aún- imprescindible, pero lo cierto es que Antonio lo parecía. Lo parecía, nos lo paracía a sus amigos y compañeros, y a mí aún me lo parece.

lorenzo Contreras .- Jamás desde que el periodismo hace historia, ningún periodista fallecido, trágica o naturalmente ha levantado en nuestro país la ola de conmoción, comentarios, reacciones, elogios, descalificaciones larvadas o no tan larvadas, conjeturas sobre el significado o la repercusión de su muerte, lágrimas sinceras o fingidas, remordimientos e incluso alegrías, como en el desdichado caso de Antonio Herrero, con quien, por cierto, no me unió ningún lazo de relación profesional ni de amistad, jamás solicitó mi colaboración para nada, casi no le traté, sólo fuí oyente de su programa, cuya crítica, buena, mediana o regular me guardo en sus detalles, porque tanto desde los tiempos de Antena 3 como luego en la etapa de la COPE había que saber profesionalmente por dónde iba ese espacio radiofónico; y esa tarea de escuchar por oficio tiene mucho más de acaparación de elementos para el análisis -sobre todo el político- que de invitación a tomar posturas sobre el estilo, los aciertos o los errores del mensajero. Importaba, eso sí, calcular o sopesar los efectos del programa, su grado de incidencia sobre el paisaje político, sobre el mundo de los intereses plurales y complejos que configuran el tremendo escenario de la realidad, atravesada de dramas, desilusiones, problemas y algunas esperanzas. Y en este sentido, lo más significativo que cabe decir del programa de Antonio Herrero y de su ejecutoria es que no podía resultar indiferente. Le pasaba a Herrero lo mismo que le ocurre a José María García, de quien aprendió no poco las técnicas de "llegar", de practicar incisiones, en ocasiones sangrantes, sobre la dura piel de las cosas. Que un periodista entusiasme o irrite es menos elocuente, por supuesto, que el grado de audiencia que sea capaz de conquistar. Y en este oficio, erizado, de presentar y tratar la noticia, la importancia se mide por la repercusión, por la conversión del periodista en objeto respetable o en objetivo bélico dentro de la guerra de las ondas y más allá de las ondas. No hace falta añadir, pues, que Antonio Herrero ha sido importante. ¿Qué conceptuación puede resultar más adecuada? ¿Cómo llegar de manera más precisa a la verdad del personaje?

Es curioso que sólo en muy contadas ocasiones parte de la historia del periodismo español en la dificilísima etapa democrática -la anterior es otro capítulo- haya sido la aventura o la audacia de alguien del oficio, de algunos casos, muy pocos siempre, pero no asunto casi exclusivo de los grandes intereses que mueven la comunicación, de los prebostes que los representan en la sombra con mayor frecuencia que a la luz, esos padrastros terribles que, como las madres terribles de Lorca, levantan de cuando en cuando la cabeza para pronunciar la última e inapelable palabra. A Antonio Herrero le tocó vivir en las ondas, que no en la escritura, lo cual no dejaba de ser una ventaja y un riesgo al mismo tiempo. Pero no naufragó en las ondas, salvo en las del mar marbellí. Nadó espectacularmente sobre las primeras, practicó el submarinismo de la noticia, hizo hallazgos notables en el mundo del silencio y los subió a la superficie como especies y ánforas sumergidas dignas de contemplación. No digo que todo el mundo le agradeciera en España la exhibición de esos frutos de sus exploraciones. Digo simplemente que muchos de ellos no se quedaron en el fondo del mar, en lo que Cousteau, otro submarinista, aunque de batiscafo, llamó, como antes he señalado, el mundo del silencio.

Uno de los aspectos notables de la resonancia que la tragedia de Antonio Herrero ha mostrado es que no se ha producido en la calma de un verano apacible y despoblado de noticias, ávido de novedades, sino en plena ebullición de una actualidad capaz de relegar a la insignificancia la muerte de un periodista, incluido un periodista de relieve. En efecto, al tiempo de su muerte, nacía el euro, un acontecimiento que renunció a contar directamente en sus aspectos visibles, pero que no pudo como tal acontecimiento apagar los ecos del drama ocurrido. Lejos de ello, los dos hechos alternaron en el comentario general del célebre día, con esa autenticidad de atención que sólo concitan las noticias muy singulares. Morir en un día histórico para el futuro -bueno o malo- de España y no ser devorado por la historia emergente es todo un milagro de la excepcionalidad personal.  La experiencia de un periodismo independiente hasta donde ese ideal pueda cumplirse está ahora supeditada, con la brecha abierta por la muerte de Antonio Herrero, a la comprobación de si ese espíritu de acogida a la independencia profesional periodística se conserva o desfallece en función de presiones adivinables. Hay un mundo de oyentes en expectación a los que convendría no decepcionar. Antonio Herrero, con todos sus defectos, que seguramente los tuvo, hizo su público, lo fabricó a mano, o a voz, cada día, y no fueron pocos sino millones de personas los componentes de ese público. Fue la de Herrero una voz facticia, que no ficticia, con una considerable dosis de honradez incorporada. Sería lamentable dispersar o deshacer esa herencia, como algunos, bastantes, perversamente deseean

 

 

 Foro Actualidad  

Foro Tecnológico

  Foro Religión

Foro Derechos humanos

Foro Universitario

 

.

                                                                                                                   Archivo sonoro.......E-mail