Anarquía
– 3 –
Memoria de niño
Para alegría de Domínguez, Kal había cambiado de actitud después de
la situación vivida en ese galpón. Comprendió que todos los trabajos eran
peligrosos y que, después de todo, había nacido para gatillar. Aceptar un
trabajo grande le dejaba más ganancia que hacer tres menores y como no tenía
deseos de hacerse rico por el momento, podía darse el lujo de vivir con dos
trabajos mensuales.
Tener tanto tiempo libre tampoco le gustaba demasiado. El vientre
de Marcela comenzó a crecer notoriamente, al igual que su mal humor, por lo que
Kal visitaba muy a menudo a viejos amigos y pasaba el menor tiempo posible en su
departamento. El primer tiempo había sido desastroso, con discusiones diarias,
hasta que uno de los amigos de Kal, casado y con varios hijos, le habló de sus
experiencias. Gracias a esa charla Kal comprendió un poco mejor a Marcela y ya
no volvió a enojarse por sus planteos, pero eso no significaba que quisiera
soportarla todo el día. Además, ahora que sabía que nadie la buscaba, había
perdido el miedo a salir y había comenzado amistad con varias otras mujeres del
edificio y las cercanías.
Una noche, mientras regresaba a su casa desde el bar, después de ponerse
un poco al día con amigos que no había visto desde que se había marchado al
sur, Kal vio como dos hombres arrinconaban a un tercero en la vereda de
enfrente. Tal vez por efecto de la cerveza o por la abstinencia de violencia que
cargaba, pero no dudó en participar.
- ¡Vamos!
Dame todo lo que tengas encima – oyó decir a uno de ellos, mientras el
otro lo apuntaba con un revólver. Estaba oscuro y Kal apenas podía ver las
figuras, por eso no le sorprendió que no lo vieran acercarse.
- No voy a darte nada – respoondió el asaltado, con increíble
tranquilidad. Kal oyó el sonido metálico del arma al martillarse y sacó las
suyas antes de anunciarse.
- Ya lo oyeron, muchachos. ¿Por qqué no se borran?
Kal vio la silueta del brazo extendido sosteniendo el arma que giraba
hacia él, pero el hombre que estaba siendo asaltado asestó un puñetazo sobre
el rostro del que portaba el arma y lo derribó sin problemas a casi un metro
antes de caer pesadamente contra el asfalto. Kal se encargó del otro, al que
ahogó con un rodillazo en su estómago y luego lo dejó inconsciente dando un
golpe en su nuca con la culata del arma. Desde el suelo, el ladrón gatilló
primero contra el otro hombre, que se desplomó hacia un costado y luego apuntó
a Kal, pero él disparó antes y el asaltante huyó gimiendo, dejando su revólver
en el suelo y apretando su hombro con la mano izquierda.
-
Gracias por la ayuda, pero no hacía falta. – dijo el hombre,
con la misma tranquilidad que antes.
-
¿Estás bien? – vaciló un segundo Kal – Creí que estabas
muerto ¿No te pegó el tiro?
-
Ninguna herida... Soy André – se presentó el extraño,
extendiendo su mano.
-
Me dicen Kal – respondió cambiando su pistola de mano para
estrecharla con la suya. Apenas tocó su piel, un fuerte escalofrío lo hizo
estremecerse. – Vayamos a donde se vea algo – añadió soltando su
mano de inmediato.
Estaban a una cuadra del bar que Kal acababa de abandonar y fue allí
adonde lo condujo. André se mostró algo reacio al principio, pero luego aceptó
acompañarlo. Una vez sentados en una mesa y con sendos vasos de cerveza frente
a ellos, Kal se dedicó a investigar a su compañero. Llevaba su cabello rubio
bastante corto, sus ojos eran verdes y su piel muy blanca. Colgó su sobretodo
largo hasta las pantorrillas en el respaldo de su asiento y se sentó frente a
Kal, no sin antes echar una mirada atenta a todo el bar.
-
No sos de acá ¿no? – preguntó finalmente, sin saber por donde
empezar.
-
No nací acá, si a eso te referís. Soy francés pero llevo un tiempo
viviendo en Buenos Aires – Kal notó un muy leve acento, pero prácticamente
hablaba como porteño.
-
Te arriesgaste bastante resistiéndote al robo – deslizó Kal
fingiendo desatención – Pero también le pusiste un buen golpe a ese tipo.
-
Si, las dos cosas son ciertas... Nunca me voy a acostumbrar a que el
mundo sea tan inseguro.
En ese instante la manga derecha de su camisa se deslizó un poco y Kal
logró ver el tatuaje que tenía recorriendo su muñeca como si fuera una
pulsera. Eran dos círculos rojos, uno a cada lado del antebrazo unidos por un
diseño tribal en negro en ambas direcciones. André debió notar que Kal lo
estaba mirando, porque lo cubrió disimuladamente. Kal intentó mantener la
conversación, pero su mente no podía alejarse de ese tatuaje. Ese dibujo había
provocado el escalofrío que lo había llevado a invitar a André al bar, de eso
no había dudas. Kal conocía muy bien ese dibujo, pero no sabía que era lo que
significaba. Recordaba que su padre tenía uno igual, excepto que los círculos
eran azules en vez de rojos. Siendo niño muchas veces Diego había preguntado
sobre ese tatuaje, pero su padre siempre había evadido el tema. Ya en la
adolescencia y abandonado por su padre, había supuesto que se lo había hecho
durante la guerra. Nunca había logrado averiguar nada y perdió toda esperanza
de lograrlo cuando su madre murió antes de que él cumpliera los dieciocho.
Esos recuerdos habían quedado sepultados en su memoria y no había pensado en
ese tatuaje en años, pero ahora todos ellos regresaron muy vívidos, como si
André los hubiera invocado. Parecía obvio que ambos tatuajes estuvieran
relacionados, pero Kal no lograba ver el vínculo. André parecía de su misma
edad, incluso algo más joven, lo que lo hizo descartar que hubiera estado en la
guerra. El ejército había desaparecido junto con los combates, lo que le hizo
pensar como única solución al enigma es que hubiera alguna otra organización
que siguiera operando desde las sombras, dando motivos para que André
prefiriera ocultarlo cuando sintió que Kal lo observaba.
-
¿Pasa algo Kal? – la pregunta de André lo sacó de sus
divagues y lo devolvió al bar
-
En realidad si – se decidió – ¿Qué es ese tatuaje en tu
muñeca? ¿Significa algo?
-
Significa que muchas veces los adolescentes hacen cosas de las que
después se arrepienten – respondió André, pero Kal no sintió que fuera
completamente honesto.
-
No es la primera vez que lo veo, por eso pregunto – añadió
Kal, interrumpiendo a André que ya estaba intentando sacar otro tema.
-
Es posible... – André se puso algo nervioso – Estos diseños
eran muy populares hace algunos años..
-
Mi viejo tenía el mismo, pero antes de que yo naciera. Una noche,
hace quince años, se fue y nunca supe mas nada de él, ni siquiera si vive o
no. – el rostro de André se transformó al oír esto y Kal lo notó a
pesar de los intentos del francés por disimular su interés – El de él
era azul en vez de rojo y nunca quiso decirme lo que significa. Yo creo que se
lo hizo en el ejército, antes o durante la guerra. Eso es algo que nunca entendí
de él, porque de su otro tatuaje, el de las hachas de guerra cruzadas en el
hombro, me contaba la historia siempre – Ya no era Kal el que hablaba,
sino el pequeño Diego que había regresado para hacer el reproche que tantos años
se había tragado. Tan ensimismado estaba en sus recuerdos que no notó que André
abandonó todo esfuerzo por desviar el tema al oír los detalles que Kal le
daba.
-
Dijiste que vivías cerca ¿no? – André se inclinó sobre la
mesa y habló en un susurro que casi fue tapado por el ruido de las otras mesas.
-
A unas diez cuadras – respondió Kal, sintiendo otra vez un
escalofrío – Vamos para allá.
Kal estaba muy nervioso mientras caminaban en silencio hacia su
departamento. Sabía que era muy riesgoso llevar a un desconocido hasta su casa,
pero la intuición nunca le había gritado como lo hizo en ese bar. De pronto,
tuvo la certeza de que André y su padre estaban vinculados en algún modo. ¿Tal
vez había llevado una doble vida, con dos familias e hijos que no sabían de la
existencia de los otros? Eso explicaría que desapareciera de un día para el
otro y nunca volviera a tener noticias de él. Pero Kal recordaba esa despedida.
Había despertado en medio de la noche, sobresaltado y descubrió que su padre
estaba sentado junto a él con la cabeza agachada. Al notar que el niño estaba
despierto había levantado la vista y Diego pudo ver sus ojos enrojecidos y su
rostro bañado en lágrimas.
-
¿Qué pasa papi? – Kal casi repitió las palabras que sonaban en
su memoria mientras caminaba en la oscuridad seguido de cerca por André.
-
Papá tiene que resolver un problema, Dieguito – le había dicho
enjugándose las lágrimas con la mano – Me tengo que ir por unos días.
-
¿Y cuándo volvés? – preguntó el niño
-
No sé hijo. Voy a tratar de que sea pronto.
El hombre abrazó a su hijo con fuerza y Kal entendió por fin sus
recuerdos, algo que en su niñez no había conocido aún y por eso no había
dado importancia. El pequeño Diego rodeó a su padre con los brazos y lo
sostuvo por varios segundos, sin entender del todo lo que sucedía ni el por qué
de las lágrimas de su padre. Quince años más tarde, Kal estaba recuperando
viejos recuerdos y la angustia volvía a invadirlo como lo hiciera aquella
noche. No había pensado en ese pequeño detalle por años, nunca lo había
considerado importante, pero ahora estaba seguro que mientras lo abrazaba había
sentido a su padre estremecerse entre sus brazos, como si un fuerte escalofrío
le hubiera recorrido toda la espalda hasta la nuca. Fue en ese mismo segundo que
el hombre se puso de pie de inmediato y sin dejar de llorar se despidió de su
hijo y partió a toda prisa.
-
Ya llegamos, Andre – Kal agradeció que la noche escondiera las
lágrimas que habían vuelto a brotar – Entremos en silencio, me olvidé de
decirte que vivo con alguien.
-
Si es de mucha confianza, no hay problema – respondió André en
susurros.
Kal entró primero, pero el departamento estaba vacío. Sobre la mesa una
pequeña nota le avisaba que Marcela estaría en la casa de la vecina de arriba
hasta muy tarde, algo que a Kal le pareció muy oportuno. Cuando se volvió, notó
que André esperaba junto a la puerta, sin cruzarla.
-
Entrá y cerrá, Marcela no está.
André obedeció de inmediato, tras controlar que no hubiera
nadie en el pasillo. Se sentó en la silla que le ofrecía Kal, impaciente por oír
la historia de ese tatuaje. La lámpara de gas iluminó la habitación y André
no necesitó preguntas para comenzar su relato.
-
Osvaldo Perian, Sargento del Ejército Argentino, Batallón Cuarto de
Infantería – André sonrió con placer al ver que Kal no podía ocultar
su enorme sorpresa – Si, Diego. Conocí a tu viejo hace mucho.
-
Ni siquiera yo recordaba el número del batallón hasta que lo dijiste
– balbuceó confundido – ¿Dónde está?
-
Espero que en el Cielo, si algo como eso existe. Realmente se lo tenía
ganado.
-
¿Cuándo murió? – la ilusión de que aún viviera se apagó
del todo dentro de Kal.
-
Hace catorce años, unos seis meses después de que se fuera de tu
casa.
-
No... no entiendo – Kal estaba muy confundido – ¿Cómo sabes
esto? ¿Dónde lo conociste?
-
En el mismo lugar donde me hicieron esto – respondió con calma
André mostrando su muñeca tatuada – En La Estancia.
-
¿Que estancia? – Kal estaba cada vez más desorientado y André
decidió abandonar el suspenso.
-
La Estancia, oficialmente conocida como el Instituto de Estudio de las
Mutaciones Genéticas o IEMGen, no figuraba en el presupuesto que se mostraba en
el Congreso, pero dependía directamente del Ministerio de Defensa.
-
¿Mutaciones Genéticas? ¿Mi viejo era científico?
-
Más bien era al revés... Nosotros éramos a los que estudiaban. Eso es
lo que significa el tatuaje. El color indicaba la clase de individuo. Si el círculo
se ilumina con luz ultravioleta, aparece un código que nos identificaba a cada
uno.
Kal estaba pálido, las palabras rebotaban en su cabeza sin que pudiera
acomodarlas en un concepto claro. Nada parecía tener sentido, pero a la vez
nada le parecía lo suficientemente firme como para oponerse, para resistirse a
creer. André se detuvo, dejando que Kal asentara en su mente las nuevas ideas.
-
Siempre se habló de que existieron hombres con capacidades distintas
al promedio de la población. – André hizo una pausa y luego siguió
relatando – En el medioevo los cazaban y quemaban en hogueras. Los llamaban
hechiceros, ogros, de muchas formas. Con el tiempo, se olvidaron de ellos, pero
eso no significa que hallan dejado de existir. Simplemente aprendimos a
mezclarnos con el resto de la gente y a pasar desapercibidos. La Estancia empezó
a funcionar en el año 2015, estudiando a dos o tres que habían logrado
capturar, pero con el tiempo fueron creciendo, hasta tener un centenar de
prisioneros de varias clases en estudio. Yo fui capturado en el 2028, tres años
antes de la guerra y un año antes de que asignaran a tu viejo al proyecto.
-
Hubiera jurado que eras mucho más joven – interrumpió Kal –
¿Tu... “mutación”... te alarga la vida?
-
Eso creo... nací en el año 1898. Es una vida “alargada” ¿no?
– los ojos de Kal se abrieron con incredulidad y André rió con ganas – Si
cuando dije que nos clasificaban por los colores del tatuaje me hubieras
preguntado lo que significaba el rojo, no te hubieras sorprendido tanto.
–André volvió a reír – ¿Nunca oíste historias viejas? ¿Que clase de
gente camina sola de noche, no envejece y no entra a tu casa a menos que lo
invites? – André se recostó sobre el respaldo, que crujió con su peso y
cruzó sus brazos sobre su pecho, desafiándolo burlón a que responda.
Kal pensó un instante, pero luego sus ojos se clavaron en los de André
y se paró de un salto arrojando su silla a un lado. André volvió a reir, pero
no se movió de donde estaba.
-
Veo que ya te diste cuenta... Pero no te asustes, no tengo ningún
interés en hacerte daño. No todos los vampiros son asesinos...
-
¿Por qué habría de creerte?
-
Me sobraron oportunidades y no hice nada ¿no? – André siguió
hablando con suma tranquilidad – Además, sólo necesito beber una vez por
semana y ya lo hice anteayer.
-
¿Una vez por semana? – Kal se sentó nuevamente, pero sin
confiar del todo
-
Si gasto mucha energía o me hieren, tal vez menos. La bala de hoy va
a restarme un día, supongo.
-
¡Sabía que te habían dado! – exclamó Kal, bastante
tranquilizado.
-
Nada grave, cerró en un minuto – André se incorporó un poco
para mostrarle el pequeño agujero en su camisa, apenas un centímetro sobre su
cinturón – Ni siquiera voy a tener que tirarla, casi ni se ve.
-
¿Qué significaba el azul? ¿Mi viejo era mago o algo así? –
volvió a interrogar Kal
-
No exactamente. Lo entrenaron para desarrollar su poder de
telequinesis y clarividencia, pero además tenía mejorados los sentidos. Sus
reflejos estaban aceleraros más allá de lo que pudiera lograrse con
entrenamiento, era muy rápido y fuerte. El IEMGen estaba intentando crear una
fuerza especial de soldados y tu viejo estuvo entre los primeros y únicos que
recibieron el tratamiento.
-
¿Es decir que no nació siendo así?
-
No, en la Estancia alteraron su ADN. Empezaron con un grupo de diez, sólo
dos tuvieron éxito, el Sargento Osvaldo Perian y el Principal Diego Messa, que
se convirtieron en un equipo de operaciones especiales. ¿Te suena ese nombre?
– André guiñó un ojo a Kal – Fue el mejor amigo de tu viejo desde el
dia en que se conocieron en la Estancia.
-
Fue por él que me puso este nombre.... Sabía que era por un amigo de él,
pero nada más. ¿Qué pasó con el resto?
-
¿Los otros ocho? – André miró al techo, como esforzando su
memoria – Hubo cuatro que no toleraron en tratamiento, se enfermaron en
pocas semanas; dos afortunados resultaron inmunes y no les pasó nada; los otros
dos, mutaron y ganaron habilidades, pero se volvieron locos cuando notaron los
cambios. El IEMGen no les decía lo que les estaban haciendo, les hacían creer
que estaban probando nuevas vacunas y drogas.
-
¿Podría haber funcionado bien ese experimento?
-
Bueno, con tu viejo y con Diego funcionó mejor de lo que esperaban,
sobre todo porque con esos antecedentes cuando empezaron a notar los cambios les
asignaron psiquiatras para contenerlos. Que haya funcionado fue como una navaja
de dos filos, porque los empezaron a estudiar también a ellos para tratar de
descubrir lo que tenían de distinto con los demás. Así fue que los conocí,
en las celdas.
-
¿Descubrieron lo que había fallado?
-
Ellos no, pero yo si – André se dio cuenta de que llevaba mucho
tiempo hablando sin parar y por primera vez necesitó un trago de la botella que
Kal había sacado al llegar – No podían pretender que cualquiera se
convirtiera en lo que ellos buscaban. Los dos que salieron bien, tenían buena
base desde el principio. Eran fuertes, hábiles e inteligentes desde antes de
que los reclutaran en IEMGen. El tratamiento que les dieron en la Estancia sólo
potenció todo eso y les dio algunas habilidades extras, que tal vez ya tenían
en un nivel muy bajo sin saberlo.
-
¿Cómo te enteraste de todo esto? – lo interrumpió Kal.
-
Tu viejo estuvo dos años en la Estancia, tuvimos tiempo de sobra para
hacernos amigos. Él me contó algo y después recolecté datos para completar
las partes que él no sabía. Hasta que fue evidente que habían mutado no les
dijeron nada y después les dijeron bastante poco.
-
¿Cuándo los liberaron de la Estancia?
-
A tu viejo y Diego, un mes después de que la Alianza del Norte cruzara
la frontera por Formosa.
-
Hace mucho que dejé la escuela ¿Cómo fue eso?
-
Otro día te doy la lección sobre la Guerra del Caos, por ahora
conformate con recordar que La Confederación del Caribe se alió con Brasil y
entraron a la Argentina desde el norte con apoyo técnico de la CIA. La historia
oficial dijo que querían liberar a la región del dictador que se había
instalado en la Casa Rosada...
-
¿Y no fue asi? – interrumpió Kal, que también había creído
la historia que le contaron en el poco tiempo que fue a la escuela.
-
El tipo no era muy distinto de otros que tuvimos acá y de los que había
en su misma época en el resto del mundo. Con el tiempo junté datos de que todo
fue armado por los intereses del lejano norte, como tantas otras veces había
pasado antes. La CIA se enteró de la existencia de IEMGen, pero su agente fue
expuesto por un informe que se difundió en internet, junto con otros cincuenta
que trabajaban encubiertos por todo el mundo y tuvo que desaparecer antes de que
averiguara nada concreto. Por orgullo, nunca lo admitieron oficialmente, pero se
cree que un hacker se infiltró en sus sistemas y robó la información desde la
SIDE. A esto agregale que el presidente no beneficiaba con su economía a los
Estados Unidos ni un tercio de lo que hubiera hecho su opositor a costas de
nosotros, la cuenta tiene un resultado claro.
-
Presionaron a los países de la región para lograr sus objetivos sin
arriesgarse a perder plata ni gente.
-
También, pero más que nada por una cuestión de imagen – lo
corrigió André – A finales del siglo XX y en el XXI, los medios estaban
muy influidos por los gobiernos y los usaban para hacerle creer a su gente de
que estaban llevando a cabo una “guerra santa” cuando en realidad todo era
por la economía. Ahora que lo pienso, las Cruzadas no fueron tan distintas –
André sonrió – Bueno, volviendo al tema...
-
Al final terminaste dando esa clase hoy – añadió Kal burlón.
-
No te creas, todavía falta mucho – sonrió André, como un maestro
al que le encanta compartir sus conocimientos pero prefiere crear suspenso – Al
mes de que cruzaran la frontera, ya habían bajado hasta el sur de Córdoba y
Entre Ríos. Las líneas hacia el Oeste y la Estancia estaban reforzadas y
lograron contenerlos. Del otro lado, la flota mantenía alejados a los
portaaviones y cruceros; Uruguay no cedía a las presiones para sumarse a la
Alianza pero tampoco estaba en condiciones de ayudarnos, por lo que se mantenía
férreamente neutral. El único camino que le quedaba a la Alianza para no
estancarse era seguir avanzando hacia la capital. El Alto Mando Argentino se dio
cuenta de eso y asumiendo que no iban a poder contenerlos por mucho tiempo se
decidieron probar al GEOE, el Grupo Especial de Operaciones Encubiertas, que
todavía estaba en la etapa experimental.
-
Perian y Messa – Kal añadió orgulloso.
-
Exacto, con el apoyo logístico de un equipo de técnicos. Ellos dos
solos causaron más estragos en las tropas de ocupación que en todos los
enfrentamientos que hubo. Sabotajes, infiltraciones, polvorines volados y
generales asesinados, todos con la firma del GEOE, con las líneas debilitadas,
la infantería pudo empezar a doblegarlos y obligarlos a replegarse.
-
¿Lograron que se retiren?
-
Si hubieran tenido más tiempo, lo hubieran hecho. Nadie se imaginaba lo
que pasaba en realidad y cuando el Gran Caos llegó, tomó a todo el globo por
sorpresa. – Kal quiso enterarse más sobre ese Gran Caos, pero en ese instante
la historia de su padre le importaba mucho más – Se interrumpieron las
comunicaciones, se desmoronaron los mercados y todo dejó de funcionar. Nunca se
firmó un tratado de paz, simplemente todos tenían problemas más urgentes para
resolver. Eso permitió que el GEOE se esfumara y sus dos integrantes pudieran
rehacer sus vidas, al menos por un tiempo.
-
¿Desde la Estancia no intentaron encontrarlos?
-
Al principio todo era un completo desorden. Eran militares y como toda
institución verticalista cuando perdieron contacto con el Alto Mando se
paralizaron por varios días. Con el Caos, también los sistemas de seguridad
fallaron y todo el pabellón de seguridad mínima se fugó, más de cincuenta
prisioneros con mutaciones no combativas. Tardaron días en organizarse para la
búsqueda y no consiguieron nada. Después de algunos años, cuando todo se calmó
y estuvieron reorganizados, intentaron rastrear al GEOE, pero ya había pasado
tanto tiempo que no sabían por donde empezar y estaban especialmente entrenados
para desaparecer sin dejar rastros. Yo estuve cautivo todo ese tiempo, creo que
unos siete años, ahí adentro perdí un poco la noción del tiempo. Volví a
ser libre hace catorce años, pero no porque me dejaran ir por las buenas.
-
El mismo tiempo... –Kal empezó a armar el rompecabezas
-
Si, exactamente el mismo. Tu viejo murió liberándonos a todos nosotros
de la Estancia. Diego y yo cavamos su tumba llorando a un gran amigo. Ninguno de
los demás se fue hasta que habíamos terminado, aún sabiendo el riesgo que
corriamos. – Kal pudo sentir la tristeza de André
al recordar ese día – Gracias al GEOE, de los cuarenta que éramos,
treinta y ocho recuperamos la libertad, sólo dos cayeron combatiendo a los
guardias junto con tu viejo.
-
¿Dónde está la Estancia?
-
La mayor parte en un búnker subterráneo escondido entre las montañas,
en un lugar alejado de todo en Bariloche. Mientras nos sacaban plantaron
explosivos en todo el lugar, dejando el sector de las celdas y laboratorios
sepultado y en ruinas.
-
¿Bariloche? –se sorprendió Kal – Estuve siete meses allá...
No sé por qué, pero algo me impedía irme.
-
Supongo que intuías que allá podías encontrar la verdad –
reflexionó André – Es una pena que hallas vuelto sin encontrarla.
-
Al menos ahora ya conozco una buena parte... – Kal se sobresaltó
al escuchar pasos en el pasillo.
-
Creo que vuelve tu mujer – André se puso de pie – Va a ser
mejor que me vaya...
-
Es sólo una buena amiga... – la sonrisa cómplice de André le
demostró que no le creía, por lo que añadió – Es la viuda de mi mejor
amigo.
-
¡Está bien! Te creo... – André levantó ambas palmas rindiéndose
con una sonrisa – Pero nos vamos a volver a ver, eso te lo aseguro. Todavía
no te conté del quilombo que armó tu viejo en la Estancia – y soltó una
carcajada – Con un poco de suerte, voy a poder localizar a algún otro de
los fugados... Hay un par en Buenos Aires todavía.
Marcela abrió la puerta y entró atolondradamente, llevándose una gran
sorpresa al ver a un desconocido. Kal se apresuró a presentarlos, pero no le
dijo nada sobre la historia de André. Él comprendió que sería mejor
guardarse algunos secretos por el momento y se despidió de Kal como se despiden
los viejos amigos antes de desaparecer silenciosamente en las sombras del
corredor.
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