Anarquía
– 2 –
Rehenes
Durante
los días que siguieron a la muerte de Varela, el ánimo de Marcela y Kal fue
mejorando. Ella se instaló en su departamento, aunque en un principio había
considerado llevar a cabo los planes que había hecho con el Polaco y mudarse al
sur. Después de discutirlo por varios días, ambos decidieron que sería mejor
quedarse en Buenos Aires al menos hasta que el bebé hubiera nacido.
Kal volvió a trabajar en la agencia de Domínguez, su antiguo jefe, pero
eligiendo mejor los trabajos y rechazando los que podrían resultar demasiado
riesgosos. Por supuesto que de esta forma ganaba menos dinero, pero se sentía
responsable por el bienestar de Marcela y prefería no correr riesgos
innecesarios hasta que pudiera volver a trabajar para sostenerse por si
misma. Pero no siempre elegía bien.
Aquella mañana Kal empujó con vigor alegre la puerta de cristal y entró
en la oficina de Domínguez, que lo recibió con un alegre apretón de manos y
lo invitó a sentarse frente a él.
-
Me dijeron que me estuviste buscando... ¿Algún trabajo? – Kal
fue directo al grano tras dejarse caer en la silla.
- Si, si,
ahora te cuento. Pero antes... – se interrumpió un segundo para revolver
unos de los cajones de su escritorio, del que sacó una pequeña caja que entregó
a Kal.
- ¿Qué es
esto? – Kal la abrió con curiosidad y extrajo un pequeño artefacto negro
que pocas veces había visto en su vida, mucho menos lo había tenido en sus
manos.
- Es una
radio, algo que por ahora sólo mis mejores hombres van a recibir de regalo y
que los líderes de grupo llevarán en todos los grandes operativos. Pretendo
que todos los que trabajen para mi lleven una algún día, pero para eso me
falta algo de plata todavía. Antes de la guerra la usaban todas las fuerzas de
seguridad. Incluso había algunos de juguete para que usaran los pibes.
- Si, mi
viejo me contó de esto, las usaban en el ejército. Pero nunca me enseñó a
usarlas, no son cosas que se vieran muy fácil en mi niñez.
- No
hay problema, después andá a ver a mi hijo que te explica todo. Ahora vamos al
trabajo... – Domínguez le tendió una carpeta con tan solo dos hojas en
su interior. A Kal siempre le causaba gracia como ordenaba todo y se fijaba
hasta en el último detalle, incluso en trabajos de poca monta.
- Guardaespaldas
de una comerciante – murmuró Kal tras echarle una hojeada. Era una joven
de treinta años e incluso había una foto de ella en la primer página. Había
sido tomada con un teleobjetivo mientras caminaba por la calle. Domínguez se
tomaba el trabajo de investigar un poco a todos sus clientes para evitar ser
estafado siempre que fuera posible.
-
Es poca cosa para un tipo de tu destreza, Diego... Tengo trabajos
mejores por buena guita.
- Ya dije
que por ahora no... – le devolvió la carpeta – La acompaño a hacer
la entrega, de vuelta a su casa y se termina ¿Entendí?
- Si...–
respondió el jefe, sin ocultar su decepción por la negativa – Tenés que
estar en su casa al mediodía ¿Lo agarrás?
- Ahí voy
a estar... –murmuró Kal poniéndose de pie. Había perdido el poco buen
humor con el que se había levantado – ¿Dónde está Ariel? –
preguntó mientras intentaba descubrir el mecanismo para fijar la radio a su
cinturón.
- En el
cuartito del depósito. Lo puse a cargo de todos los aparatos. Pará que te
ayudo... – Domínguez saltó de su sillón con su vitalidad habitual
y le mostró como hacerlo.
- Gracias.
Te veo cuando termine. – Kal prendió un cigarrillo y se marchó en
silencio.
A Kal le llevó menos de media hora aprender a manejar el artefacto, pero
aún así no lograba interesarse en lo más mínimo
por él ni encontrarle alguna utilidad aún. Escuchó las indicaciones del
muchacho antes de hacer la pregunta que lo tenía intrigado desde que Domínguez
le diera la radio.
-
¿Para que
vamos a usarlas?
-
Para mantenernos en
contacto. Si surge algún trabajo urgente no podemos esperar a que alguno de
ustedes aparezca por acá de casualidad. La mayoría no vive en un lugar fijo
para que los podamos ir a buscar. Además, si llega a surgir algún
inconveniente nos pueden llamar para pedir ayuda.
-
¿Desde
cuando les interesa lo que pasa allá afuera? – murmuró Kal, mas que nada
para si mismo, no esperaba obtener esa respuesta del adolescente.
-
Yo no te
dije esto... – el chico también bajó la voz – Pero mi viejo se
sintió algo culpable por lo que le pasó al Polaco. Se dio cuenta de que somos
mucho más vulnerables si cada uno hace la suya.
-
¿Pasamos de ser
mercenarios a milicianos?
-
¡Tampoco para
tanto! – rió Ariel – Tampoco vamos a construir un cuartel para vivir todos
juntos... Pero está la idea de que empecemos a apoyarnos entre nosotros.
-
Muy
instructiva la charla, pero ya tengo que irme. Me esperan al mediodía. -
Kal se despidió con su diplomacia habitual y salió con paso rápido de allí.
Con una pequeña llave que guardaba en su bolsillo del pecho soltó la
cadena que aseguraba a su bicicleta junto a un árbol y partió de inmediato
hacia la dirección que había leído en la ficha de la clienta. Pedaleaba
tranquilo, disfrutando del sol que apenas podía calentar el aire. Como de
costumbre, vestía sus jeans agujereados, una camisa de algodón gastada y su
campera de cuero negro. Un cinturón especialmente diseñado y reforzado sostenía
firmemente una pistola automática a cada lado de su vientre, un poco por encima
de su cadera para permitirle mayor libertad de movimientos a sus piernas. El
resto de su equipo y los cargadores extras de sus armas estaban acomodados
dentro de una pequeña mochila que colgaba sobre su espalda. Se suponía que
estaban en la mitad del invierno, pero el aire del mediodía estaba bastante
templado y nadie vestía abrigo alguno en la calle.
No tardó mucho en encontrar la casa, aunque nada la destacaba del resto
del barrio. Mientras golpeaba la puerta, se estacionó frente a la casa un auto
arrastrando un pequeño carro cubierto por una lona negra. La mujer de la foto
abrió la puerta de la vivienda y prácticamente arrastró a Kal hasta el vehículo.
-
Perdón por
el apuro, pero es tarde. – le dijo con la respiración entrecortada
mientras lo empujaba dentro y cerraba la puerta detrás de ella.
Una de las pocas reglas de Domínguez era no discutir con los clientes a
menos que sea referido a cuestiones de seguridad, por lo que Kal sólo se limitó
a presentarse.
- ¿Cómo
supo quién era? – preguntó Kal, después de un rato de viajar – Si
me contrató es porque teme por su seguridad y arrastrar a alguien que no conoce
dentro de su auto no es muy prudente.
- Domínguez nos dio tu descripciión por radio. – respondió la
mujer, que se había presentado como Diana, aunque por el informe de su jefe,
Kal sabía que era sólo un alias.
- También dijo que eras dee los mejores con un fierro en la
mano... Aunque espero que no tengas oportunidad de demostrarlo. – añadió
del conductor.
- ¿Hay alguna amenaza concreta?< – preguntó Kal, que presentía
cierta inquietud en ambos.
- Sólo un mal presentimiento –respondió Diana, dudando un
segundo – Esa carga vale buena guita y no conocemos mucho al comprador. Lo
más probable es que no pase nada, pero nunca viene mal un poco de músculos
extras.
- Es muy probable – admitió Kal, aunque por el sólo hecho de
creer más que ella en los presentimientos por experiencia propia, comenzó a
verificar sus armas y poner a mano los cargadores.
Finalmente llegaron a destino, unos cuantos kilómetros al noreste de
donde habían partido. Era un edificio bajo junto a una avenida, y a través de
las ventanas del primer piso era posible ver en la distancia un antiguo
anfiteatro junto a las costas del río. De pronto Kal sintió que conocía aquel
lugar, pero luego comprendió que estaba convirtiendo en recuerdos propios las
historias de juventud de su padre. El conductor introdujo el vehículo en el
edificio y una pesada cortina metálica se cerró tras ellos, accionada por un
hombre con aspecto de mercenario. Los tres salieron de la cabina y fueron
recibidos por el comprador escoltado por el hombre que había cerrado la puerta,
seguramente contratado como Kal.
Tras un gesto de Diana, Kal ayudó al conductor a retirar la
cubierta de la carga para que pudiera ser revisada por el anfitrión, al que
ella llamó Raúl. Tenía la fuerte sensación de que estaban siendo observados,
pero no logró ver a nadie. Salvo el sector donde estaba estacionado su auto, el
resto del depósito estaba en penumbras con cajas de cartón y madera
amontonadas en pilas que superaban la altura de sus cabezas.
-
Este lugar es perfecto para una emboscada – susurró Kal en el oído
de Diana.
- Creo que
estás un poco paranoico – respondió ella, sin lograr ocultar su
nerviosismo.
- Eso
espero – Kal se alejó un poco mientras hablaba – Sin un poco de
paranoia en la cabeza no se sobrevive en mi laburo.
Incluso
antes de conocer la historia del Polaco, nunca tenía interés en saber nada
referido a la carga, por lo que se apartó hacia las sombras mientras abrían
las cajas de madera. Forcejeó un poco hasta que logró liberar su radio del
cinturón y se reportó en susurros con la central. Se afirmó un pequeño audífono
en el oído para que nadie lo escuchara y les habló sobre sus sospechas. Domínguez
pronto tomó su lugar en la comunicación y le dijo que estaba tratando de
ubicar a un grupo que estaba muy cerca de allí para que lo ayudaran en caso de
ser necesario.
-
¿Dónde te metiste, Kal? – Diana lo buscaba sin verlo desde el
cono de luz, aunque estaba tan sólo unos metros frente a ella. – Vamos a
subir para terminar con esto.
- Acá
estoy – respondió él mientras se acercaba para seguirla por las
escaleras. Dejó su radio encendida y trató de ocultar el cable del audífono
dentro de su camisa. Una vez más, extrañaba sus molestos escalofríos.
Todo el grupo subió por una angosta escalera de hormigón guiados por el
comprador. Al llegar arriba, Kal se encontró en un pequeño hall con varias
puertas. Todas ellas estaban abiertas de par en par, excepto a la que se
dirigieron ellos. El hombre sacó una llave de su bolsillo y los invitó a
entrar. Kal verificó que las otras oficinas estuvieran vacías y luego esperó
junto al marco de la puerta repartiendo sus ojos entre la escalera y la oficina
donde Diana contaba el dinero pagado
-
Kal ¿Estás ahí? - oyó tras un chasquido del auricular.
- Acá
estoy – respondió él, tratando de que nadie lo oyera hablar con la radio.
- Soy Zeta,
estoy afuera con dos abajo – aunque siempre trabajaba solo, Kal conocía
los códigos de los jefes de escuadrón, por lo que no tuvo problemas en
entender que Zeta estaba al mando de dos hombres.
- Por ahora
anda todo bien, pero tengo un mal presentimiento. En cualquier momento bajamos y
me voy en un auto con dos blancos mixtos. Creo que la carga se queda acá.
- Esperamos
tu señal. Ya ubicamos una puerta trasera para meternos si hace falta, uno de
los míos la está abriendo, el otro está en la esquina esperando para silbar
el portón. – Kal sintió curiosidad por saber de que clase de trabajo venían
para haber llevado equipo para abrir puertas y un rife con silenciador, pero
prefirió guardar silencio.
Kal escondió nuevamente su radio justo antes de que saliera el grupo de
la habitación. El conductor cargaba un pequeño bolso y seguía a Diana de
cerca.
-
¿Todo en orden? –preguntó Kal en susurros
- Si, ya nos vamos – responddió ella en el mismo tono
- ¿Para
que subimos?
- Porque el
tipo tenía la guita acá arriba, en la caja de seguridad.
Bajaron por la misma escalera angosta en fila, pero al llegar a la planta
baja descubrieron que estaba a oscuras. El dueño del lugar se disculpó y
maldiciendo al generador buscó en la penumbra la caja de las llaves. Antes de
que llegara a tocarla, las luces se encendieron y descubrieron que estaban
rodeados por cinco hombres armados. Kal abandonó la idea de desenfundar sus
armas cuando sintió el frío del acero de una pistola automática apoyarse
sobre su sien, pero el guardaespaldas de Raúl sacó de su espalda un revólver
para resistirse y fue fusilado a corta distancia con una bala en el medio del
pecho. Sin dejar de apuntarle, uno de ellos arrebató al chofer de Diana el
bolso con el dinero y corrió dentro del auto. Lo puso en marcha y otros dos
ocuparon los asientos restantes en la cabina. A pedido de su captor, Kal dejó
sus pistolas en el suelo y las pateó a algunos metros. Mientras se inclinaba
para apoyarlas en el suelo, deslizó su mano hasta la cintura y apretó un botón
del transmisor con disimulo. Ya incorporado, habló con voz fuerte al hombre que
le apuntaba.
-
Que bien la hicieron ustedes... Esperar escondidos hasta que trajéramos
la carga y el otro abriera la caja fuerte... – dijo casi gritando –
Pero, ¿Porqué ellos tres se escapan con el botín mientras ustedes se quedan
apuntándonos?
- ¿Que
mierda te importa? Y no necesitás gritar teniéndome al lado.
- Los que
salen son nuestros – se oyó en el audífono.
Uno de los que se marchaban levantó la cortina de metal para dejar salir
a sus compañeros, pero cuando se disponía a entrar al vehículo que lo
esperaba sobre la vereda ambos neumáticos derechos estallaron. Los silbidos del
rifle con silenciador no se oían por sobre el ruido del motor y no pudieron
enterarse de lo que sucedía hasta varios segundos después. La ventana del
acompañante se hizo trizas y uno de los ladrones murió al instante
acribillado, mientras que el conductor se arrojó fuera del vehículo convertido
en colador y se arrastró de regreso al galpón, con su brazo derecho
ensangrentado.
-
¡Cerrá ya mismo la puerta, idiota! – bramó el que apuntaba a
Kal y parecía ser el líder.
La
cadena rodó a toda velocidad sobre la polea cuando y la cortina cayó
pesadamente casi aplastando al herido, que logró refugiarse justo a tiempo de
una nueva ráfaga. Ambos corrieron de regreso con los demás, aún sorprendidos
por lo que acababa de suceder. Kal maldijo para sus adentros las estrategias de
Zeta. De haber esperado a que se alejaran un poco, podrían haber matado a los
tres sin que los del interior se enteraran de nada. Domínguez siempre le decía
que no era su preferido sólo por tirar rápido del gatillo sino por saber
cuando hacerlo.
-
Kal ¿Qué pasó adentro? ¿Kal?
Pero Zeta no podía esperar una respuesta y lo sabía. Ya el hombre que
lo custodiaba había descubierto el cable que iba a su oído y le había quitado
el aparato con furia, arrojándolo a varios metros.
- Así
que no viniste solo, ¿eh? Por eso hablabas gritando... les estabas avisando. Ya
que no vas a salir de acá, te voy a responder lo que preguntaste... Supongo que
Diana no te habló de mí ¿no? La guita y la carga son secundarias para mi...
- Yo sólo hice una mejor oferta que vos – gritó Diana e
intentó atacarlo enfurecida, pero el otro hombre la derribó con un puñetazo
en el estómago que la dejó sin aire.
- Yo podría haber hecho esa mismma oferta si tuviera tus tetas –
le respondió con calma, antes de patearla en el suelo – Me hiciste perder
guita y nunca fui un buen perdedor. Se suponía que nadie iba a conocer las
ofertas de los demás, pero vos tenés tus “métodos” para sacar información.
No, flaco – dijo recobrando la calma y mirando a Kal a la cara – Esto
no es por la guita, que tampoco viene mal, no lo niego... Es por orgullo,
venganza, ponéle el nombre que más te guste. Quiero matar a esta perra yo
mismo. No lo tenía planeado, pero por el bardo que acabás de armar, después
te va a tocar a vos. Pero antes... ¿Qué pasó afuera? – le gritó al que
había cerrado la puerta y que ahora ayudaba al que estaba herido en el suelo, a
unos cinco metros de donde estaban ellos.
- Llegué a ver a un tipo atrás dde un árbol con un rifle, como a
media cuadra. Tenía silenciador, por eso nos sorprendió.
- ¿Era sólo uno?
- No sé... Tal vez había alguienn más pero no vi nada.
- ¿Era sólo uno? – preguntó esta veez a Kal, que mantuvo la vista al
frente sin emitir palabra, incluso después de recibir varios golpes. – ¿Cuántos
son? – intentó de nuevo
- Cincuenta – respondió, gannándose un culatazo en la nuca que
casi lo deja inconsciente.
- Encerrá arriba a estos tres.... – el jefe le pidió al que
apuntaba a Diana – Al de la campera de cuero ponélo aparte que después
quiero decirle unas palabras. Si se retova alguno, bajálo tranquilo. Ustedes
dos – señaló a los que habían intentado irse – Vayan para la
puerta del fondo y tratá de pararle la sangre. En cuanto termine con estos nos
vamos. Primero quiero charlar un ratito con la yegua... – después desvió
la mirada hacia Kal y su custodio, que ya habían subido varios peldaños – Bajá
enseguida y andá con ellos, ¿oiste?
- Si, jefe – respondió sin desviar la mirada ni bajar el
arma de la nuca de Kal, que iba tercero en la fila, precedido por los otros dos
hombres que eran rehenes.
Diana intentó incorporarse nuevamente, ya recuperada del golpe, pero el
jefe se inclinó a su lado y puso su mano firmemente sobre su cuello para
mantenerla en el suelo.
- ¿Tanta
envidia te dá que haga mejores negocios que vos? – susurró ella, aún
sin la respiración entrecortada
- Me joden tus métodos más que nnada... Sobre todo porque no los
usaste nunca para negociar conmigo. – añadió bajando la vos y poniendo
sus labios muy cerca de su oreja
- Decilo con todas las letras, iimbécil. Estás caliente conmigo,
siempre lo estuviste, pero a mi me das asco y no quiero saber nada con vos ¿Por
eso vas a matarme?
- Bueno... Si. – respondió encogiéndose de hombros con
sadismo – Pero primero quería que los supieras por mis... – un
disparo en la planta alta interrumpió la frase. – Bueno, parece que sólo
voy a divertirme con vos, Diana. Alguno de tus amigos armó bardo y se ligó una
bala... supongo que ese mono que contrataste ¿no? Tu hermano es demasiado cagón
para intentar nada.
Oyó unos pasos que bajaban por la escalera a sus espaldas, giró
mientras se levantaba justo a tiempo para ver una figura bajaba en la penumbra
los últimos escalones, tan sólo a dos metros de él.
– ¿Qué
cagada se mandó ese gil ahora? – preguntó con desgano y poniendo ambas
manos en su cadera.
– Me dejó sacarle la pistola – respondió Kal entrando al cono
de luz y gatillando dos veces sobre su pecho sin que le temblara el pulso.
Los dos que estaban en la puerta corrieron hacia donde habían oído los
disparos, dando la vuelta a una montaña de cajas se encontraron de frente con
Kal, que derribó al herido con un certero disparo en la frente mientras el otro
huía por donde había llegado, pero la puerta trasera se abrió con una patada
y Zeta entró seguido por uno de sus hombres disparando. Cinco de las balas
dieron en el pecho del último asaltante y cayó muerto al instante. Kal, que
había corrido tras él, se arrojó justo a tiempo detrás de las cajas para
evitar la ráfaga de plomo.
- Otra vez
tarde, Zeta – gritó sentado en el suelo.
- Por algo me gané ese nombre, Kal.... Y al menos el mío tiene sentido.
- El mío también lo tiene, Zeta – rreplicó mientras buscaba sus
pistolas en las sombras y las devolvía a sus cartucheras.
- ¿Ah si? Vas a tener que expliccármelo entonces...
- Algún día, cuando te lo merezccas. –
en ese instante recordó a Diana y corrió a ver si estaba sana.
Kal se preocupó cuando la vio tirada en el suelo ensangrentada, pero
cuando la examinó de cerca verificó que sólo estaba muy asustada y que la
sangre era del jefe de la banda, que había caído sobre ella. La ayudó a
incorporarse y luego pidió a Zeta que liberara a los dos de arriba para que
pudieran irse. Él mandó a su hombre a cumplir con la orden y luego se dirigió
al frente para abrir la persiana lo suficiente para poder gritarle por el hueco
al tirador que había apostado allí mientras él se dirigía a la parte de atrás.
Cuando estuvo seguro de que no le dispararía por error, abrió totalmente la
puerta.
- Espero
que Domínguez nos tire un billete extra por todo esto – dijo el hombre
que bajaba por las escaleras, seguido por los rehenes liberados, provocando la
risa de todos e incluso Diana esbozó una sonrisa.
- Y seguro me lo va a cobrar a mmi – añadió ella, atreviéndose
a reír con ganas.
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