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Los que me conocen ya saben que la mejor forma de lograr que haga algo es simplemente diciendo que no puedo hacerlo o peor, que no me atrevo a hacerlo. Algo similar fue lo que inició este cuento... Con la pequeña diferencia que esta vez admití (no sin esfuerzo) que no pude hacerlo... Era de esperarse de alguien para quien el amor no es su fuerte, supongo.

Bendita Mala Suerte

-         ¿Lo ponés de nuevo? – pidió ella, apenas mas audible que un susurro

   Sin dudarlo, Gustavo se levantó con parsimonia y recorrió a oscuras los pocos pasos que lo separaban del equipo de audio. Ése había sido uno de las pocas cosas que se había llevado consigo cuando dejó la casa de su familia para mudarse a ese pequeño departamento a una cuadra del constante ruido de la avenida Cabildo y al que él se esforzaba por llamar su hogar, aunque no podía soportar estar varias horas solo en aquel lugar sin deprimirse. Se puso de cuclillas junto al aparato y tras accionar un botón, se interrumpió el tema que estaba sonando para regresar al que acababan de escuchar. El contador se puso en blanco por un segundo y reanudó su marcha al mismo tiempo que un gran número cinco recuperaba el lugar que había ocupado hasta poco tiempo antes. Con las primeras notas graves que manaban de las cuatro cuerdas al vibrar, regresó al colchón que estaba ubicado en el centro de la habitación, a la espera de que su sueldo le permitiera comprar una cama. De haber estado solo, se hubiera dejado caer, pero cuando estaba con Victoria su comportamiento se refinaba inconscientemente. Se recostó como si estuviera sobre un lago congelado a principios de la primavera y la estrechó entre sus brazos, mientras oía como una voz inusualmente triste aseveraba estar feliz por haber encontrado a sus amigos dentro de su cabeza. Ella cerró sus ojos, deleitada por cada sonido y una suave sonrisa quedó dibujada en sus labios mientras que Gustavo la admiraba extasiado bajo la pálida luz que entraba a través de la ventana emitida por un farol que no funcionaba todas las noches con la misma fuerza. La penumbra le daba un aura fantasmagórica, su piel se volvía casi etérea entre sus brazos. Como cada vez que la contemplaba, se sentía en un sueño, uno del que estaba seguro que mas temprano que tarde se despertaría para encontrarse solitario en su cama una vez más. Disfrutaba memorizando cada una de las líneas de su rostro, recorriéndolas suavemente con la yema de sus dedos, siempre temiendo que si no es lo suficientemente cuidadoso, ese rostro hermoso se desvanecería entre sus manos como una ilusión creada por un sádico hechicero sólo para torturar su alma y disfrutar con su desesperación.
  No lograba convencerse de que aquella mujer se hubiera enamorado de él, aunque reconocía que no había sido tan fácil. Era lo único bueno que le había sucedido desde su ingreso a la Universidad de Buenos Aires cuando todavía soñaba con convertirse en biólogo, apenas un año y medio atrás. Se desinteresó por la carrera casi instantáneamente y terminó por confesarse que aquello había sido tan sólo un acto de rebeldía contra su padre, que esperaba que estudiara Derecho para seguir sus pasos. Tal vez ni siquiera hubiera terminado el primer cuatrimestre de no ser porque en una de esas clases que tanto comenzaba a detestar, casi sin darse cuenta la conoció a Victoria.
 
Mientras él jugueteaba con uno de sus mechones rubios, ella comenzó a tararear la letra de esa canción que tanto le gustaba y Gustavo siguió contemplándola extasiado. Recordaba hasta el último detalle de aquél día; ese día en que todo le había salido mal, bueno, casi todo. Había salido retrasado de su casa, después de que su reloj despertador decidió por si mismo que era mas conveniente activarse media hora más tarde que la que Gustavo hubiera deseado. Desayunó rápido y salió a la calle, un instante antes de que las oscuras nubes que habían amenazado toda la semana, por fin se decidieron a descargar furiosamente toda el agua que habían estado acantonado dentro de sí. Gustavo se vio obligado a subir corriendo por las escaleras, encontrar su paraguas entre el desorden en el que se había acostumbrado a vivir y volver a bajar a la carrera casi tropezando varias veces con sus propios pies; siempre había detestado el ascensor. Cruzó la puerta del frente justo en el instante en que la lluvia aminoraba hasta desaparecer, como una burla a su paraguas y su ejercicio. El tránsito, que generalmente era bastante despejado, fue bloqueado casi frente a sus ojos por un choque múltiple que generó un caos interminable del que no veía forma de escapar con velocidad. El colectivo en el que él viajaba tardó mas del doble del tiempo usual en llegar, tiempo durante el que Gustavo no podía evitar pensar que de no haber regresado por su paraguas hubiera alcanzado el colectivo anterior y evitado toda la demora.
 
Volvió a correr por los pasillos y escaleras de la Facultad de Ciencias Exactas, sólo para darse cuenta que el profesor aún no había llegado a pesar de que habían pasado treinta minutos del inicio de la clase. Le alegró pensar que el tránsito no sólo lo había perjudicado e él, pero igualmente maldijo al descubrir que el aula estaba repleta y los únicos asientos libres estaban en las primeras dos filas, donde siempre evitaba sentarse por quedar expuesto a la vista del docente y por lo tanto obligado a fingir atención. 

-         ¿No tenés hambre? – preguntó Victoria con su suavidad habitual – Ya son casi las diez.

-         Pidamos una pizza ¿dale? – respondió él, todavía con los recuerdos ocupando parte de su mente y sin resignarse a dejarlos ir.

   La canción acababa de terminar, pero Gustavo sentía que habían pasado mucho mas que esos tres minutos. Sacudió su cabeza como intentando despejarse de su ensueño y comenzó a incorporarse para ponerse de pie, pero su novia lo frenó poniendo su mano en su pecho, rodeando suavemente su garganta con su índice y su pulgar para regresarlo a su posición horizontal con suavidad. Él intentó quejarse pero ella lo silenció con un beso suave sobre sus labios y se puso de pie con su silenciosa agilidad. Él sabía que era imposible, pero juró haber visto que los verdes ojos de Victoria brillaron con luz propia por un instante en la penumbra cuando le dijo con una sonrisa que ella se encargaría de todo.
  El departamento era realmente pequeño; apenas un dormitorio, un baño en el que dos personas no podrían moverse sin tocarse y otra habitación apenas mas grande que el dormitorio, que servía de cocina, comedor y sala de estar al mismo tiempo. La repentina luz de la lamparita que colgaba en la cocina cegó por un instante a Gustavo a través de la puerta que ella había dejado abierta al salir, mientras Victoria despegaba uno de los imanes de la heladera y corría dando saltitos hacia el teléfono, fuera del campo visual que le daba la puerta abierta del cuarto al dueño de casa.
 

-         ¿Tenés cerveza en la heladera? – preguntó ella mientras discaba el número de la pizzería

-         Debería, a menos que seas sonámbula y te la hallas tomado anoche – replicó él, elevando la voz un poco.

-         Que gracioso, Ja-Ja... – le respondió ella, con el tono más sarcástico que pudo.

   Estaba a punto de replicar su broma cuando del otro lado de la línea contestaron y tuvo que guardarse sus palabras. Gustavo no pudo evitar cerrar los ojos para imaginarla sonriendo mientras digitaba en el teléfono, esa sonrisa que ella siempre soltaba sin temor al derroche y sin importar que tan malo hubiera sido el chiste. Fue justamente esa sonrisa amplia y alegre lo primero a lo que prestó atención aquella mañana en que todo había salido mal. Gustavo se acomodó en su lugar, dudando si sería peor que el profesor llegara o que no lo hiciera, haciendo del todo inútiles todos los problemas con los que había lidiado aquella mañana. De mala gana sacó su cuaderno, lleno de información tan distante a la Biología como todo lo que había en esas clases y que él no tenía ningún interés en leer. Saludó de mala gana a los pocos conocidos que se le acercaron después de verlo desde el fondo del aula y no faltaron las bromas a su costa por haber quedado en la segunda fila. Él prefirió callar, después de todo le caían bastante bien y no quería perder amistades por una simple mañana de mala suerte que le había arruinado el humor. El profesor entró agitado al aula, masculló una disculpa mientras dejaba caer pesadamente su maletín sobre el escritorio y esperó a que todos regresaran a sus lugares para comenzar la clase. Gustavo no lo supo entonces con certeza, pero tiempo después supuso que fue en ese instante previo a la llegada del docente en que Victoria entró al aula y se sentó a unos cuatro asientos a su izquierda en la primera fila, justo donde Gustavo no podía verla porque lo tapaban los amigos que se habían acercado.
 
La clase comenzó y él se propuso esforzarse por atender, pero las ganas no le duraron ni tres cuartos de hora, justo la mitad del tiempo que faltaba para que pudiera irse de allí. Fingiendo tomar notas en su cuaderno, comenzó a garabatear hasta aburrirse dibujos tribales y frases de canciones, con su mente casi en blanco. Eso mismo estaba haciendo cuando el ruido de algo golpeando el suelo con estrépito le llamó la atención. Levantó la vista mientras un murmullo mezclado con algunas risas se elevaban entre los presentes, incluyendo al profesor. Todo el aula estaba mirando en la misma dirección y el no quiso ser menos, mas no sea para tener algo que comentar con algún compañero cuando por fin pudiera irse de allí. Tardó apenas un segundo en descubrir que el motivo había sido una chica que él no había visto entrar pero que acababa de dejar caer su carpeta al suelo y las hojas que guardaba dentro de ella habían volado en todas direcciones. Sus alborotados cabellos rubios apenas rozaban sus hombros y caían sobre su cara mientras se inclinaba para recuperar los papeles que se habían desparramado sobre el piso del aula, incluso algunas a mas de un metro de donde estaba ella. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus ojos, que Gustavo adivinó sin error que eran verdes, estaban casi cerrados mientras reía con ganas de su propia torpeza. Tardó mucho en admitirlo, incluso a si mismo, pero sintió que estaba enamorado de ella desde aquel mismo segundo en que la vio reír.
 
Si le había resultado difícil concentrarse en la clase antes de este episodio, desde aquel momento le fue directamente imposible. Tratando de parecer disimulado, aunque sabiendo que estaba muy lejos de serlo, no pudo despegar los ojos de ella. Gustavo se sintió desanimado cuando comprendió que el joven sentado a su lado no estaba allí por casualidad sino que ya se conocían de antes, lo que lo hizo pensar que era su novio. En un lapso que a él le pareció de apenas unos pocos minutos la clase finalizó y juntó sus cosas apresuradamente con la intención de acercarse a ella, por primera vez en mucho tiempo estaba realmente convencido de lo que deseaba. Bastó con que desviara por un segundo su mirada hacia su mochila para que Victoria se desvaneciera junto con su acompañante entre la gente, dejando a Gustavo completamente abatido.

-         Dijo que tienen media hora de demora – anunció Victoria tras apagar la luz y regresar a la habitación

-         Eso quiere decir que va a llegar en una hora – respondió él, sin levantarse pero siguiéndola con la vista.

    Ella revisó en la penumbra la pila de discos compactos que había junto al reproductor hasta encontrar el que buscaba y lo colocó en la bandeja. Cuando escuchó las primeras notas de gaita que se deslizaban suavemente fuera de los parlantes, Gustavo no pudo evitar sonreír. Nunca había dejado de maravillarse con la gran amplitud de gustos musicales que tenía su novia, pudiendo disfrutar con igual placer de toda clase de estilos, desde el grunge hasta la música celta. Él, que antes de conocerla había sido un fundamentalista del heavy metal, se había burlado al principio e intentó arrastrarla hacia sus gustos. Lo logró sólo en parte, porque aunque agregó a sus gustos a los discos de Gustavo, nunca dejó de escuchar lo que ya le gustaba desde antes. Como parte de la negociación implícita en cualquier relación, Gustavo tuvo que admitir que ella pusiera su música la mitad del tiempo, logrando que a su vez él comenzara a interesarse por estilos a los que antes rechazaba sólo por la fuerza de sus prejuicios.
 
Aún recostado, Gustavo giró su cabeza hacia donde provenía la música. Victoria estaba como en un trance, sentada sobre sus talones con los ojos cerrados frente al aparato. La penumbra le había devuelto el misterio a su imagen, Gustavo contempló por algunos instantes su cuerpo que se balanceaba siguiendo el ritmo calmo y relajante de la música. Él se levantó y caminó silenciosamente hasta ella, para arrodillarse a sus espaldas y deslizar sus manos recorriendo su cintura. Sonriendo con suavidad, ella giró parcialmente su rostro hacia adonde adivinó que estaba el rostro de Gustavo, pero continuó con los ojos cerrados y siguiendo la música con su cuerpo mientras sentía las manos de Gustavo cruzarse sobre su vientre debajo de su remera. Tampoco abrió los ojos cuando él la estrechó contra su cuerpo y comenzó a besar con ternura su piel, viajando desde su cuello hasta sus labios, recorriendo muy lentamente su mejilla y deleitándose con el suave perfume que manaba de sus poros.
 
Si Gustavo asistió a la siguiente clase fue principalmente por ella, además de haberse prometido no rendirse tan pronto y terminar dando la razón a su padre. Durante los días que habían transcurrido entre ambas clases no había logrado sacarla de su mente y la vio en cada esquina sólo por un segundo antes de desaparecer, lo que lo hizo acreedor de una llamada de atención de parte de su supervisor en el supermercado en el que trabajaba de repositor. No lograba concentrarse en nada de lo que hacía, solo podía pensar en las horas que faltaban para la siguiente clase y en alguna forma de acercarse a ella. Cuando por fin llegó el día, se esforzó por estar en el aula junto con los primeros, esperando que esta vez tuviera la oportunidad que deseaba. Después de pensar en ello todos esos días, había llegado a la conclusión de que la mejor estrategia sería esperar fuera del aula fingiendo leer sus apuntes hasta verla llegar y conseguir sentarse cerca de ella. Eso fue lo que hizo, pero la suerte le jugó en contra nuevamente. El aula estaba casi completa, como siempre ocurre durante las primeras clases antes de que los desertores del primer parcial generen espacios libres, pero ella no estaba allí. Cuando el profesor comenzó a hablar, Gustavo se dio por vencido y entró al aula en busca de un lugar cerca del fondo, convencido de que ella no iría. Sin embargo, acababa de sentarse dejando caer su mochila al suelo con desgano cuando la vio llegar agitada y seguida de cerca por el mismo hombre de la clase anterior.
 
Fue apenas un instante antes de que se sentaran nuevamente en la primera fila, pero por primera vez Gustavo pudo verla de cuerpo completo y se sintió aún más encandilado. Era obvio que cuidar su apariencia no estaba entre sus prioridades, pero tampoco la descuidaba del todo y estaba riendo, como siempre. Vestía unos gruesos pantalones marrones de algodón que bailaban sobre sus tobillos con cada uno de sus pasos y ocultando casi por completo sus zapatillas blancas bastante gastadas. A la distancia, parecía apenas un poco menos alta que él, dando un cálculo aproximado de un metro setenta, pero eso era todo lo que pudo descubrir sobre su físico, oculto debajo del abrigo invernal. Al igual que el pantalón, el sweater de lana roja que llevaba era bastante amplio y estaba cubierto en parte por una campera corta blanca y de su cuello colgaba una bufanda de colores chillones que desentonaba intencionalmente con el resto del atuendo.
 La misma situación se repitió algunas veces más. Por una razón o por otra, Gustavo no podía acercarse lo suficiente hasta ella. Lo máximo que logró fue estar del otro lado del pasillo, separados por apenas un metro, pero ella parecía siempre muy concentrada en la clase y no desviaba la vista mientras el profesor estuviera hablando, pero cuando surgía algún silencio mientras escribía algo en el pizarrón ella desviaba su atención hacia su acompañante, que parecía nunca callarse. Desde esa distancia, pudo oír parte de su charla, pudiendo deducir que ese hombre no era su novio, aunque no porque él no lo quisiera. También descubrió su nombre, pero ningún otro dato que le pudiera ser útil. No parecía mantener relación alguna con nadie mas que con su acompañante constante, lo que eliminaba la posibilidad de conseguir datos o ser presentados por un tercero. Sin embargo, Gustavo se persuadió de que esa materia atraía su atención, por lo que se puso como meta aprender todo lo que pudiera para utilizar esos conocimientos para lograr que ella se fijara en él. Faltaba muy poco para el examen, pero él se las apañó para asimilar toda la información que había dejado pasar en las clases anteriores. Descubrió que no le era tan insoportable la materia como le había parecido en un principio y pronto su voz empezó a oírse durante las clases, haciendo preguntas que el profesor no siempre podía responder con facilidad. Cambió su estrategia, aunque no tenía ningún motivo para pensar que funcionaría hasta varias semanas después del examen, en el cual había conseguido una de las mejores calificaciones del grupo. Como no encontró una forma creíble de acercarse a ella, había decidido que debía por lo menos llamar su atención antes con la esperanza de que ella se acercara un poco primero. Sentía que tenía demasiado que perder como para arruinarlo todo por impaciente.
 
Timbre. Realmente lo habían olvidado. Gustavo saltó de la cama y comenzó a vestirse a toda prisa, mientras Victoria respondía el segundo timbre a través del portero eléctrico. Gustavo estuvo a punto de tropezar mientras bajaba atropelladamente las escaleras, el ascensor estaba en otro piso y no deseaba demorarse mas en bajar. En la puerta lo esperaba un joven, casi de su misma edad, sentado en uno de los escalones de la entrada con la caja de cartón sobre sus rodillas vigilando cada tanto la moto que había dejado junto al cordón a algunos metros de allí y con un cigarrillo recién encendido entre sus dedos. Cuando oyó deslizarse la llave dentro de la cerradura a sus espaldas se incorporó y estiró los brazos hacia Gustavo para entregarle la caja. 

-         No llegué en un buen momento ¿no? – preguntó sonriendo el repartidor mientras buscaba en sus bolsillos el cambio.

-         ¿Qué? – dijo Gustavo, antes de echar un vistazo a su cuerpo. A pesar de que no hacía calor, estaba agitado y con poca ropa. – No es tu culpa, sólo llegaste mas rápido de lo que esperábamos... – se excusó con una sonrisa

-         El tiempo vuela cuando estamos divertidos – respondió él, guiñando un ojo y extendiéndole el dinero en su mano.

  Gustavo tomó sólo los billetes y dejó las monedas de propina antes de despedirse entre risas. Aún recordaba el corto tiempo que trabajó de repartidor, soportando quejas por demoras que no habían sido su falta y aprendiendo que sólo daban propinas los clientes de viviendas mas humildes. El ascensor tampoco estaba en la planta baja, por lo que una vez mas prefirió subir un piso por la escalera a tener que esperarlo.
 
Victoria ya había preparado la mesa y estaba deslizando sus pies dentro de sus zapatillas, que dejó desatadas, cuando el volvió a entrar en el departamento. Dejó la caja sobre la mesa y fue a la habitación a terminar de vestirse. Subió el volumen de la música antes de regresar a la cocina, donde Victoria estaba sirviendo sendos vasos de cerveza. 

-         Tenés el buzo al revés – le hizo notar Victoria, mientras atacaba la primera rebanada con apetito voraz.

-         Es verdad – reconoció él tras bajar la mirada un instante – Pero dentro de un rato me lo vas a querer sacar de nuevo así que, ¿Para qué me lo voy a acomodar?

  Ella le lanzó un cachetazo suave que él no se esforzó en esquivar, encandilado como estaba nuevamente con su fingido enojo, que enrojecía sus mejillas y alargaba sus ojos. Ambos habían olvidado hasta ese instante el hambre que tenían y por varios minutos ninguno emitió palabra, concentrados como estaban en saciarla.
 
Las clases habían seguido pasando sin que Gustavo tuviera la oportunidad que tanto anhelaba, aunque estaba convencido de que sus alardes de conocimiento habían hecho que Victoria al menos se percatara de su existencia, lo que era mejor que nada. Gustavo comenzó a sentir la mirada de Victoria clavándose en él cada vez que contestaba alguna pregunta, pero en cuando intentaba mirarla, sus ojos se fijaban nuevamente en el profesor apenas una fracción de segundo antes, dejándole apenas el recuerdo de su mirada, con sus cabellos colgando aún agitados por el rápido movimiento de su cabeza. Después de que sucediera lo mismo varias veces, Gustavo descartó que se tratara de impresiones suyas y se convenció de que Victoria no se atrevía a cruzar su mirada, lo que le dio algunas esperanzas. Sin embargo, el acompañante inoportuno se mostraba cada vez mas cercano a ella, que no hacía nada por alejarlo.
 
Gustavo maldijo sus temores cuando finalmente el segundo parcial llegó sin que hubiera intentado nada por acercarse. Casi sin darse cuenta del paso del tiempo y sumido en sus divagues, Gustavo se encontró con que las vacaciones habían comenzado, dejándolo solo y deprimido en el suelo de su departamento. 

-         Vino medio quemada hoy – se quejó Gustavo tomando su última porción – Pero estaba buena igual.

-         Con el hambre que teníamos, hubiéramos comido cualquier cosa como si fuera la mejor – admitió Victoria – ¿Salimos a algún lado? – añadió luego.

-         Dale... ¿Tenés algo en mente? – preguntó Gustavo, sabiendo con la certeza que dan las experiencias pasadas de que ella ya tenía todo organizado en su cabeza y la pregunta era sólo una formalidad para dejarla proponer.

-         El bar de la estación – sugirió ella.

-         Pero no vayamos tarde que si no nos quedamos afuera – Gustavo también sabía que ésa iba a ser su elección antes de que ella lo dijera.

  Dos semanas después de que terminaron las clases, Gustavo aceptó después de muchas negativas acompañar a algunos amigos a un bar. Deprimido como estaba y enojado consigo mismo, no había querido abandonar el edificio mas que para ir a trabajar, siempre con mucho esfuerzo. Su suerte parecía haberse estado burlando de él, poniendo algo tan deseado tan sólo a dos centímetros de los que alcanzaban sus dedos, sujetos por las cadenas de sus propios temores con la firmeza de pesados grilletes de hierro.
 
Sus amigos pasaron a buscarlo sin previo aviso y lo sacaron casi a la fuerza de su departamento. Aunque no conocían los motivos exactos de aquella depresión, podían imaginarlos; después de todo todos han de tener sentimientos similares al menos en alguna ocasión. Una vez en la calle, Gustavo se dejó llevar por sus amigos, caminaba entre ellos ausente de toda conversación mientras el recuerdo constante de esos ojos verdes le oprimían el pecho sin dejarlo respirar. No podía evitarlo por mas que se esforzara, cada vez que cerraba sus ojos ella aparecía frente a él, siempre sonriente y alegre como aquella primera mañana. Por un lado disfrutaba de aquellos recuerdos, al mismo tiempo que lo torturaban sin piedad.
 
A las pocas cuadras entraron en un bar muy cerca de la estación Barrancas al que él nunca había ido antes. Era muy temprano, por lo que todas las mesas estaban libres aún. El lugar era angosto y se alargaba hacia el fondo, donde a través de un pasillo se veían las mesas de pool. La barra estaba separada del sector de las mesas por una hilera de columnas bastante anchas que bloqueaban casi toda la visión. Gustavo y sus amigos se sentaron en una mesa junto a una de esas columnas para seguir con la conversación. Un instante después se acercó una camarera rubia que emulaba gestos y risas de una juventud que la había abandonado hacía bastante tiempo. A medida que fueron pasando las cervezas el local se fue llenando de gente y Gustavo recuperó en parte el humor, incluso fue él que sugirió moverse hacia el fondo para retar a duelo a los dos que enfrente suyo afirmaban ser los mas habilidosos con el taco. Los cuatro amigos vaciaron sus vasos de un sorbo y se pusieron de pie entre burlas dispuestos a terminar con pruebas aquella discusión. Gustavo los siguió a través del pasillo mientras enfilaban hacia la mesa que les habían asignado en la barra. El pasillo se abría a una habitación mucho mas grande que la destinada a las mesas en el frente donde habían acomodado ocho mesas de pool con el suficiente espacio entre ellas para desplazarse. Recorriendo las paredes había varias mesas pequeñas similares a las que habían estado hasta entonces y fue lo que vio allí lo que llamó su atención, haciéndolo olvidar del reto que acababa de hacer. En una de las mesas del rincón opuesto al que estaban ellos vio a Victoria, aún mas hermosa de lo que él la había visto en la facultad, sentada frente al acompañante de siempre. Gustavo adivinó que la perseverancia del muchacho había rendido frutos, porque ahora realmente se veían como novios. Estaban rodeados por varios otros jóvenes, todos ellos en distintos niveles de ebriedad.
 
Gustavo, que mil veces se había prometido olvidarla y otras mil veces había creído estar lográndolo, se avergonzó al descubrir que estaba muy lejos de ello. Sin embargo, se obligó a dejar de mirarla y comenzar a jugar. Sus tiros eran desastrosos, pero al menos sentía que el juego lo ayudaba a distraerse y no mirarla ni pensar en ella. Se felicitó varias veces a si mismo por su fuerza de voluntad que estaba logrando que la olvidara, cuando se dio cuenta con una risa amarga que tanto se esforzaba por no pensar en ella que no estaba pensando en otra cosa mas que en ella. Siguió jugando y sus tiros fueron mejorando hasta poner el partido muy a su favor, cuando el volumen de las voces fue creciendo en volumen hasta casi convertirse en gritos. Levantó la vista mientras la bola blanca rodaba hasta empujar a la negra dentro de la buchaca para ver que el grupo de Victoria estaba discutiendo con otro grupo de casi diez personas. El que había estado sentado frente a ella era el que estaba mas encolerizado, a pesar de que Victoria trataba de tranquilizarlo con una mezcla la vergüenza y miedo en el rostro. Su compañero de equipo lo estaba felicitando y burlaba a sus rivales al mismo tiempo, pero Gustavo no lo oía. Sus ojos estaban fijos en Victoria y en su acompañante, que parecía estar armando aquella pelea sólo para presumir delante de ella. Pero estaba tan ocupado en aparecer agresivo que no miraba a Victoria, como sí lo hizo Gustavo para notar que estaba logrando el efecto opuesto al que buscaba.
  La discusión siguió subiendo de tono y algunos de los otros clientes junto con los empleados del lugar intentaban calmarlos, pero de todos modos no pudieron evitar la batalla campal que se inició a los pocos minutos. Casi sin darse cuenta, los mismos que intentaban separarlos se vieron arrojando golpes al azar y de los pocos que prefirieron no intervenir, casi todos se alejaron del lugar a toda velocidad. Sólo Gustavo y sus amigos permanecieron inmóviles, sin deseos de participar pero tampoco de perderse el ser espectadores. El partido estaba terminado así que los tres se acomodaron en su mesa y llenaron sus vasos. Gustavo siguió de pie, aún con el taco en la mano y mirando atónito lo que estaba sucediendo. Nunca había sido amigo de las peleas, pero estaba viendo a Victoria aterrada, acurrucada en el rincón y sentía que debía hacer algo. Se puso en movimiento y a los pocos pasos se dio vuelta para detener con gesto a sus amigos, que ya se estaban poniendo de pie para seguirlo, mas sorprendidos que deseosos de pelear. Siguió avanzando con la mirada clavada en Victoria, que ya se había dejado caer hasta el suelo y se cubría la cabeza con los brazos. Al verlo internarse en el tumulto, alguien que ya había olvidado de que bando estaba lo golpeó en el rostro con su puño. Gustavo se tambaleó sorprendido y se volvió hacia él, que volvía a atacarlo. Instintivamente, Gustavo esquivó el golpe y golpeó con el taco que nunca había soltado en las pantorrillas del otro, que cayó pesadamente al suelo. Estuvo a punto de dejarse llevar por el fragor, levantó el taco una vez mas para golpearlo en el suelo, pero luego se controló y siguió avanzando hacia Victoria. Se arrodilló a su lado y puso su mano en su hombro, logrando que ella gritara y se estremeciera aterrada antes de girar para verlo de frente. 

-         Puedo sacarte de acá – le dijo cerca de su oído, levantando la voz para imponerse sobre el tumulto.

    Ella se limitó a mirarlo y a asentir con un gesto. Gustavo estuvo seguro por su mirada que lo había reconocido, pero no dijo nada. Tantas otra veces había visto cosas sólo por el deseo de querer verlas que se había vuelto algo escéptico. Victoria se puso de pie enseguida y empezó a caminar aferrada a la cintura de Gustavo por la espalda, mientras él se abría paso a empujones y codazos. Estaba a punto de atravesar el pasillo hasta la parte del frente cuando recordó que no estaba solo y llamó a sus amigos con señas, quienes al verlo con Victoria se limitaron a negarse con una sonrisa cómplice, aunque después supo que se fueron apenas lo vieron alejarse, justo cuando los golpes de puño fueron reemplazados por botellas, vasos y tacos de madera.
 
Victoria siguió aferrada a él hasta que llegaron a la esquina. Allí el reflejo de las luces azules los hizo volverse para ver como el lugar era asaltado por los policías que se bajaban de tres patrulleros. Tras unos instantes se pusieron a caminar nuevamente hacia la plaza, sin que ninguno lo propusiera en voz alta ni se cruzaran sus miradas. 

-         Gracias – dijo ella tras una cuadra, mostrando la sonrisa que él nunca había podido olvidar.

-         No iba a quedarme sin hacer nada después de verte tan asustada – le restó importancia él, recurriendo a la falsa modestia y luego se presentó – Me llamo Gustavo.

-         Yo soy Victoria – hizo lo propio ella y luego se animó a preguntar lo que venía dudando desde que lo había visto – Ya nos conocemos ¿No?

-         De vista nomás – respondió Gustavo, mientras sentía un redoble golpear dentro de su pecho aunque hacía todo por disimularlo – En la facultad.

-         ¿Estas sangrando? – se percató en ese momento ella, ahora que estaban en un sector mas iluminado.

    Gustavo se tocó el labio donde lo habían golpeado y se dio cuenta de que tenía un pequeño corte. Nada grave, pero en un instante de lucidez extrema encontró la forma de sacarle provecho. 

-         ¿Me acompañás a ese bar así me lavo un poco? – la invitó

-         Dale, entremos – aceptó ella de inmediato

-         Y ya que estamos nos pedimos algo para tomar y olvidarnos del quilombo.

-         Me gusta la idea – volvió a aceptar ella y lo tomó del brazo para caminar hasta el sitio que Gustavo había sugerido.

   Eso había sucedido hacía ya un año y todo fue en ascenso desde entonces. Estimulado por ella, había encontrado una carrera de su agrado de la que acababa de terminar el CBC sin dejar de trabajar, aunque por la reducción de horas que debió hacer para no descuidar sus estudios su sueldo apenas le alcanzaba para vivir. Victoria tenía el mismo problema, por lo que un mes antes del aniversario, ambos se decidieron a intentar la solución que venían pensando cada uno por separado, sin animarse a sugerirlo al otro y Victoria se mudó a su departamento. No fue muy distinto, después de todo pasaban gran parte del día juntos e incluso mas de una vez ella se quedaba a dormir allí. 

-         No me sorprende nada que hallas elegido venir acá – confesó Gustavo mientras empujaba la puerta para entrar al bar.

-         Me encanta este bar, desde siempre.

-         Se cumple justo un año desde aquella noche – añadió Gustavo, fingiendo no haber oído su excusa.

-         Siempre dijiste que no te gustaba festejar fechas – le recordó ella mientras se sentaban en la misma mesa de siempre.

-         Pero eso no significa que no me las acuerde – admitió él – Aunque festejo todos los días por lo que pasó aquella noche.

  Victoria sonrió y estaba tan hermosa como aquél primer día en que la vio en ese aula de Ciudad Universitaria. Ambos levantaron sus copas, brindaron y luego se besaron con ternura antes de probar la bebida.