Carmen Zavala
Profesora de filosofía
Universidad Nacional Federico Villarreal
La Ética no basada en un código moral doctrinario arbitrario, tiene que regirse por principios que la experiencia humana nos muestre que son beneficiosos. Antecesor de este tipo de ética fue Kant, que quiso fundamentar la ética en la mera lógica de la razón. La propuesta de Kant es rescatable por su rigurosidad en la fundamentación racional de la ética. Sin embargo, y en tanto que su objetivo fue postular una ética alternativa a aquella basada en la interpretación arbitraria autorizada por las autoridades religiosas, Kant no quiso tomar en cuenta para su fundamentación, el efecto de las acciones éticas particulares, ya que Kant no quería dar cabida al argumento del clero, que solía aducir que el ser humano no puede saber si las consecuencias de un acto serían negativas o positivas en el mediano y/o largo plazo, y que los únicos que podrían saberlo serían los intérpretes autorizados de Dios en la tierra.
Con
estos antecedentes de una alternativa ética racional no religiosa
postulamos que la ética debe basarse en la autorrealización,
no solo de la razón, como postulaba Kant, sino del ser humano en
toda su dimensión físico, mental, emocional y social.
Esto
por razones muy pragmáticas: La persona que se desarrolla plenamente
está satisfecha, no descarga sus frustraciones en los demás,
ni es una carga para la sociedad. Es más, esta persona desarrollada
y satisfecha, incluso independientemente de su voluntad, fomenta el desarrollo
de las personas con las que se interrelaciona y es un aporte para la sociedad.
Pero
también por razones de fondo: El filósofo español-musulmán
Averroes, comentando a Platón, señaló que para enseñar
los mitos y dogmas no racionales de la religión, era necesario hacerlo
desde niños, porque lo irracional y las valoraciones morales, no
se enseñan por la razón, sino por la afectividad que acompaña
a quien cuenta o “enseña” estas valoraciones.
Si
bien él lo decía en el sentido de que por ello la fe religiosa
debe ser enseñada a través de la manipulación de la
afectividad de los niños y de que era vano tratar de persuadir a
un adulto de creer en “mitos” y dogmas irracionales de una religión
distinta a la que asumió de niño en un contexto de afectividad,
el fondo de su constatación es de rescatarse.
Los
valores morales se adoptan desde la niñez, y en su mayoría,
no porque el niño o la niña se hayan puesto a meditar sobre
su validez, sino porque estiman a los familiares o amigos que practican
esos valores y quieren ganarse su aprecio. Es decir, los valores morales
se asumen desde la primera infancia, de manera “irracional” y movidos casi
totalmente por la necesidad de afecto y aprecio de los niños. Una
vez más grandes, los niños aprenden a “teorizar”, sobre lo
“bueno” o “malo” de las acciones que realizan, pero esto viene a ser en
la mayoría de los casos ya solo una mera verbalización de
los valores que ya llevan inculcados desde antes por su contexto. Por ejemplo,
en el colegio se le pretende “enseñar” a los alumnos a ser honrados
o a serbondadosos. Y eventualmente
el profesor cree haber logrado su propósito, cuando los alumnos
responden correctamente a ejemplos de honradez o de “bondad”. Lo que en
realidad ocurre en estos casos, es que el niño ya ha aprendido que
no debe quitarle o “robarle” las cosas a su papa o a su mama, porque estos
a través del afecto le han enseñado que él es valioso
para ellos, si no lo hace, y también aprende que si no le pega a
su hermanito menor o si ayuda a su mamá o a su papá en algo,
estos lo querrán más. Luego, lo que ocurre en estas clases
de “civismo” o de supuesto aprendizaje de valores simplemente es que los
niños aprenden, si no lo sabían ya, como etiquetar correctamente
cada una de estas experiencias positivas con determinadas palabras que
representan valores morales positivos.
Sin
embargo, de ninguna manera los alumnos van a aprender a ser honrados o
bondadosos en estas clases, por lo menos no por el contenido que se puede
“enseñar” en ellas.
Loa
valores morales se enseñan y aprenden en el contexto del trabajo
con las emociones. Por ejemplo, hacemos muy mal, cuando al pretender facilitar
nuestro trabajo de crianza de las nuevas generaciones, les enseñamos
por ejemplo a los niños a que deben “confiar plenamente” en sus
padres. A veces los padres les dan como explicación a sus hijos:
“Confía en mí, yo se lo que te digo!” o “¿Pero, acaso
no confías en mí?” en tono casi amenazante. Luego los niños
sienten que son estimados si ellos confían plenamente en sus padres
y trasladan esa dependencia ciega a sus parejas amorosas y/o a un supuesto
dios que los quiere también ciegamente y al que hay que “querer”
sin preguntar, sino por fe.
Con
ello estamos educando seres humanos incapaces de aceptar o querer a personas
imperfectas, esto es, personas en las que no se puede confiar ciegamente
todo el tiempo y en todos los sentidos. Vivirán insatisfechos, porque
conciente o inconscientemente esperan que los demás actúen
como ellos se hubieran exigido a sí mismos en igual circunstancia,
y terminan disgustándose con los demás cuando esto no ocurre.
No tiene perspectivas de éxito actuar, esperando recompensas divinas
o humanas, como por ejemplo esperando el reconocimiento social, en una
sociedad en la que la violencia económica,que
repercute en violencia social y familiar en la cotidianidad, impide que
surjan mentes libres capaces de convivir con los demás de manera
no competitiva y cizañosa.
La
alternativa es aprender a trasladar el ámbito de la emotividad hacia
la racionalidad, es decir, fortalecer los lazos amicales y de ayuda mutua
con las personas que nos ayudan a desarrollarnos intelectual o físicamente,
pues esto fortalecerá la relación mutua. Podemos suponer
que estas personas van a seguir actuando en determinado sentido, porque
lo hacen por su propio interés de desarrollo y no por una relación
de emotividad ocasional e incondicionada. Es decir, hay razones para suponer
que van a actuar en determinado sentido, afín de diferentes maneras
a nuestros criterios e intereses, aunque nunca se puede descartar lo contrario…
En
la práctica concreta esto significa trasladar conscientemente los
lazos afectivos aprendidos en la primera infancia en la familia o entre
amigos a la cooperación con colegas, asociaciones de intereses comunes,
sindicatos u organizaciones políticas, los o las cuales podrán
cooperar con nosotros en la lucha por hacer posible una sociedad en que
nuestras potencialidades personales en todas sus esferas pueda desplegarse.
Justamente
las diversas instituciones religiosas, que son relativamente conscientes
de esta relación ente emoción y racionalidad, han luchado
durante siglos por impedir que la razón entre a investigar el ámbito
de la emoción, para mantener el monopolio del manejo de masas a
través de sus ritos, grupos de oración, retiros espirituales,
etc. Y se han opuesto, si fue necesario para ellos, a sangre y fuego, a
que nos organicemos en grupos que permitan el desarrollo pleno de nuestras
potencialidades como lo han sido las asociaciones profesionales, sindicatos,
partidos políticos no ligados a religiones institucionalizadas,
escuelas populares, organizaciones por los derechos de las mujeres, etc.
En
resumen: La ética nada tiene que ver con religión. Gran parte
de la población del globo terráqueo practica alguna religión
y no por ello son moralmente consecuentes, ni siquiera con los dogmas de
su propia religión. A eso hay que añadirle que gran parte
de los dogmas sostenidos por diversas religiones justamente no propician
el desarrollo pleno de las potencialidades humanas, sino que más
bien las reprime y con ello es origen de gran parte de la violencia irracional
que surge como respuesta biológica del ser humano a esta represión.
De manera que el hecho de que las personas que creen ciegamente en las
interpretaciones autorizadas por sus líderes religiosos no sigan
al pie de la letra sus ocurrencias, no es la causa de la “falta de valores”
de la que se viene hablando tanto en el Perú. Además todas
las religiones institucionalizadas, irresponsablemente incitan a sus “fieles”
a asumir ciegamente que ellos son los verdaderos representantes de dios
en la tierra y que por lo tanto sus interpretaciones o sus líneas
de interpretación son las válidas y las demás herejes
y dañinas. Esto menoscaba la capacidad racional de la gente y garantiza
la represión de la razón humana de generación en generación.
Esto ya es el colmo de la inhumanidad, por lo que es necesario rescatar
los verdaderos valores humanos en pro de nuestro desarrollo pleno y el
de nuestros hijos.
Esto
último como se explicó, no se puede realizar estableciendo
sólo una serie de máximas morales al estilo de Kant, sino
que es necesario trabajar el contexto afectivo y ejemplar en el que se
pueda asentar y fortalecer la práctica individual de estas acciones
positivas para el desarrollo de la humanidad.