"Azogue. Desde pequeña sentí una gran atracción por ese raro metal "del color de la plata y más pesado que el plomo". Ni sólido ni líquido.Argento vivo.Materia fascinante que se dispersa en mil partículas trémulas y vuelven a unirse sin que le queden huellas. Lo asocié al través de la vida, con las más extrañas reacciones anímicas.Ahora, frente a estos poemas de mi amigo Francisco, lo siento temblor derramado en palabras, inquietud desasosiego: Galaxia misteriosa en la que búsqueda, vacilación, ideas contradictorias, culminan en la revelación de una mística personal, ineludible. Francisco Feliciano encuentra su identificación con Cristo y adopta el nombre de Jesús, que antepone a su nombre de pila.
No hay en el poeta petulancia ni soberbia. Su actitud es de hallazgo,de reconocimiento, de entrega, de solidaridad espiritual. En su poema Cristificación, su pensamiento se acrisola hasta el punto de fusión. Vive en sí mismo, con íntimo dolor de no verla acontecida, en carne propia, la hora del ascenso y termina diciendo:
"Cada jueves que mueres en mi pecho
busco sin hallar el madero para ascender contigo."
También se le vuelve azogue, casi sólida lágrima, su anhelo de total éxtasis místico. Y se derrama en borbotones de ansiedad, a sabiendas de que quizás nunca llegue a su culminación, porque el poeta vive rodeado de realidades imponentes, bruscas...porque la vida humana es un continuo tránsito, porque el azogue se nos vuelve a veces raíz desterrada, estrella sin vacío..."
