Alto a la maquinaria infernal de la guerra

     Juan Almendares  
 

     Cada guerra es perpetrada a expensas del hambre de los pueblos. Cada guerra es el infierno del horror y la miseria de mujeres,  niños, niñas, de seres indefensos y además, de la madre tierra. Cada guerra resulta del entrenamiento y de la educación para matar, en los que la práctica de la tortura está al orden del día. ¿Será posible que estemos tan vilmente enfermos de la mente como para desatar una guerra total nuclear que destruya todas las formas de vida y de existencia humana y planetaria? 

La historia de la humanidad ha condenado siempre las expansiones de antiguas y modernas romanizaciones imperiales y globalizadas, de la muerte contra la vida. El colonialismo, el racismo, el neocolonialismo y la hegemonía  expansionista de la acumulación histórica del capital han sido y son cada vez más destructivos del planeta y de la vida humana. 

La reciente guerra en el Golfo Pérsico e Irak ha conmovido a todas las naciones del mundo, aun aquellas poblaciones cuyos gobiernos son responsables del entrenamiento  de la tortura y de las atrocidades. En su momento millones de seres marchamos contra la guerra. Sin embargo, y de manera servil, los gobiernos  de los pueblos pobres se  han prestado vilmente para semejantes propósitos al  enviar sus propias tropas mercenarias. 

El mayor crimen y la mayor traición en contra de uno mismo, contra las presentes y las futuras generaciones  y  contra el planeta tierra es guardar silencio, callar ante el dolor de los pueblos torturados, masacrados e invadidos y ser  sordos ante el sufrimiento   que grita en las entrañas de la tierra y en el corazón de los niños y las niñas impelidos a la más brutal de las soledades. ¿Es acaso posible que podamos guardar silencio, comer y dormir tranquilos mientras ocurren los brutales bombardeos a poblaciones civiles; que podamos volver la cara y la conciencia ante el sufrimiento de las personas en esas ciudades encarceladas, ante los sueños  prisioneros y los niños y jóvenes masacrados? 

¿Quién es responsable de esos crímenes? ¿Los gobiernos o los pueblos, las políticas imperialistas o las políticas de liberación? ¿A quién culpar? ¿A la lógica del capital o a la lógica de la vida? Lo importante es tomar una posición a favor de la construcción de la paz y de la liberación, pues en el extremo contrario está el secuestro de la esperanza y de los sueños. El ser partidarios de la tortura y de la opresión de los pueblos.  

El espíritu de paz, de amor humano y planetario debe guiarnos para que nunca nos alegremos por el sufrimiento y la muerte violenta  de cualquier hermano del mundo, ya sea árabe, palestino, israelí, norteamericano, asiático, africano, australiano, latinoamericano, europeo o de cualquier parte del planeta. No hablo de razas porque científicamente éstas no existen; tan solo en la ideología del racismo.  

¿A quién responsabilizar  por semejantes atrocidades? No hay ninguna duda de que los culpables son los mercaderes de la guerra, las políticas imperialistas  con sus intereses en los recursos petrolíferos, estratégicos del agua, de la tierra y del aire. También somos responsables nosotros mismos cuando guardamos silencio y somos indiferentes a la practica de la tortura y al asesinato en masa de las poblaciones civiles donde el objetivo militar es la destrucción total de la vida. 

¿Tienen conciencia social y humana quienes programan estas crueldades? ¿Dónde está la supuesta civilización de los países tecnológicamente desarrollados? ¡Cómo es de condenable el racionalismo criminal de los más educados, para matar! Y cómo lo son quienes practican o planifican la tortura o el resurgimiento de tenebrosos Auschwitz,  al construir una vez más los oprobiosos campos de concentración.

En una carta que enviaron  cuarenta cineastas israelitas, el 28 de julio pasado  a sus colegas libaneses y palestinos en ocasión de la Bienal del Cine Árabe en Paris se contenía lo siguiente: “Nos oponemos firmemente a la cruel brutalidad de la política israelí, que ha tocado un nueva cima esta semana. Nada puede justificar la ocupación, el cierre y la opresión de Palestina. Nada puede justificar el bombardeo de civiles y la destrucción de las infraestructuras el Líbano y Gaza.” 

Hoy más que nunca necesitamos tener el firme propósito de  que en cada palabra, en cada conversación, en cada poema, en cada canción o danza; al orar  o meditar, al ayunar o caminar, al escribir, y al marchar unidos tenemos que contribuir a detener para siempre la maquinaria infernal de la guerra. Debemos movilizar a los pueblos  en la construcción de la paz, en el respeto a los derechos humanos, en la abolición de toda forma de tortura contra el ser humano y en la destrucción del planeta. Logremos el sueño de que las Naciones Unidas sean defensoras de la paz. Que ningún país en su seno, ni siquiera en nombre de los pueblos que gobiernan, sea promotor de guerra alguna. ¡Demos un alto definitivo a la maquinaria infernal de la guerra! 

Tegucigalpa, agosto de 2006.  

 

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