Corazón de obsidiana

Miguel Ángel Godínez Gutiérrez

 

 

Triangular

Todas mis horas están hechas de jaspe negro,

Mis ansias todas talladas de un árbol que no existe,

No es alegría ni dolor este dolor con el que me alegro,

Y mi bondad inversa no es ni buena ni mala.

Fernando Pessoa

 

 

Jugarás a las escondidillas y no te hallarán,

corazón de obsidiana,

aunque estés enfrente de ellos.

Cómo te van a encontrar adentro de una cáscara de nuez

o metido en un nido de pajaritos.

Te vas a reír por lo bajo, con una manita tapándote los labios

y así ya no te tocará buscarlos a ellos.

A través de los gritos alegres de los demás chamaquitos,

nadie escuchará los tuyos, también felices al ver que alguien le quiere pegar a la piñata.

Y no te escucharán cuando digas: “¡Arriba, arriba, atrás de ti, abuelo Miguel!”.

No te escucharán.

Tú jamás con los ojos vendados, nunca más,

nunca esperando en la fila.

Ya no te va a tocar pegarle a la piñata con un palo, manito,

pero podrás ayudar con un empujón de viento

para que les quede enfrente a tus amigos y le peguen bien duro y hagan estallar la fruta y los dulces.

Y vas a estar con todos nosotros.

En mi velita encendida.

Vas a estar con nosotros.

En el pesebre de los peregrinos.

Vas a estar con nosotros.

En la hojita de cantos.

Vas a estar con nosotros.

En la cera caliente sobre los dedos.

Vas a estar con nosotros.

En la procesión.

Vas a estar con nosotros.

En los confites y canelones.

Vas a estar con nosotros.

Campanita de oro.

Vas a estar con nosotros.

Mi chimuelito rubio.

Vas a estar con nosotros,

piedra que flota,

Siempre vas a estar con nosotros.

 

Más tarde, tocarán a la puerta y no serás tú.

Nunca más tú.

Llamarán a los niños a merendar, que ya estuvo bien de juegos, a gritos,

y a ti no te llamarán.

Podrás seguir en el columpio por toda la noche

y subirte a los árboles

y jugar futbol por más rato

día y noche,

sol y luna, mientras haya.

¡Qué va a ser de mí, de nosotros!

 

Anoche, en tu rosario,

tu mamá nos dijo

que un niño le había dicho

que te había visto.

Ya sabemos que los niños inventan,

que viven en un mundo de fantasías.

A lo mejor creyó verte,

influido de tanto oír hablar de ti, de tu muerte.

Que te había visto al cerrar la ventana de su cuarto

a lo lejos

haciendo la V de la victoria, nos dijo.

De todas maneras le dio mucho gusto a tu mamá,

imaginarte haciendo el signo de la Paz y el Amor de que disfrutas,

porque ya no vamos a volver a verte.

Ya no somos niños, estamos viejos.

Vivimos en un mundo de simulaciones.

Hemos aprendido, somos maestros en el arte de mentir.

Quién fuera niño, para mirarte saludar y decírselo a tu mamá,

pues los niños siempre dicen la verdad.

“Ya está haciendo de las suyas este Manuelito”, dijo tu mamá.

(Qué oídos escuchan ahora esto, mi Mamnueli).

 

Esta ciudad está diseñada para matarte”,

me dijo un amigo,

“hay varillas que sobresalen del pavimento,

alcantarillas abiertas,

se caen los árboles encima de los autos,

te llueven pedazos de ladrillo de nuestro cielo, de la nata de neblumo”.

La ciudad te mató,

jugando contigo, la muy bruta, con una pelota de piedra que pesaba un millón de veces más que tú.

“Chiapas también está hecho un desmadre”, pensé, tu cuna, “a dónde vamos a parar”.

(Había cierto pesimismo en el ambiente durante tu velorio).

 

Te vestimos de rojo

(tu traje favorito, dijo tu Daniel)

y así te entregamos tras un abrazo al fuego.

Tú, que eras fuego,

el calor de nuestros corazones.

Te nos dieron luego en una urna tamaño adulto con tus cenizas

dos horas después de despedir tu forma entrañable.

(ya estabas grandote, como decías, no cupiste en una de bebé).

Escapó de ti un poco de humo al aire

y estás como humo entre nosotros,

en la ciudad del humo de nuestras vidas.

Nuestra nueva residencia en el humo.

 

¿Cómo expresar todo lo que siento?

A tus oídos de ceniza.

A tus oídos de luz en el Ajusco, el primer lugar a donde pega el sol en el Valle de México, cada día.

Ciudad trágica nuestra.

Ciudad madre Coatlicue.

Madre y Señora de todos los temblores.

Nuestro Padre Madre y Sueño.

El del sagrado corazón sangrante.

El de los ocho brazos.

El hombre con cabeza de chacal.

El que nos hace evitar las transfusiones sanguíneas.

El que nos espera en el noveno Nirvana.

Por el que dejamos de comer carne de cerdo.

El Creador.

El Generador que mantiene el latido del universo.

El Gran Sustentador.

El Superintendente de nuestro angelito de la guarda,

de la dulce compañía

El que todo lo sabe y todo lo ve.

El Dios de nuestros padres y nuestros hijos.

Nuestro Padre Tiempo,

a nuestra imagen y semejanza;

Tata Dios, pues, la Serpiente Emplumada:

 

Brille en ti esa luz

la confianza en una vida mejor para todos,

el recuerdo nítido y alegre

de tu sonrisa, de tu ser, de tu bello modo,

mientras vivamos y estemos contigo.

 

(Somos polvo de estrellas, como dice la Abuela, no cabe duda).

 

 

Ángel de la Independencia

No a todo alcanza Amor porque no puede

romper el gajo con que Muerte toca.

Mas poco Muerte logra

si en corazón de Amor su miedo muere.

Mas poco Muerte logra pues no puede

entrar su miedo en pecho donde Amor.

Que Muerte rige a vida; Amor, a Muerte.

Macedonio Fernández.

 

Escucho que me hablas por la ventana del octavo piso,

en la madrugada, hijito,

escribiéndote,

platicando contigo, como nadie más,

conmigo.

¿Qué significa la edad que tenemos?

¿Cuál es el sentido de nuestra vida?

Me hago esta pregunta cuando miro tus eternos siete años

y pienso en un amigo mío, que por no haber estudiado sigue sintiéndose tan mal niño a sus cuarenta años que se castiga siguiendo una actitud pasiva y conformista.

Pienso en un amigo que hace todo lo posible por no tomar alcohol y toma; también pienso en el que no toma,

en el que ajusta el ecualizador para cada melodía,

en el que le cambia el aceite a su coche cada 3,500 kilómetros,

en el que no contesta el teléfono por andar pintando acuarelas,

en el que se porta bien,

en el que baila mal, concentrado en el ritmo;

en el que tiene novias por docenas,

en el deforme,

en el técnico esforzado,

en el que se come toda la sopa,

en el que, frente al cenicero, arroja la ceniza del cigarrillo al suelo y escupe sin ganas,

en el que nomás mira pasar la vida.

Los veo como en una fotografía de la primaria ¾ahí estoy entre ellos¾.

Hay también personas que se distinguen de las demás a manera de ejemplos, de símbolos vivos, y parece que subieran a un pináculo y desde abajo los viésemos brillar en el sol y nos deslumbrara efectivamente su avistamiento.

Entonces nos olvidamos de nosotros mismos, de tanto estarlos admirando, y no seguimos preguntándonos de qué se trata esta vida, para qué estamos aquí.

¿Qué hicieron pues estas personas que las singulariza; por qué las recordamos, repetimos sus palabras, imitamos sus gestos, sus intenciones?

¿Y por qué queremos ser recordados?

Nacemos, crecemos y morimos, como todos, como todo, y somos un milagro sólo por respirar.

Trabajos diversos ocupan nuestros días, no por ellos vamos a salir en el periódico ni en la tele (diez mil chavitas nos persiguen por Buenavista, como a los Beatles).

 

Hacer algo para que nos recuerden y así no muramos.

¿Qué da fama pública?

¿Qué hay que hacer?

¿Por qué queremos ser recordados?

¿Cuánto tiempo hay que vivir para lograrlo?

Más allá de nuestras obras, de los actos memorables;

si nuestro impulso es el amor,

por él seremos recordados.

Sólo por el amor diario seremos recordados,

sólo por nuestros amigos,

nuestros hijos,

nuestros bisnietos,

nuestros padres,

sólo por el amor con que hagamos las cosas que hacemos;

por hacer de nuestra vida una continua obra de amor.

Estoy contigo, en México.

Tú, lejos, en México.

Estoy contigo.

Escucho una rola de Mozart que te gustaba y escribo

otra vez.

Otra vez

Pensando en ti;

Papá,

como volcán Popocatépetl.

Estoy allá, contigo.

Allá, en el cielo azul azul.

Aquí, la vida es una pantalla de computadora

y estoy contigo.

Mozart suena a todo volumen

enfrente de mí

con Benny Goodman

y el disco es buenísimo.

Y sé que te diviertes también de divertida manera

y soy feliz contigo (la vida sigue) en este octavo piso

como cuando estás cerca de mis brazos

que te cargaron,

cambiaron los calzones sucios,

bañaron,

y siento tranquilidad

y sé que estás bien

y que yo también lo quiero estar

y que somos misma materia,

mismo espíritu,

mismo universo,

múltiple camino, nuestro tiempo de cada uno.

 

Hoy cumples doce meses en tu cajita,

amniotizado en el silencio.

Ahora vuelves a nacer.

La vida sigue, hijito, y debe ser mejor.

Siga para ti en esta otra:

Para siempre en el ideal.

Para siempre alegre, inteligente, feliz.

Para siempre jovial.

Para siempre creyendo en el Ratón Pérez, Santa Clos y los Reyes Magos.

Para siempre niño, mi angelito, Manuelito.

Para siempre conmigo, muy cerca,

para siempre.

Brilla para ti la luz perpetua.

Y yo también ahora ya quiero ser feliz

y que lo sea quienes tanto querías,

tu hermano,

tu mamá,

tu abuela

y tus abuelos y todos tus primos y tíos y la gente que te quería.

Y quiero yo también estar ya alegre

y volver a querer a todo el mundo;

y que mientras siga vivo, esté vivo

y que esta vida sea siempre mejor para todos.

 

 

Foquitos

 

Miramos una estrella en la mesa.

En el papel en la mesa.

Y alguien lo lee y lo dice

y alguien lo escucha

y lo dice otra vez.

La estrella se alza.

Arde un fulgor en la mesa,

brilla la madrugada.

La miramos perderse y volver desde allá a diario

y siempre nos admiramos de encontrarla,

diciéndose cosas en el aire.

La luna nos mira también.

El día es todo el día,

la estrella más grande nos mira.

El día es todo el día.

 

 

Sueño mi casa,

su perfil oscuro detrás de la neblina

que humedece el bosque.

Sueño mi casa,

que me mira por las ventanas

y me extraña,

que me alumbran los focos,

que me llama la tierra roja

y la ofrenda que descansa en sus cimientos.

Sueño el jardín de mi casa

y su camino de piedra,

el tinaco que al gotear abre el ojo a media noche.

 

Mi casa, lejana y sola.

 

 

Canción para amanecer

Mi vaso lleno -el vino del Anáhuac- <

mi esfuerzo vano -estéril mi pasión-

Porfirio Barba Jacob

Ya no me fumo las colillas

-en ex noches de llena luna-

ni voy por el otro pomo.

Si eso se acaba a las tres de la mañana

queda la vida:

sólo son su ajino-moto.

 

Bajo por sus calles

Subo por su vida diaria

Vivo en paz apasionado.

Y sé que todo termina en esta vida,

Chimuelo,

y que no hay llovizna sin nubes

ni mañana sin frescura en la primera mejilla del sol,

fragancia de levante.

Mientras baje por sus calles,

suba por su diaria vida diaria,

no habrá ocaso sin Venus,

habrá llovizna sin nubes

y sonrisa en mi primera ventana.

 

Por eso,

ya no me fumo las colillas

ni voy por el otro pomo.

Si se acaban los recuerdos oscuros

queda la vida;

te digo que sólo son su ajino-moto.

Bajo por sus calles,

subo por su diaria vida diaria,

Chimuelo, mi coletitofederaleño:

Sonrisa en este continuo atardecer.

Dos años después

diluvia en el desierto

La luz entra en mi cuerpo

y me despierto cincho / neto / entero.

 

 

No estás solo

 

Cruzo la avenida.

El semáforo en siga.

Miro la otra acera desde la esquina.

Mastico una canción en la cabeza.

Suspiro tu alma desde la mía

y miro las casas,

formadas las moradas,

y mi abuelo en blanco y negro

me mira en su camisa de franela.

Te trae de la mano.

Mi abuela compra flores.

Mi papá les guarda lugares en la fila del cine.

Saboreas las palomitas.

Todos están muertos.

¿Qué aliento los conduce por mi sueño?

Crepúsculo con el corazón en el vientre

y un diamante en la luna.

 

En la película actuamos nosotros,

estamos todos del lado de la pantalla,

en el aire consistente que nos lleva por tu sueño

sin palabras,

puente de vista y oído

 

En esta nueva edad quisiera

coronar tu vida con la mía.

 

Aquí estamos.

No estás solo.

Todos estamos vivos.

 

 

 

 

Manuel en el oído

 

Escucho I’ve got a feeling

y me gustaría tanto ponerla con Obra Negra,

y me fijo en el sonido del bajo con mayor cuidado

y lo escucho con mayor atención,

con la misma de siempre.

 

(Un agradecimiento a mi madre

que me enseñó de niño a escuchar el bajo

una noche, en la Alameda Central).

 

Ahora intento tocarlo

siempre me ha gustado

una vez leí que una orquesta

puede funcionar sin director,

pero nunca sin contrabajo.

 

Cuando Manuelón transitó al Misterio

vino para mí el bajo,

los más graves sonidos,

su latido

al tocarlo ahora,

el muchacho para siempre,

el niño,

esta vida,

esta música,

lo que hay que tocar,

lo que hay que vivir

desde niño,

el ansia de soñar, de vivir.

 

Mi bajo

sístole y diástole;

parafraseando a Vallejo, tabla cotiledona.

Música es en lo que pienso,

en el alma de Manuel, en el oído,

y en la mía hoy

y en el bajo de I’ve got a feeling

 

 

Oración

 

Hoy vi Gokú en la tele.

 

Hace cinco años que te fuiste.

La herida de la muerte primero seca el hueso.

Luego el tiempo va cerrando todas las heridas.

 

Imaginarte hoy a los doce años.

 

Se te extraña, Mamnuelini, y se te siente.

Es tu alma, tu imagen,

la tentación de adivinarte;

decir que si hubieras dicho tal o cual cosa

que si hubieras hecho

 

Esta muerte lenta al revés,

esta piedra bruta bruñida de días,

esta nave en la luna en que Goku impone fuerza e inteligencia,

vislumbrarte mirando la tele conmigo,

a Míster Santán y sus fanfarronadas

 

Te recordamos con agrado y gusto y tristeza y arrojo.

Angelito que nos cuida.

 

Échame una mano en el bajo

(sin albur)

cuando lo toco,

cuida a tu mamá y a tu hermanito,

y a Luisita y a quien te rece

¿Querrás cuidarnos mientras dormimos,

cuando parece que estamos despiertos?

 

Te quedas, Manuelito,

Cómo explicártelo,

(otra vez) a quién,

en este sueño,

Rezarte.

Tu ánimo de niño,

tu mirada hoy presente

y la mía de cuando era chico;

esas contemplaciones.

 

Imaginarte chateando, mirando la tele, corriendo.

Ventanas por las que te vemos.

 

Escuchar tu voz,

marchando por tu adolescencia ideal, inexistente,

luego por tu futura adultez, equilibrada y casta,

y por todas nuestras albas, hijo, de claroscuros.

En tus días de hoy, mientras estemos,

siempre feliz y más Manuel que nunca,

por este valle de lágrimas y risas,

amores y rencores

nuestra humanidad, hijito,

tu no-defecto,

 

 

Marimba

 

Escucho una marimba.

En mi pecho.

Escucho una marimba.

En esta noche, cuando se hace tarde.

En mi esternón como latido en el centro de la tabla.

Escucho una marimba.

Pasan sus notas por mis costillas como herida de aire.

Dan en el fondo del pumpo, en su lengüeta de piel de cerdo,

en mis pobres ideas.

Escucho una marimba.

Son sus tablas de tierra, tambores de agua.

Canto la marimba en la mañana.

Brilla su diapasón en mi garganta.

Con bolillos de agua y fuego,

lucen redondos golpes de sonido.

Tres en cada mano, canta la marimba.

Es una marimba guatemalteca.

Es una marimba chiapaneca.

Es una marimba oaxaqueña.

Es una marimba hondureña

Es una marimba salvadoreña.

Es una marimba nicaragüense.

Es una marimba costarricense.

Es la marimba africana.

(marimba, marímbula, marimbulé, de Armando Duvalier)

Nacida el día de la fundación de la primera aldea,

del más longevo hormiguillo.

Es la marimba.

Escucho a diario una marimba en un panteón jacalteco, un Día de Muertos.

En mi memoria,

Una marimba.

Es una marimba criolla de San Bartolomé de los Llanos.

Es la marimba de Nandayapa.

Es la marimba Chapinlandia.

Es la Marimba Cuquita.

Es la de Steve Reich.

Es la de Frank Zappa.

Navega una marimba en esta hoja.

Ondea en mi memoria,

retratada como en fotografías de fiestas.

En vuelo por noches de luna.

Llena mi retirado aire de pláticas y sueño de bailes.

Brillan sus dedos en mis noches.

Armonía y melodía.

Escucho una marimba.

Para bailar y lograr la calma.

Sobrellevar la lejanía.

Rasgueada con el pétalo de una rosa.

Escucho una marimba.

Envuelve mi silencio el son de su esqueleto de madera barro hueso.

Alma del centro de mi América,

alma del centro de mi vida,

en el centro de la tabla,

en mi noche de oficina,

escucho una marimba,

escucho una marimba.

 

 

Arturo saca la cabeza del agua

A mi hijo Daniel Godínez Nivón.

 

Es una bola muy blanca, un brillo intenso, casi azul de tan blanca, con sombras ligeras que hacen del cielo un cuaderno con renglones ondulados. Es un disco de algo mucho más brillante que el faro del pez faro y que los fanales de un submarino.

La salida se ve, pero no como luz al final del túnel, sino como resplandor, armonía lumínica oscurecida sólo por el paso de los barcos, de las lanchas, de alguno que se atreve a nadar. Es una luz, pero no al final del túnel, te decía, sino en cada corte de las moléculas de sal, es una luz salada y celestial que todo lo envuelve, con sombras móviles de cardúmenes y bancos de coral, que a su vez brillan y se mueven al capricho de quién sabe qué, al compás de un ritmo no constante pero contagioso. Medusas translucidas de miles de tentáculos también ondean como banderas, y la bola blanca de tan roja se mueve hacia allá, en su camino cotidiano, siempre arriba.

Con el cuello vuelto hacia ella, miro este ambiente de luz que diluye las sombras.

Recuerdo ahora al sol, allá arriba, de cuando lo veía tendido al cielo, mecido en las nubes y yo en el pasto, ancho de espaldas, con las piernas y los brazos extendidos y los ojos cerrados y el rojo resplandor del sol tan blanco, tan blanco de tan rojo, azul de tan blanco.

 

 

Falta mucho para respirar y pervivo. Ondeando a mis anchas, por fin boca arriba y mirando las cosas que hay, el azul marino de mi tinta de contador, el azul agua del Caribe, el azul turquesa de los ríos de Chiapas, el azul aguamarina; azul aguado que veo, aguado azul del cielo, desde adentro, poco a poco cielo adentro, todavía sin ver las nubes ni las crestas de las olas, aún sin otro sonido que un canto cetáceo lejano, un saludo de los seres que resisten el peso del agua en el dorso.

 

 

Miro mis manos, sus líneas desmentidas por la humedad de años, lectura de un destino trastocado por falsa piel porosa blanca, en venas y arterias señaladas de codo a dedos, una línea de la vida que es una vía de agua desde el mayo aquel. Miro mis manos, con las que te enseñé a mirar la luna y la primera estrella vespertina, juguetes de la luz al hacer sombras en la pared, con las que escribía a diario lo que me iba pasando, las que enmudecieron cuando me inundaron las lágrimas.

 

 

Ninguna estrella. Son noches pardas, oscuridad de pantalla negra con luna azul en medio, rizada, tímida su redondez en su camino en el cielo, pero brillando como en el centro perfecto del mar y destellando sus cuartos crecientes y menguantes.

No había mirado hacia arriba en años. Siempre en el fondo, desde que escarbaba premonitoriamente la tierra para encontrar el fondo en que me hallaba.

 

 

Pero he aquí que sin seguir ninguna guía, ningún pez de colores, mariposa de mar; sin estar montado en barracuda ni delfín, he vuelto a mirar hacia la superficie del mar, la costra de agua de la mar, y a través de todas las lágrimas me tiendo hacia allá y voy a flote, en breve, al aire otra vez. Aspirando a mirar las nubes, a ver al sol en su meridiano ya sin agua, con aire en los ojos.

 

 

Es aire otra vez, cada vez más lejos el fondo de la mar, cerca la playa que siempre estuvo cerca, con cangrejos que juegan a gatear en ocho patas. Con la nariz afuera preguntándome cómo hice para emerger, si cuál aire en los pulmones, cuál cigarro me he fumado en estos años, cuál viento en el rostro, si sólo agua y sal de llanto.

 

 

¡Es de día! ¡Es de día! Y el sol calienta más en el aire que en el agua y más que entre la sal y el mar de lágrimas; calienta más mi piel en el aire, mis manos como palas, que empuñan la pluma para escribir de corrido, como antes, lo que me pasa, lo que me ha pasado ¡Es otra vez de día!

 

 

Y no es un sueño ni el despertar de un sueño, sino la vida pura, seca; confort puro de piel seca y ropa seca y mirada al frente. No es sueño, te digo, ni me estoy despertando. Era un diluvio salado encima de mí que me llevó hasta el fondo de abismal océano. Un frío húmedo de llanto, ceniza y huesa; una manía de mirar sin cesar hacia abajo, hacia atrás, con los ojos hacia adentro.

 

 

Pero es de día, te decía, afuera de la mar salada, con el aire en el rostro y la mirada en esta hoja en que me pongo y ya no mancho de llanto las palabras.

Es de sol y de luna esta mañana de Orizaba en que escribo lo que me pasa.

Es fresca y sobria esta madrugada en que camino contigo por las calles de mi cuerpo, de mi patria.

 

 

No más el mar, ni en vacaciones.

En verano quiero ir a la montaña;

que me halle el sol

en la copa de una jacaranda

y que yo salude a la luna

desde los Altos de Chiapas.

 

No otra vez el mar.

No quiero ver ni una laguna

ni un metro cúbico de agua.

 

Y no más sal

no más lágrimas sin calma.

 

Quiero vivir el presente,

en éste que me alumbra,

en esta mañana

en que un rosal florece mi ventana.

 

 

Mas no olvido a mis muertos,

los que por poco me llevaron el alma,

los que, estando vivos,

alegraban mis mañanas

y ya muertos

llenaron de agua salada

el camino que andaba en calma.

 

No los olvido porque sería

como arrancarme a puñados

jirones vivos de mi vida pasada,

y yo no sería yo

sin mi vida pasada.

 

Por eso, manos, a nadar,

que la vida sigue abierta

y la mar se acaba cuando se acaba.

 

 

 

Decíamos ayer, con Fray Luis:

es de día,

se me han caído las aletas

y todas las escamas;

mis branquias son otra vez

alveólos y tráquea

y mis ojos de pescado

de nuevo han bajado

de mis cuencas a mis plantas.

 

Con mis viejos ojos

lloro a mis muertos por nada,

con esta pluma pinto de nuevo mi vida

en las paredes de mi casa

y a mis vivos más queridos

los abrazo

como si no hubiera pasado nada.

 

 

 

migueloncito@yahoo.com