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Historias a la Orilla del Remanso

I
Carmen Lucía, estaba alegre y cantarina enjuagando la ropa de su nene. De pronto, sacó las manos del agua y se las llevó a los ojos para secarse las lágrimas. Extrañando tal actitud, le pregunte la causa de tan inesperado llanto.

-Es triste –me dijo-, el destino de ese pequeño ser que me alienta y llena de esperanza. Nació inválido ¿sabes? Va para cinco años y jamás ha dado un paso para alcanzar un dulce. Lleno de tristeza, mira saltar y correr a los otros chicos alrededor de la casa. Nunca se han burlado de él; pero si vieras tú cómo permanece callado y solo en un rincón de la pieza.

-¿Y por qué cantabas? –le pregunté cuando advertí que las lágrimas de nuevo afluían a sus ojos-.

-¡Ah, porque es mi única esperanza y alivio en este mundo! No tengo a nadie más que viva ligado a mi existencia. El no camina. Vive como un árbol o una piedra, pegado siempre al mismo pedazo de tierra; pero sé; que alguien me espera cuando regreso del remanso, tornando su tristeza en alegría cuando me ve llegar.

Y sacando la ropita blanca del agua, la abrió sobre unas piedras grises y luego partió, hacía donde aguardaba su esperanza como un punto débil de su propia vida.

El viento de la mañana pasó sobre el remanso, estremeciendo la fronda y despeinando los pinos. Las huellas de las lavanderas volvieron a cubrirse con la arena dorada que volaba de un lugar a otro; y las hojitas verdes de los bejucos tiernos, se doblaron lentamente hasta tocar las aguas que se mezclaron esa mañana con las lágrimas de Carmen Lucía.









II
Elena, ¿cuántas docenas de piezas lavas en la semana?

-¡Jesús! Señorita, estas manos que Ud. ve, las tengo y desechas de tanta enjabonadura, que hasta el alma me sube la lavaza prieta y agria como el mismo dolor.

-Elena, tú hablas cosas muy bonitas e interesantes. Si esa lavaza en vez de fregarte el corazón te puliera la inteligencia, entonces…

-Entonces… ya lo creo, señorita. Ud. viene a distraerme en este remanso y no ve más que las burbujitas que hace la espuma al correr el agua, cuando todas las penas se arremolinan en el alma.

-Dudo que tu alma abra sus puertas al dolor; porque tú eres de esas personas que cantan con el agua la canción leve y blanca de la espuma.

-¡Vaya! Que al fin anda muy cerquita de esas cosas del corazón, que unas veces son turbias y otras veces claras como el agua. La verdad fue que, una tarde cálida y llena de alas, yo abandoné ese mismito lugar con la esperanza de verlo regresar después de tanto tiempo de ausencia y olvido. Yo me decía mientras cruzaba el sendero: todas las aves tienen nido y él volverá porque lo espero. Este pensamiento me consolaba en la soledad del camino. Y adornando mi cabello con las florecitas azules que encontraba al paso, llegue cantando a mi casa. ¡Ni para qué contarle mi entusiasmo, señorita! Sólo le diré que esperé y esperé en vano todo el tiempo. Sin embargo, siempre lo espero como si nunca hubiese partido. Ahora, ya lo demás lo sabe, ¿verdad?










-Comprendo, Elena; la prieta lavaza de una esperanza absurda anega tu corazón. Despliega las alas de tus sueños porque la sombra anuncia la luz, y ¿sabes cuáles son las aves que entonan con más armonía las notas de sus trinos? ¡Son las aves que no tiene nido. Las que esperan como tú, a la lumbre misteriosa del camino!

III
Lindo traje, ¿verdad? ¿no sientes verdaderos deseos de tener sobre tu piel la suavidad de tantos encajes níveos y vaporosos como las alas de los arcángeles?

-No, Carlina –respondió la interrogada-. Yo fuí una vez muy considerada y verdaderamente solicitada en los centros sociales, lo que no dejaba de costarme algunos sacrificios de orden material o monetario. Y a propósito, te lo contaré todo para que veas si hay sinceridad en mi respuesta. Pues bien, en el baile de esa noche, lucía y un traje como éste: alegre, diáfano, y brillante como un tul enjoyado de luceros. Manos ágiles y expertas, habían confeccionado detalle a detalle el precioso modelo que tanta admiración y asombro causó en la selecta concurrencia. Cuando yo desfilé, en franca disputa por obtener el premio al mejor traje de baile; él, constituido en miembro del jurado, alargó hasta mí, el búcaro fragante de rosas recién cortadas, declarando ante la concurrencia, que era yo la dama mejor ataviada de la fiesta.

Lo confieso, un gran rubor coloreó mis mejillas y estremeció mis manos. Ya lo comprenderás, toda la noche fue mi pareja de baile y yo la insubstituible triunfadora, triunfadora del corazón, ¿entiendes?












Con joyas de fantasía y artículos importados, yo alardeaba de holgada posición monetaria; aunque tuviese que caer en manos de prestamistas y usureros. Un día nos casamos y fuimos felices al principio. Como él era apuesto y fuerte, todas las amigas se estrecharon en torno nuestro y nos daban pic-nic y fiestas lujosamente preparadas en la orilla del mar o los campos. Y cuando él, convencido ya de mi inestable posición social me abandonó, todos me abandonaron también…

Ya ves, ¿no me hubiese convenido más esa noche llevar sobre mi cuerpo el humilde traje de una aldeana? Ahora, ya no dudarás de la sinceridad de mis palabras; pues he llegado al triste estado de tener que lavar ricos y bellos trajes de acomodadas señoritas para poder cubrir mis propias necesidades. Decía esto, exprimiendo con extraordinario cuidado, los finos y blancos encajes del vestido; mientras que el sol, allá en e horizonte, seguía el rumbo cierto de su carrera ascendente.

IV
-Nunca has llegado tan temprano como hoy. A ver, ¡cuéntame! Pues tengo la seguridad de que algo inesperado está sucediendo en tu casa.

-Pues sí, la señora dio a luz un hermoso niño esta madrugada, y he venido a toda prisa a lavar estas piezas.

-Y ¿qué harán con el niño que levantaron de chico; le seguirán queriendo con el mismo cuidado y cariño?












-La señora había peleado varias veces con su esposo antes de encerrarse en su cuarto; pues ella dice que su hijo será muy feliz, porque antes de nacer, ya su estrella le había deparado un pequeño servidor para que le cuide, limpie y entretenga.

-¿Y el señor que dice?

-Que no debe considerar las cosas así; pues a pesar de ser un niño recogido en un Asilo, debe considerarlo como hermano mayor que lo guíe y acompañe en todas sus andanzas por la vida.

-¿Y cuál de las dos opiniones crees que dominará?

-Es triste ver cómo la señora manda y regaña al pequeño niño huérfano cuando su esposo está fuera del hogar.

-¿Y tú qué piensas de todo lo que pasa?

-¡Líbreme Dios! Una triste sirvienta como yo pensar algo? Pues sabe Ud., yo no he pensado nada; pero sí tengo el propósito de hacer algo. Por eso he venido muy temprano, ya que después de arreglada la ropa se la llevaré a la señora y me iré con el niño a otra parte; y no quiero que llegue el momento de escuchar que le digan delante de rosado chiquitín: "Este es el rey de la casa, y debes obedecerle hasta en sus fútiles deseos. Cuando su mano caiga sobre tu cuerpo, recuerda que eres un agregado en esta casa y tienes que aguantar como cualquier hijo de vecina.










-Me dijiste que no pensabas nada.

-No lo pienso; pero si lo haré tal como se lo estoy diciendo, y por eso me despido de una vez, rogándole que guarde el secreto.

V
-Hace tiempo que no venía Ud. por estos lados, señora Inés. ¿Estaba tal vez en la ciudad?

-¡No, mi hijita! Estaba dispuesta a dejarme morir de abandono en medio de mi propio infortunio.

-Y ¿habrá un dolor tan grande que la empuje a tales extremos en la vida?

-¡Oh! Si estuvieras en mi caso, quién sabe cómo pensarías; pues hace unos meses que mi hijo fue arrebatado por la corriente impetuosa de los vicios; y estas manos arrugadas y torpes, ya no saben ni donde encontrarlo para hecharle la bendición y ampararlo. Llega todos lo días ebrio y sale como un loco de la casa a continuar su cadena de horrores en el prostíbulo o casa de jugadas clandestinas.
Antes solía decirme: "Apúrate con el flux, viejita; mira que tengo una cita con la muchacha más linda de este lugar". Y aquí, como tantas veces tú me has visto, yo he lavado con gran esmero su ropa, pensando en lo apuesto que se vería con todo bien lavado de su viejita.
Hoy no hace eso, y se enfurruña conmigo cada vez que le pregunto por la ropa que le he de arreglar; porque ya y que no es un patiquín para andar siempre como un cigarrillo de blanco y estirado. Además, todas sus mejores prendas de vestir las ha vendido a precios irrisorios para dejar esas monedas en las casas de prostitución.









Ahora, ¿díme, cómo habré de consolarme de este dolor?

-No piense Ud. en cosas irremediables, amiga mía –le dije con el alma llena de compasión-, todo tiene su término en este mundo lleno de abrojos. Consuélese pensando en las muchas veces que sus manos extenuadas y bienhechoras, lo encontraron limpio para bendecirlo y ampararlo. No sume su dolor y desesperación al extravío de su hijo; pues en vez de una vida, serán do las que se verán arrastradas por la tempestuosa corriente de la desgracia y el dolor.

Salga Ud. de nuevo para que vuelva a ser lo que antes era; pues en esta salida, ha ganado el oxigeno puro y vivificante de la mañana y mi modesta contribución de esperanza por la vuelta del hijo pródigo al hogar triste y sin luz.

Al día siguiente volvió con la ropa al remanso; pero esta vez, advertí en sus ojos, una chispa luminosa y clara que hacía pensar de la fe en su hijo hacia el camino de la regeneración.

VI
-Graciela, ¿cómo es posible que tú marchites así esas lindas manos; dignas acaso, de llevar finas joyas y guantes exquisitamente perfumados?

-Ya ve, señorita; estas lindas manos como Ud. dice, han nacido para mendigar el pan de puerta en puerta. Bueno, me explicaré mejor: no han nacido para eso; pero, en merecimiento de lo que han hecho –si es que existe la justicia divina-, debían sangrar dolorosamente como las manos de un leproso.










-Tus palabras envuelven un misterio, y no sé a que atribuyes la desgracia de tu existencia.

-¡Manos como para llevar joyas!, ¿verdad? –y diciendo esto-, levantó del agua cristalina y mansa, las dos manos finas y perfectas, que parecían níveas palomas en actitud de vuelo.

-¡Joyas y guantes…! –repitió- e inmediatamente, como presa de un repentino ataque de locura, las llevó a su boca mordiéndolas desesperadamente hasta hacerlas sangrar.

Trabajo me costó serenarla y lograr que olvidara tan inesperada reacción de su tragedia oculta.

Después nos vimos muchas veces. Jamás llegó a revelarme nada, y cuando solíamos encontrarnos frente a frente; un denso velo de infinito silencio, parecía cubrir la perfecta forma de sus manos liliales.

VII
-La jornada de hoy debe haber sido muy larga María Luisa; porque a pesar del viento fresco y puro de la mañana, advierto en tu rostro huellas de un profundo y largo quebranto. El cansancio de tu voz y lasitud de tus brazos, traducen todo el rigor del áspero camino.

-Quizás, no será la jornada del camino peñascoso y rudo. Los desvelos de tantas noches largas, han trenzado en mi alma la red tormentosa de la desesperanza y la duda. Un hilo tibio y salobre, corre sin cesar por mis mejillas cada vez que comparo mi triste situación de estos momentos con los años cortos y dichosos que pasamos en la ciudad.










-No veo necesidad la necesidad de establecer comparaciones para llegar a conclusiones tan fatales y dolorosas. Y creo que tu mejor medicina será salir todas las mañanas a recorrer las cabañas de los pastores y departir con ellos, ese residuo de esperanza que nos reserva la vida en un rincón oculto del camino.

-¡No, no es eso lo que quiero! Necesito quedar ciega e insensible como las piedras para no sentir el dolor que repica en mi corazón.

-Eres la antítesis de la razón y la justicia. Todos quieren la luz y tú la sombra. Todos la amplitud sensitiva de la vida para poder extenderse hacia el gran todo, y tú deseas ser un vago jirón de tinieblas para perderte en la nada. ¿Es que no esperas nada de la vida?

-¡No, no espero nada! Vinimos a este pueblo para ocultar nuestra miseria. Pero un mal día, se apagó la lumbre y no hubo ya pan ni agua en el hogar. Era preciso que mis hijos buscaran otro destino para no morirse e hambre entre las cuatro paredes de la casa; y no sé si los dos, cobardes ante la miseria, han tomado la senda sin regreso...

-¿Y tú también vienes con ese propósito a este remanso? –le pregunté- cuando advertí que buscaba con la mirada aquella parte lejana y ancha, donde se desbordaban tempestuosamente las aguas bullangueras y cristalinas.

-No, en este momento puedo decirte que no. Si tuviera un cántaro, llevaría un poco de agua para mitigar la sed de ellos cuando regresen, ya que me has hecho creer que regresarán algún día.










-María Luisa, ¿conoces la historia de la fuente de Jacob cuando Jesús pidió agua a la Samaritana?

-No. –me respondió-. Y cuando hube concluido el relato, regresó con el alma desbordada de esperanza, creyendo –tal vez- que aún hay aguas milagrosas que curan las heridas de la vida.