14.

El frío está cediendo. Igual que el calendario, que hoja a hoja va dando cuenta del tiempo que transcurre, el frío día a día intenta permanecer y no se deja, pero la fuerza del destino lo condiciona y determina. Aproximadamente en dos semanas los jardines comenzarán a mostrar su colorido y sonreirán a moradores y transeúntes; no habrá limitaciones ni vergüenzas, sonreirán y mostrarán sus alegrías. El hemisferio norte dará cuenta de otros cielos distintos, una calidez para el amor expresivo e ilimitado, un arco iris en cada bocacalle e irán cayendo las telas para mostrar el encanto de los cuerpos y la verdad del pensamiento que los inviernos ocultan por vocación o calendario estacional.

El Village, sin embargo, da cuenta de su desinhibida condición que lo define. Palmo a palmo, murales y rincones muestran su desenfado cada instante; hay colorido en las paredes como queriendo hacer primaveras permanentes; hay formas y color, rejuego y movimiento. Se rompen los límites formales con el Soho, pero juntos no se desbordan más allá de sus contornos para que no pierdan identidad y diferencia. Hay intención y voluntad de desenfado, de abandonar inhibiciones y cargas que condicionan y limitan para llegar a ser, dejar de ser lo que no se es o no se quiere, para arribar al SER como se ha prefigurado y decidido. Y su gente, la suya, no la que llega a verlo como ejemplar de exhibición en un museo o en un zoológico, vive su tiempo sin recato.

Estos dos barrios pequeños, son un oasis entre frialdad y aspereza neoyorquinas. Sus calles y tabernas, sus edificios y murales, sus galerías y rincones, sus bares y hasta sus tiendas, sus banquetas pintadas, sus esculturas callejeras, sus restaurantes al aire libre, su acogedor espacio generoso, sus fronteras abiertas, su habitat sin egotismos, su ambiente contagioso. Es de por sí un espacio indivisible, con su individualidad incuestionable; se puede disentir o criticarlo, pero no se le puede negar, desconocerlo, ni hacer caso omiso de su espontaneidad que a algunos hiere. Se identifica claramente, se le demarca, se le exhibe, se le respeta. No es un lugar cualquiera, capaz de difuminarse entre las calles. Como otros barrios neoyorquinos, tiene su sello distintivo: Harlem, Brooklyn, el Bronx, China town, Little Italia, Wall Strett, la 5ª avenida, Broadway, el Bowery, el puerto, el World Trade Center: cada uno su estilo, su vida, su destino; cada uno su sello distintivo, sus aciertos, sus riesgos, sus fardos, su amor, su desatino. Pero todos ahí están, no son impersonales, no pueden pasar inadvertidos. Por eso la ciudad atrae, llama, seduce, contagia, estimula, aunque se le censure y hasta se le desprecie. Se le acepta o rechaza. Ser o no ser. No hay espacio para mediocridades.

Y en medio de la multiplicidad, la tarde obsequia con un bello atardecer que perfila a Manhattan con un telón multicolor de tonos azules, rojos, violeta, amarillo, morado. Ocaso único. Hermosa manera de despedir el día. Vaya forma de preparar el sueño para crear los tiempos del deseo.

inicio inicio inicio

oag13@usa.net
Sugerencias, dudas y comentarios