Domingo 16, de Noviembre de 1997 © Copyright El Mercurio S.A.P., Prohibida su reproducción

Impulso a Regionalización

Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo proporciona un análisis comparativo del desarrollo humano de nuestro país con otras 174 naciones. De acuerdo con ese trabajo, Chile ocupa la posición número 33, con un índice de desarrollo humano de 0,851, que corresponde a un nivel relativamente alto. Sin embargo, la situación de las regiones es muy diversa y salvo Tarapacá, todas las restantes exhiben índices muy inferiores en ingresos, escolaridad y esperanza de vida de los que presenta la Región Metropolitana. Las regiones más desmejoradas son, en orden descendente, Coquimbo, Biobío, Maule, Los Lagos y La Araucanía. Estas dos últimas tienen índices equivalentes a Sudáfrica y Cuba, respectivamente, que ocupan los lugares 78 y 100 en el mundo.

El Instituto Libertad y Desarrollo ha difundido otro trabajo sobre competitividad regional que agrega nuevos antecedentes sobre los desequilibrios entre la Región Metropolitana y las demás regiones. De acuerdo con ese centro de estudios, la Metropolitana concentra casi el 50 por ciento de la producción nacional. Esa proporción se acerca a lo experimentado hasta 1972, después de haberse logrado un mayor equilibrio hasta 1988.

En la disparidad geográfica incide el control de las regiones por las autoridades nacionales. El manejo de los recursos y las decisiones públicas desalienta la situación de las provincias y el desarrollo armónico del país. Pero ni siquiera la capital se ha beneficiado de la centralización, pues su calidad de vida se degrada sostenidamente.

La Constitución favorece la descentralización, la mayoría de los parlamentarios es elegida por las regiones, y consecuentemente, deberían promover la transferencia de atribuciones y recursos a los territorios de sus electores. Con todo, subsiste la tendencia de las autoridades a consolidar el poder central, como se confirma año tras año en la ley de presupuesto, que sigue centralizando la administración financiera del Estado.

Nuestros ancestros dependieron de instrucciones de la metrópoli española y, a poco de iniciarse el movimiento emancipador se impuso el poder de la capital cuando el general José Miguel Carrera, como vocal de la "parte del centro", asumió el mando supremo. Más adelante, el modelo de industrialización llevó a que las empresas se instalaran en la capital política para presionar franquicias en perjuicio de la agricultura. Luego, el entusiasmo estableció una burocracia que acapara decisiones y recursos. A la tradición cultural que obstaculiza la autonomía regional se agregan parlamentarios y funcionarios que no están interesados en perder atribuciones en beneficio de otras instancias, con responsabilidades locales.

No se trata de impulsar políticas populistas para las regiones. Lo propio es descentralizar el poder y mejorar la asignación de los recursos de acuerdo con las necesidades de cada región y, dentro de ellas, a las provincias que exhiben mayores carencias. Debería darse especial importancia a la disminución del índice de analfabetismo y atender, de manera preferente, a las que muestran bajos promedios de escolaridad como Maule y La Araucanía.

La centralización reduce las oportunidades de bienestar del país. Otras serían las condiciones de las provincias con infraestructura que permita accesos expeditos a los centros de abastecimiento y consumo, con puertos eficientes, ferrocarriles modernos; con fuerza laboral capacitada, sin trámites burocráticos que obligan a recurrir a la capital y con mejores prestaciones de educación y salud.


El Mercurio GDA