EL CONCEPTO DE PERSPECTIVA  EN ORTEGA Y GASSET

                                                                             Por Renato Alejandro Huerta, Magíster en Filosofía

1.Introducción.

                   El concepto de perspectiva es un tema, a mi juicio, determinante, en la consideración y esclarecimiento de la concepción de filosofía en Ortega. Este concepto, fundamental y decisivo en el sistema orteguiano, es el que justifica el análisis desarrollado en este capítulo.

                   La idea de perspectiva aparece formalmente en las Meditaciones del Quijote. Antes  -en Adán en el Paraíso (1910)- Ortega sólo había hablado de “punto de vista”, una noción poco precisada, pero que ya prefiguraba el concepto de perspectiva. El texto clave de las Meditaciones al respecto afirma: “¿Cuándo nos abriremos a la convicción de que el ser definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna determinada, sino una perspectiva? Dios es la perspectiva y la jerarquía: el pecado de Satán fue un error de perspectiva. Ahora bien, la perspectiva se perfecciona por la multiplicación de sus términos y la exactitud con que reaccionamos ante cada uno de sus rangos.”

                   Aquí Ortega hace de la perspectiva el ser definitivo del mundo. Ni la materia ni el alma son el ser último del mundo, porque éste no es una cosa determinada. Es decir, estamos frente a una tesis muy lejana a los conceptos de perspectiva de pensadores como Nietzsche y Teichmüller. Y ello porque en el planteamiento orteguiano no hay reducción de lo real al sujeto ni proyección del sujeto y su punto de vista. Más aún, perspectiva es aquí una realidad con estructura propia, rigurosa, una vía que debemos transitar para alcanzar lo real. Asimismo, Ortega nos da a entender que hay una estructura de lo real, que sólo se presenta perspectivamente, que requiere integrarse desde muchos términos o puntos de vista y que exige precisión en nuestra reacción. Por otro lado, que Dios sea la perspectiva y la jerarquía significa que éste es precisamente la infinitud de todos los puntos de vista posibles y la integración jerárquica de todas las perspectivas. Por ello la pretensión de erigir un punto de vista particular en uno absoluto significa el error de apropiarse del punto de vista de Dios.

                   Para Ortega la perspectiva es la exigencia previa de lo real y la posibilidad de entrada a su verdad. Por ello la falsedad consiste en eludir la perspectiva,  serle desleal, en absolutizar un punto de vista particular, olvidando la necesidad de integración de cada perspectiva con otras.

2.El Concepto de Perspectiva en El Espectador.

                   El Espectador  es una serie de ensayos sobre múltiples temas que Ortega publica entre 1916 y 1934. En el ensayo Verdad y Perspectiva de El Espectador de 1916, Ortega arroja luz sobre las relaciones entre la veracidad, la obligación y el derecho de la verdad, y la misión de los teorizadores, de los filósofos. Y es en este orden de ideas que aparece la noción de perspectiva, pues tal concepto, según Ortega, posibilitará el acceso a la verdad. “Con razón se tachaba de gris la teoría, porque no se ocupaba más que de vagos, remotos y esquemáticos  problemas. La historia de la ciencia del conocimiento nos muestra que la lógica, oscilando entre el escepticismo y el dogmatismo, ha solido partir siempre de esta errónea creencia: el punto de vista del individuo es falso. De aquí emanaban las dos opiniones contrapuestas: es así que no hay más punto de vista que el individual, luego no existe la verdad –escepticismo- ; es así que la verdad existe, luego ha de tomarse un punto de vista sobreindividual –racionalismo.”  La razón de la negación orteguiana de ambas tesis es que al filósofo le parece insostenible, inaceptable, insuficiente, la creencia de que parten. “El espectador intentará separarse igualmente de ambas soluciones, porque discrepa de la opinión donde se engendran. El punto de vista individual me parece el único punto de vista desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad. Otra cosa es un artificio.”   Y  más adelante Ortega agrega : “La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes individuales, sólo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras o haces.”   Al respecto comenta Marías: “...el perspectivismo de Ortega no viene de la subjetividad sino de la medida en que ésta queda condicionada por la estructura de lo real, que naturalmente  envuelve al sujeto, no por lo que tiene de sujeto, sino por lo que tiene de real y efectivo, y, por tanto, cesa de imponerse tan pronto como ‘sujeto’ y ‘objeto’ dejan de funcionar como reales.”

                   Para Ortega es correcto señalar, por ejemplo, que las dos visiones del Aconcagua, desde Argentina y Chile, son distintas y, por tanto, reales. Pero si el Aconcagua fuera una ficción, ambas percepciones podrían identificarse. Ortega nos precisa, además, que: “...la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista  que cada cual ocupa fatalmente en el universo. Aquélla y éste son correlativos, y como no se puede inventar  la realidad, tampoco puede fingirse el punto de vista.”   Esto significa que la realidad, precisamente por ser real y no mera ficción, sólo se muestra al espectador que la mira desde alguna parte; esta visión se distingue necesariamente de la ajena, justamente por ser las dos verdaderas. Según Ortega las dos visiones diferentes no se excluyen, sino al contrario: han de integrarse; ninguna agota la realidad, pero cada una de ellas es irremplazable.

                   Y Ortega aclara: “La verdad, lo real, el universo, la vida –como queráis llamarlo-, se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo.

                   Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles. Somos necesarios. ‘Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo humano’ –dice Goethe.”

                   El perspectivismo orteguiano aparece aquí como una suerte de obligación natural, la cual me fuerza a aceptar el punto de vista real que tengo para transmitir, a los otros, el fragmento de verdad que sólo desde donde estoy se puede apresar.

                   Ortega nos precisa más su doctrina perspectivista: “La realidad, pues se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias  de acuerdo con nuestra  retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración...”

                   “El espectador mirará el panorama de la vida desde su corazón como desde un promontorio. Quisiera hacer el ensayo de reproducir sin deformaciones su perspectiva particular. Lo que haya de noción clara irá como tal; pero irá también como ensueño lo que haya de ensueño. Porque una parte, una forma de lo real es lo imaginario, y en toda perspectiva completa hay un plano donde hacen su vida las cosas deseadas.”

                   Estos textos fijan el perfil del concepto de perspectiva en lo esencial de su complejidad, pues los ingredientes de la perspectiva son múltiples. Hay en ésta: visión, inteligencia, valoración, imaginación, deseo. La perspectiva se nos revela, pues, como un orden de realidades móvil y activo que está lejos de limitarse a reproducir las cosas que están ahí, sino que actúa sobre ellas. Y, además, la perspectiva –cabe recalcarlo- es parte de la realidad, ingrediente constitutivo de ella.
                   Otro aspecto que hay que considerar se refiere a la preeminencia que Ortega concede al punto de vista del corazón y también a la importancia que otorga a lo imaginario, a las cosas deseadas. Con ello el filósofo plantea de algún modo su propuesta de articulación, de jerarquización de la multidimensionalidad de la perspectiva. Esto significa que cada dimensión tiene su lugar, incluso lo imaginario que formaría una suerte de “halo de la realidad”, que toda perspectiva integral implica necesariamente, según Ortega.

                   En síntesis, las enseñanzas más importantes de El Espectador respecto a la noción de perspectiva, expresan, primero, que toda perspectiva real es circunstancial o múndica por ser vital, es decir, tanto en el sentido de ser personal como de tener como “objeto” la vida misma. También, en El Espectador se aclara explícitamente el carácter veritativo de toda perspectiva real, del mismo modo en que se enfatiza el carácter misivo de la perspectiva individual.

                   Otro aspecto de la perspectiva que puede considerarse un aporte original de El Espectador  -aunque prefigurado en ideas como la dimensión estimativa y la idea de jerarquía- es la afirmación de que la perspectiva vital concreta tiene también el carácter y relación teleológica de medios a fines. Finalmente, se completa la síntesis con la mención de la introducción, en la perspectiva vital, del plano de lo imaginario, el cual agrega un nuevo nivel de complejidad a dicha perspectiva. Tal plano se aleja un poco de los anteriores, configurando un tipo de ordenación diferente, la cual suscita paradojas.

                   Queda bastante claro, hasta aquí, que la idea de perspectiva de Ortega es prácticamente la contraria de la de Nietzsche o de Vahinger, para quienes todo punto de vista es falso y, por tanto, descalifican la realidad de la que están hablando.

3.El Concepto de Perspectiva en El Tema de Nuestro Tiempo.

                   El Tema de Nuestro Tiempo  es el tercer libro escrito por Ortega y, a pesar de que lo separan nueve años de las Meditaciones del Quijote tiene con éste un parentesco estrecho. El Tema de Nuestro Tiempo es el primer libro claramente filosófico de Ortega y, además, de capital importancia en la evolución de su concepto de filosofía. Este texto de 1923 es la reproducción de la lección inaugural de un curso universitario de 1921-22 dado por el filósofo en su cátedra de Metafísica. El libro comienza intentando determinar los rasgos de la época que se inicia, lo cual lleva a Ortega a desarrollar el concepto de las generaciones históricas. Pero éste no es el planteamiento mayor del texto, sino la conclusión orteguiana de que la tarea de nuestra época consiste en la sustitución de la razón pura  por la razón vital.

                   Ahora bien, en lo que  respecta a la trayectoria de la idea de perspectiva propiamente dicha, el  texto clave del libro es el capítulo X : “La doctrina del punto de vista.” Pero antes de abordar el análisis de dicho capítulo, revisaremos la presencia de la idea de perspectiva en los capítulos anteriores. En el capítulo I, Ortega se refiere al “cuerpo de la realidad histórica” como a una suerte de estructura totalmente jerarquizada, a un orden de subordinación” de los hechos a partir de un fenómeno histórico primario, que no es otro que “la sensación radical ante la vida”. Tal planteamiento orteguiano puede interpretarse como una aplicación del concepto de perspectiva a la realidad histórica. Asimismo, hay aquí una reiteración de la preeminencia dada por Ortega al “punto de vista del corazón”. En el capítulo II, Ortega afirma, entre otras cosas, que la historia “no es puro azar indócil a toda presión.” Hay en ella, como en la vida individual, mil azares imprevisibles; pero ella misma no es un azar; por esto el filósofo piensa que es predecible, aunque, por cierto, no los hechos puntuales, pero sí la signatura del porvenir próximo o “el perfil general de la época que sobreviene.” Hay en este capítulo una aplicación de la idea de perspectiva a las épocas. En el capítulo III, asistimos al planteamiento mismo del problema, que ya adelantamos, y frente al cual el concepto de perspectiva se nos ofrece como respuesta, como solución. En los capítulos IV, V y VI se sigue con los distintos aspectos de tal planteamiento. Por otro lado, en el capítulo VII, Ortega entrega una formulación diferente, de carácter perspectivista, del tema de nuestro tiempo. El filósofo lo expresa así: “ordenar el mundo desde el punto de vista de la vida”. Es cierto que se podría comprender  tal afirmación como sinónimo de primitivismo, como una vuelta al hombre salvaje. Pero el filósofo explica que nada sería más lejano a la verdad. Y ello porque el salvaje no ordena el universo desde tal punto de vista. Asimismo, nada se opone más a la espontaneidad biológica que buscar un principio para derivar nuestros pensamientos y actos. Ortega nos precisa: “Se trata de consagrar la vida, que hasta ahora era sólo un hecho nulo y como un azar del cosmos, haciendo de ella un principio y un derecho.”   En el capítulo VIII, Ortega continúa elucidando el planteo del capítulo precedente y, además, clarificando el valor de la vida en sí misma, a la vez que  “midiendo desde su altura jerárquica”. El capítulo IX nos entrega una expresión rigurosamente definida de la índole dinámica de la perspectiva: “conforme evoluciona el ser vivo se modifica también su contorno y, sobre todo, varía la perspectiva de las cosas en él.”  Asimismo, en este capítulo el filósofo aplica su idea de perspectiva a la nueva realidad de las crisis históricas. Tales crisis consistirían en aquellos períodos de ese movimiento en que una perspectiva se desarticula, perdiendo la claridad de su estructura, sin que aún sus elementos y planos lleguen a cristalizar un orden nuevo y consolidado. Ahora bien, esta sería la situación en que, según Ortega, se hallaría la vida en Europa en torno a 1920. Y tales desarticulaciones de la historia, el filósofo las hace depender de la perdida evidencia del sistema de valores que imperaba en Europa en la última década del siglo XIX. Claramente, pues, vemos la relación de esto con el aspecto estimativo de la perspectiva. Termina el capítulo con una expresión relevante de Ortega: “En toda perspectiva, cuando se introduce un nuevo término, cambia la jerarquía de los demás.”   De este modo, cuando surge un valor nuevo en el sistema natural de valoraciones, los demás valores experimentan una depresión.

3.1.Perspectiva y Filosofía en la Doctrina del Punto de Vista.

                   Este capítulo prosigue y amplía la doctrina de Verdad y perspectiva en El Espectador, pues aquí Ortega confirma y completa desde un nivel filosófico mucho más maduro los breves planteamientos de El Espectador. El punto inicial de este capítulo es el planteamiento del problema cuya solución, según Ortega, reside en el concepto de perspectiva. Todo comienza con la contraposición vida-cultura, considerando la teoría sólo como parte de la cultura, aquella que, por el hecho de ser un segmento mejor delimitado, le será útil a Ortega para completar mejor el significado de su tema general.  En este contexto, Ortega exige “la plenitud de derechos” de la vida frente a la cultura o al culturalismo. El filósofo, en verdad, busca conciliar verdad y vida, establecer el principio de la razón vital. El capítulo X parte de la síntesis del debate relativismo-racionalismo que atraviesa varios capítulos de El Tema de Nuestro Tiempo.

                   Según Ortega los conceptos de vida y cultura son pensados y vividos por la filosofía  moderna como irreductibles, desembocando con ellos en la doctrina del relativismo y el racionalismo que se suponen también irreconciliables. Ortega rechaza ambas doctrinas, pues no acepta el supuesto compartido por ellas, es decir, el carácter excluyente de la disyunción. Es en este ámbito de problematicidad, que Ortega entrega su concepto de perspectiva como solución para salvar la objetividad e inmutabilidad de la verdad, sin por ello abdicar de su enraizamiento en la vida personal. Para el filósofo ambos lados constituyen la verdad y si falta alguno de ellos no hay tal verdad. Más aún, para él cada lado se nutre y se refuerza mutuamente. Estamos en presencia, pues de una idea original de la verdad, es decir, radicalmente  nueva con respecto a las de los racionalistas y relativistas. Interesa hacer notar aquí que Ortega pretende dar cuenta de estas dos tesis: “El conocimiento es la adquisición de verdades, en las verdades  se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculariedad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana –por tanto, ultravital y extrahistórico- . Vida es peculariedad, cambio, desarrollo, en una palabra: historia.

                   La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelo. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada vez se tomase por la pretendida realidad.”

                   Frente a lo anterior, Ortega sostiene que no es el caso que el sujeto sea un instrumento transparente, un yo puro, idéntico e inmutable ni que su recepción de la realidad tenga efectos deformantes en ésta. Para Ortega  existe una tercera posición que sintetiza las anteriores y que es exigida por los hechos mismos. Se trata, por cierto, de la doctrina perspectivista: “Cuando se interpone  un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas  y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones  racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinidad de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas –fenómenos, hechos, verdades- quedan fuera, ignoradas, no percibidas.”

                   Según Ortega un ejemplo de lo anterior lo hallamos en la visión y la audición. Los sistemas ocular y auditivo del ser humano captan ondas vibratorias desde cierto mínimo de velocidad hasta un cierto máximo. Ahora bien, las ondas que traspasan tales límites les son desconocidas. De ello el filósofo infiere que su estructura vital influye en la captación de las cosas, aunque esto no significa que su influjo implique una distorsión en ellas. Quedaría, pues, un vasto repertorio de colores y sonidos reales, que sería captado sin deformaciones por nuestros sistemas.

                   Y Ortega argumenta que así como ocurre con los colores y sonidos ocurre con las verdades. Es decir, la mente de cada individuo es una especie de órgano perceptor, dotado de una forma determinada que posibilita la comprensión de algunas verdades, pero que es ciega para captar otras. Y esto el filósofo lo extiende a cada pueblo y época, pues éstos poseerían un alma propia que les haría aptos para captar ciertas verdades afines, pero ineptos para captar otras. Para Ortega esto se traduce en que todos los pueblos y épocas han disfrutado su fragmento de verdad y es absurdo, por tanto, que algunos de éstos pretendan arrogarse, frente a los demás, la posesión de la verdad integral. Según Ortega todos tienen un lugar preciso en la historia.

                   Luego de reproducir el argumento de los dos hombres situados en distintos lugares –aparecido ya en Verdad y Perspectiva- Ortega llega a afirmar que: “La realidad cósmica es tal que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.”

                   Para Ortega lo que ocurre con la visión corporal acontece igualmente en todas las otras realidades. Es decir, todo conocimiento conoce desde una perspectiva propia. Y de ello se desprende una consecuencia de máximo interés para la concepción de la filosofía en Ortega, pues a partir de su planteamiento el punto de vista ubicuo, absoluto de los grandes sistemas filosóficos de antaño deja de existir, ya que para el filósofo sólo es una perspectiva ficticia y abstracta. Por ello Ortega agrega: “Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y,lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.”

                   Argumenta Ortega que, contra lo que afirmaba la tradición filosófica de los últimos tiempos, vemos ahora que la oposición entre los universos de dos sujetos  no implica, forzosamente, la falsedad de uno de ellos. Más aún, puesto que lo que cada cual percibe es una realidad y no una fantasía, deberá su aspecto ser diferente del que otro percibe. Para Ortega este desacuerdo no es mera contradicción, sino más bien complementación.

                   “Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo –persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí como ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital.”   Y Ortega va a comparar la realidad con un paisaje con infinitas perspectivas –como cualquier paisaje-, todas ellas igualmente verdaderas y auténticas. Así, la perspectiva falsa sería esa que pretende ser la exclusiva. Es decir, para Ortega lo falso es la utopía o la verdad mirada desde ningún lugar: el racionalismo. Pero también el relativismo es erróneo porque afirma que la verdad  es relativa y, según Ortega, la que es relativa es la realidad, vale decir, relativa a cada punto de vista, desde el cual se revela una verdad absolutamente verdad.

                   Ortega relaciona las implicaciones de su planteamiento con la idea de filosofía  que ha imperado hasta su tiempo: “Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema  valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo.”  Sin embargo, la doctrina orteguiana del punto de vista demanda otra cosa: “que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos.”  Y el filósofo sintetiza  su posición: “La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquella se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.”  En el pensar filosófico de antaño  existe la inocente ilusión de haber alcanzado toda la verdad, por tanto, ya todo se da por solucionado. Pero el universo delimitado por esas filosofías no puede ser considerado un mundo real, sino, según dice Ortega, el horizonte o límite de sus creadores. Es decir, lo que los filósofos del pasado  consideraban como límite del cosmos era: “sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba su paisaje.”   Para Ortega toda filosofía que quiera trascender lo que él entiende como un antiguo y arraigado primitivismo, es decir, un planteamiento ingenuo que surge de la ignorancia de sí mismo, necesita eliminar tal error con el propósito de esquivar  que el horizonte humano –mudable y elástico- adquiera la rigidez de un mundo concebido como cosa en sí.

                   Ortega agrega: “Ahora bien la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente cuyo mundo es , lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va  de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal.”  Ortega habla aquí de que mundo es un mundo de alguien, es mi mundo, el de cada cual. Es decir, se trata  de un mundo real y concreto, un mundo que aparece como horizonte de una vida. Es lo que Ortega entiende como circunstancia.

                   Y esta idea de circunstancia se articula con la de perspectiva en la filosofía  de Ortega, pues para el filósofo cabe buscar para nuestra circunstancia humana, el espacio adecuado en la gran perspectiva del mundo. Pero no entraremos en este tema de la relación entre circunstancia y perspectiva, dado que entraríamos de lleno en la filosofía de Ortega y no en lo que buscamos: su idea de filosofía.

4.Perspectiva Intelectual o Filosofía.

                   Toda filosofía es una perspectiva intelectual. Más aún, para Ortega el nombre más propio de la perspectiva intelectual es filosofía. Porque para el filósofo la ciencia nos ofrece  una perspectiva  intelectual que carece del requisito primario de una perspectiva de tal índole, esto es, la integralidad. La perspectiva científica es esencialmente una perspectiva trunca, pues le faltan los últimos planos y, por consiguiente, no puede aspirar a llenar las exigencias últimas de la vida humana, la verdad radical según Ortega.

                   Pero, de acuerdo con lo que se desprende de la doctrina orteguiana de la perspectiva, la única perspectiva real es la vital, en cambio, la perspectiva intelectual es abstracta, es decir, está separada de la vida real y concreta –o dicho orteguianamente de mi vida-. Sin embargo, la perspectiva intelectual sólo está separada del hecho originario de mi vida, pues está contenida en la perspectiva vital. Más claramente: para Ortega la perspectiva intelectual surge de la necesidad humana de saber a qué atenerse que ,a su vez, responde al aspecto problemático de toda perspectiva real. Así, la perspectiva intelectual viene a ser una perspectiva de soluciones.

                   Según Ortega la perspectiva intelectual –por lo dicho antes- no puede ser un compartimento estanco sino por el contrario: pertenece a la unidad radical de la vida de donde todo surge. Es decir, para Ortega no existen las perspectivas intelectuales puras, como pretenden el intelectualismo y el idealismo, que han dominado el pensamiento europeo durante siglos.

                   En el pensamiento de Ortega la perspectiva intelectual se nos revela, además, condicionada, fundamentalmente, por elementos que no son intelectuales. Aunque el filósofo acepta que la perspectiva intelectual tiene sus propias leyes y principios, no postula que éstos sean eternos e inmutables, sino que pertenecen a cada modo de pensar, los cuales varían históricamente y dependen de la actitud  vital de cada ser humano. “Las raíces de la cabeza están en el corazón” ha afirmado Ortega adquiriendo de esto modo un compromiso con la tesis que sostiene que el conocimiento está regido por el sistema de intereses, de preferencias y afectos de cada ser humano. No en vano en su primer libro el filósofo habla del amor intelectual como el afecto que le mueve a ofrecer sus modi res considerandi y, en las páginas siguientes, define a la filosofía como una ciencia general del amor.

                   Para Ortega –no lo olvidemos- el punto de vista definitivo es el de la vida y éste es primariamente afectivo, estimativo y volitivo. Así, es coherente pensar que la perspectiva intelectual pueda tener un “a priori cordial”. Al respecto dice Rodríguez Huéscar: “En realidad hay dos  y sólo dos a priori de todo lo que el hombre hace –y una de las cosas que hace es pensar- :el del ‘corazón’ y el de la libertad, y ambos constituyen, por tanto, las ‘condiciones de posibilidad’ del pensamiento.”

                   Otra de las enseñanzas de Ortega –ya antes mencionada- con respecto a la perspectiva intelectual se relaciona con el hecho de que ésta es necesaria, indispensable, para la realización del proyecto que es la vida humana. La actividad intelectual, en verdad, está presente desde las fases más básicas del contacto del ser humano con su mundo: ya en la sensación misma aparece el concepto, como lo vimos en las Meditaciones del Quijote. Además, para Ortega el ver y el tocar las cosas son, en el fondo, distintos modos de pensarlas. Pero más allá de esto hay otro planteamiento en que Ortega entrega la idea fundamental de la función del conocimiento en la vida humana. Se trata de la doble lectura del concepto como órgano de la seguridad y de la claridad – que aparece en su primera formulación en las Meditaciones, consolidándose en obras posteriores- . Ya en  ¿Qué es filosofía? Ortega dice: “Al conocer usamos de nuestras facultades, pero no por un simple afán de ejercitarlas, sino que para subvenir a una necesidad o menester que sentimos, la cual no tiene por sí misma  nada que ver con ellas y para la que tal vez estas facultades intelectuales nuestras no son  adecuadas o, por lo menos, suficientes.”   Pero antes de esto puede decirse que la índole necesitaria del pensamiento en Ortega surge, últimamente, de la radical problematicidad de la vida humana. Tal vida es constitutivamente proyecto que tiene que realizarse en una circunstancia. Y esta realización incesante tiene que ir decidiéndola el hombre mismo en cada momento. Pero el habitar forzoso del hombre en una circunstancia está lejos de ser una situación placentera, pues según Ortega toma la forma de la inestable situación del náufrago en el  elemento que amenaza con engullírselo. Más aún, el propio proyecto que es el hombre le es problema. He aquí la fundamental problematicidad del ser humano. Más precisamente, la realización del proyecto que es el hombre implica que éste debe sostenerse a flote para lo cual debe hacer algo que sólo él puede decidir, pero no puede decidir, mientras no sepa lo que quiere. Este último problema es el originario del hombre para Ortega, aunque junto con éste se presenta el problema que hace que el ser humano no sepa lo que puede. La índole de tales problemas guarda relación con el fundamental “saber a qué atenerse” orteguiano. En primer término, está el saber acerca de la circunstancia. Y a partir de lo anterior comprendemos más claramente el planteamiento de Ortega que señala que lo fundamental del ser humano es estar condenado a esforzarse por conocer, a resolver el problema de su ser, lo que implica esclarecer lo que son las cosas, entre las cuales tiene que ser. De ahí que para el filósofo español el quehacer del intelecto humano no sea un lujo innecesario y exterior a la vida del hombre sino que  un rasgo esencial de ésta. Más aún, para Ortega la vida nos exige inevitablemente una interpretación de nuestra vida. El filósofo nos dice al respecto: “el hombre no puede vivir sin reaccionar ante el aspecto primerizo de su contorno o mundo, forjándose una interpretación intelectual de él y de su posible  conducta en él.”   En cualquier caso tal planteamiento no debe ser confundido con el del intelectualismo que pretende no sólo hacer del pensamiento esencia del hombre sino hacer de él un fin en sí mismo, algo independiente. Y la radicalización de esta postura condujo –no es difícil verlo- al idealismo, para el cual el pensamiento  lo es todo. Pero Ortega  declara: “No existo porque pienso, sino al revés : pienso porque existo. El pensamiento no es la realidad  única y primaria, sino al revés el pensamiento, la inteligencia, son una de las reacciones a que la vida nos obliga, tiene sus raíces y su sentido en el hecho radical, previo y terrible de vivir.”   Para  Ortega, pues  la inteligencia es servidumbre  a la vida, sin embargo, apartándose del irracionalismo el filósofo afirma, concluyentemente, que también la inteligencia es esencial a la vida.

                   Hemos visto, por tanto, que la perspectiva intelectual por excelencia es para Ortega la filosofía, ya que es la única perspectiva radical y completa. Asimismo, la filosofía como perspectiva radical y completa es, según Ortega, la única vía de acceso a una verdad integral y última, a una verdad capaz  de responder a los problemas radicales del hombre.

                   Hay que considerar, además, que para Ortega toda perspectiva está regida tanto por un a priori cordial como por un a priori de la libertad. Esta doble ley –irrenunciable- convierte toda perspectiva  en una realidad selectiva y electiva. Es decir, antes del ámbito de las ideas, está el ámbito de los intereses, de las preferencias y de los amores, los cuales orientarán, a lo menos, la perspectiva  intelectual. Es por ello que para el filósofo español la actitud contemplativa-desinteresada, propia de la filosofía pasada, puede considerarse tal únicamente en cierto sentido y hasta cierto punto. Y ello porque para Ortega la imparcialidad rigurosa o contemplación pura proclamada por la pretendida razón pura no era sino otro de sus tantos utopismos. Para el filósofo el presupuesto ideal del proceso cognoscitivo es un estado intermedio entre la pura  contemplación y el urgente interés. Asimismo, sólo en cierto sentido el carácter desinteresado que se le asigna a la investigación filosófica es tal porque ese desinterés no es pasivo sino un tipo particular de interés, señala Ortega. Se trata, según el filósofo, de un interesarse en la identidad de cada cosa, dándole personalidad, autonomía, lo cual implica una suerte de yo que mira a las cosas desde ellas mismas y no desde sí. Es un proceso de abstracción que es ineludible en el conocer. Y en ¿Qué es Filosofía? Ortega  arroja más luz a su planteamiento: “Pero eso –buscar en algo lo que tenga de absoluto sí mismo y cortar todo otro interés parcial mío hacia ella, dejar de usarla, no querer que me sirva, sino servirle yo de pupila  imparcial para que se vea y se encuentre y sea ella misma y por sí –eso, eso... ¿no es el amor? ¿Entonces la contemplación es, en su raíz, un acto de amor- puesto que al amar, a diferencia del desear, ensayamos vivir desde el otro y nos desvivimos por él? ”   Reaparece aquí la doctrina del amor intellectualis de las Meditaciones, poniendo en claro la vigencia de la primera definición de filosofía dada por Ortega.

                   Según Ortega incluso en la perspectiva intelectual más rigurosa sigue gravitando un modo particular de preferencia, dentro de la cual el método objetivo debe accionar si quiere ser tal. Más aún, toda filosofía adecuada debe considerar antes que la ordenación de los planos, la jerarquía de los rangos, pues la primera está, en el planteamiento orteguiano, esencialmente condicionada por esta última. Tal es el requisito de un filosofar real que asume la circunstancia.

                   En definitiva, para Ortega existe una última instancia que es fundamento del método entero o norma suprema: la lealtad al propio punto de vista. Es éste el que dirige al a priori cordial que, a su vez, condiciona tanto la ordenación objetiva de los seres como la ordenación jerárquica objetiva de los valores.

5.Problematización del Concepto Orteguiano de Perspectiva.

                   Toda perspectiva vital, es decir, real, posee como ingrediente una perspectiva intelectual y ésta en su más alta expresión es una perspectiva filosófica, pues es la única radical y completa, la única capaz de asumir los problemas radicales del hombre. En una obra de 1925 –Pleamar Filosófico- Ortega señalaba al respecto: “Una perspectiva no puede componerse sólo de planos intermedios; le es ineludible poseer un primer plano y un fondo o plano último. Cuando a una perspectiva le amputamos violentamente el último plano, el que era sólo penúltimo pasa automáticamente a hacerse extremo. Quiero decir con esto que no se halla en nuestra mano renunciar a la adopción de posiciones ante los temas últimos, porque si nos quedamos en una posición penúltima, queramos o no, se alza ésta, bien que fraudulentamente, con todos los atributos de la ultimidad.”   Es claro, pues que para Ortega la metafísica es algo inevitable para el espíritu humano.

                   Más allá de esto, el concepto de perspectiva en Ortega presenta algunos problemas, los cuales repercuten en su concepto de filosofía, en la medida en que ésta es una perspectiva intelectual.

                   Como hemos visto Ortega entiende grosso modo la perspectiva como un orden y forma que la realidad adopta para un observador. Ahora bien, en la eventualidad de que cambie el lugar que el observador ocupa, cambiaría también la perspectiva. Esto significa que en la concepción de Ortega la circunstancialidad del observador impide que éste se atribuya un valor absoluto. Pero para Ortega esto no desemboca en un relativismo, sino en un perspectivismo, de índole cognoscitivo diríamos. Esto es, nadie puede aspirar más que a captar su limitado punto de vista individual de las cosas. De tal suerte que lo correcto sería hablar de nuestra verdad, la de nuestro yo concreto y circunstanciado, situado en este ángulo determinado de la realidad. Según Ortega de esto no se infiere que la realidad captada sea tal como yo la capto y nada más sino que mi limitación individual y circunstanciada no me deja percibir de ella más que lo que puedo abarcar desde mi situación de mira concreta. Habrían, pues tantas verdades como perspectivas individuales, lo cual es para Ortega tomar conciencia del hecho de la multiplicación de los aspectos de la realidad en las mentes individuales. Más aún, para el filósofo español el perspectivismo es una obligación que se  impone por la naturaleza  misma de la realidad. Tal imposición consiste en que debo aceptar el lugar concreto que poseo para comunicar a los demás el fragmento de verdad que sólo desde donde yo estoy es posible captar.

                   Ciertamente, los textos orteguianos no conducen a reducir al perspectivismo a una tesis en que sólo tiene realidad la perspectiva individual. También hay perspectivas colectivas, supraindividuales. Por ejemplo, las de una nación, las de una raza. Éstas serían una suerte de suma de múltiples puntos de vista individuales en pos del logro de una perspectiva no alcanzable para una individualidad aislada. Incluso Ortega propiciará la integración de las perspectivas individuales, porque a la realidad sólo se accede articulando lo que los demás ven con lo que yo veo, y así sucesivamente. Dice Ortega al respecto: “cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien, esta suma de perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera ‘razón absoluta’, es el sublime oficio que atribuimos a Dios.”  Ortega aquí declara explícitamente que la verdad absoluta existe, pero que sólo es alcanzable para Dios. Al hombre sólo le sería posible alcanzar una integración de los aportes de la multiplicidad de perspectivas individuales, lo cual soslaya el error de absolutizar una única perspectiva como válida.

                   Un problema serio se plantea en la tesis orteguiana cuando pensamos que si –como el filósofo dice- fuera de un conocimiento que se obtiene desde una perspectiva determinada, el cual sólo es perfeccionable por integración de perspectivas, no hay un real conocimiento, pues de este modo nunca sabré  con certeza en que perspectiva está el conocimiento más integral posible. Por otro lado, ¿qué sucede con los inevitables casos de choque de perspectivas? ¿Con qué claro e inequívoco derecho puedo imponer la mía sobre las demás y viceversa? Es difícil no advertir aquí el compromiso del planteamiento orteguiano con el relativismo, pues del racionalismo es claro que el filósofo está muy lejos.

Notas al Capítulo III